Con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de este año, el Papa Francisco está rescatando un enfoque olvidado respecto a la gestión de los flujos migratorios. Es hora de que el conjunto de las naciones aborde cómo intervenir y colaborar para garantizar el derecho a no migrar. Es decir, abordar los problemas que provocan en su origen el desplazamiento de migrantes o refugiados, su huida en busca de futuro. Este debería ser un debate prioritario entre las naciones de Europa, por ejemplo. La Iglesia se mueve apuntando soluciones; entre otras, garantizar el derecho a no migrar o trabajar conjuntamente por una migración segura y ordenada.
El Papa Francisco y los obispos españoles interpelan al conjunto de la sociedad diciendo: «Dondequiera que las personas decidan construir su futuro, en el país donde se ha nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera». Nuestra Iglesia no se pone de lado, sino al lado de los migrantes, generando signos de esperanza y trabajando por el reconocimiento de su «plena ciudadanía». La Iglesia se mueve, no ha dejado de moverse y movilizarse en favor de la dignidad humana y el bien común.
En esta línea, el Departamento de Migraciones trabaja en un proyecto internacional junto a las diócesis concernidas por la ruta atlántica en África y Europa para promover una Guía Atlántica de Hospitalidad.
En muchas parroquias, vida consagrada, Cáritas, pastoral de migraciones y otros espacios eclesiales vamos conformando transversalmente un nosotros integrador que promueve comunidades acogedoras y misioneras donde crecer en la experiencia de Dios, en comunión y en participación. Estamos alentando en cada diócesis la constitución de mesas de migraciones que coordinen y promuevan trabajo en red para la promoción integral e inclusión pastoral y social. Ellos también contribuyen a salvar vidas en fronteras, a encarnar el rostro de una Iglesia samaritana y hospitalaria, profética y diversa.
Estamos desarrollando los corredores de hospitalidad para promover sinodalmente la espiritualidad y la cultura de la hospitalidad, el patrocinio comunitario y la solidaridad interdiocesana. Este es un proyecto que debiera interpelar a las diferentes administraciones públicas del Estado a implicarse en una solidaridad entre territorios que permita el tránsito voluntario y el acompañamiento de jóvenes extutelados y otros colectivos vulnerables desde Canarias a la península o hacia otros países.
Conectando con otros desafíos de nuestro país, hemos descubierto las oportunidades del mundo rural, queremos contribuir a cuidarlo favoreciendo la revitalización de los pueblos y sus parroquias. La Mesa del Mundo Rural se ofrece para contribuir al arraigo de familias migradas y al futuro de los pueblos. Fomenta la creatividad y el trabajo en red a favor de una repoblación sostenible.
Los migrantes son condición de futuro de nuestra Iglesia. Y también de esta sociedad, que esperamos que no se conforme con el invierno demográfico ni se deje contaminar por actitudes o comportamientos racistas a nivel individual o estructural. Urge despertar de la desinformación y la indiferencia.
Por último, a quienes cargan contra los migrantes con discursos, declaraciones o leyes haciéndolos aparecer como invasores o enemigos hay que recordarles la verdad que conocen y no quieren asumir. Si hay que combatir algo, no es a las personas que huyen de la desesperación, sino las causas por las que lo hacen. Hemos de ampliar la mirada, abordar las causas, no castigar con leyes que aumentan el sufrimiento. Hasta que las personas sean realmente Libres de elegir si migrar o quedarse, tema y lema de la jornada de este año.