La iglesia que se salvó de la ruina gracias a los tenderos del Rastro
La parroquia de San Millán y San Cayetano pasó 50 años sin techo tras el final de la Guerra Civil. Mantiene una comunidad muy viva pese a los retos del centro de Madrid
«Aquí el verdadero milagro está en los muchos pequeños milagros cotidianos; viene gente con inquietudes religiosas diferentes y orígenes muy particulares, pero perciben esta iglesia como un lugar en el que están a gusto». Lo explica a Alfa y Omega Santos Urías, párroco de San Millán y San Cayetano. Es un templo erigido en 1612 en pleno centro de Madrid, a 200 metros de la plaza de Cascorro, desde la que arranca el mercadillo del Rastro y que mantiene una comunidad viva pese a que su distrito pierda 3.000 habitantes al año debido a la turistificación y el precio de la vivienda. «Todavía hay mucha gente del barrio de siempre y migrantes que vienen de otros lugares y se integran con normalidad», añade Urías.
Uno de los primeros migrantes en llegar a la parroquia fue el propio san Millán, pues el santo tenía su parroquia en la plaza de la Cebada hasta que un incendio accidental la redujera a cenizas en 1720. Entonces encontró cobijo junto a san Cayetano, quien no tuvo ningún problema en compartir la parroquia con este ermitaño visigodo.
Precisamente ese origen popular y migrante de la parroquia —ahora con gente de todos los continentes, pero antes de Andalucía y Extremadura— es lo que la mantiene en pie, pues fue la colaboración de sus vecinos lo que la salvó de ser declarada en ruinas en 1981. «El antiguo párroco, Clemente García, unificó fuerzas con gente del Rastro y algún arquitecto amigo suyo, se subieron a andamios y con gente de la parroquia la restauraron, por eso en el barrio se le tiene tanto cariño a esta iglesia y a Clemente», detalla el párroco actual.
Tuvieron entonces mucho que arreglar porque San Millán y San Cayetano, ubicada en el Madrid republicano durante la Guerra Civil, «fue de las primeras iglesias que quemaron» los milicianos en 1936, quienes después emplearon el templo como almacén de caballos y municiones. Sufrió además los bombardeos del bando nacional durante el cerco a la capital. Como consecuencia, durante los 50 años entre su profanación y la restauración del párroco Clemente, «el techo estuvo abierto, entraban palomas, había ratas y gente que no venía a Misa aquí por esas circunstancias».
Fruto de la guerra, en esta iglesia «lo poco que se conserva original es su estructura», formada por unas pilastras de piedra marcadas en todas sus esquinas por el ir y venir de suministros. Las imágenes que la decoran, aunque proporcionan cohesión, provienen de la devoción particular de los artesanos y comerciantes que la repertrecharon. Una Virgen del Pilar, una Inmaculada Concepción, una Piedad… También un Cristo de Serradilla y una Virgen del Rocío que las dos hermandades afincadas en el templo sacan en procesión. Y un san Cayetano de mediados del siglo XX que sale a las calles de Madrid durante la verbena en su homenaje, una de las más importantes del verano. «Tiene mucha devoción porque es el santo del trabajo y la providencia, también entre muchos argentinos que siempre han encontrado en él alguien en quien confiar», añade Santos Urias.
Este sacerdote cuenta que, aparte de «distintos grupos de adultos, jóvenes y padres», la catequesis o la formación en liturgia, en la parroquia también se celebra un retiro al mes llamado Tiempo de Tabor. Y un proyecto de Cáritas conocido como Educación de Calle en el que «gente que ha hecho una formación sale para tomar el pulso a la calle, dignificar las relaciones entre la gente y es una primera forma de evangelización; después puede surgir un diálogo más sincero y más fraternal».