La Iglesia que se mete en el mar
Los grandes buques con pesadas cargas que pueblan nuestras costas esconden a miles de personas. Son los marinos que transportan, en todo el mundo, el 90 % de las mercancías. Y, a pesar de ello, son invisibles. El Apostolado del Mar, a través de los centros Stella Maris —son 14 en España— da respuesta a las necesidades de información, de comunicación y espirituales, entre otras, de estos trabajadores
El jueves 16 de julio es la fiesta de la Virgen del Carmen, patrona de pescadores y marinos. El día de las gentes del mar, de millones de personas que hacen posible que tengamos a mano los bienes que consumimos cada día. De aquellos que son responsables del transporte del 90 % de las mercancías a nivel mundial y que, sin embargo, son invisibles para gran parte de la sociedad. Vemos los barcos en nuestras costas y las voluminosas cargas que portan, pero no a las personas que están dentro.
«Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». La frase es de Winston Churchill, pero Juan Esteban Pérez Rodríguez, delegado del Apostolado del Mar del Obispado de Tenerife, la toma prestada para recalcar la importancia de estos trabajadores y, de paso, reivindicar la atención que se les ofrece desde la Iglesia. Laico y exmarino —era jefe de máquinas— puso en marcha, junto a otros tres compañeros también vinculados al mar esta pastoral específica en esta diócesis insular, en 1998. Fue —él mismo confiesa a Alfa y Omega—, gracias al poder de la oración, pues en todos los encuentros y celebraciones a las que asistía siempre rezaba por las gentes del mar. Hasta que en una de esas reuniones, el obispo Felipe Fernández lo escuchó y le hizo el encargo.
Hoy, esta realidad está presente en 14 puertos españoles que recorren toda la geografía. Desde Ferrol hasta Barcelona, de Barcelona a Huelva y de Huelva a Tenerife. Todos ellos con una seña común de identidad, los centros Stella Maris, donde se acoge a los marinos y se da respuesta a sus necesidades sociales, comunicativas, de movilidad y, por supuesto, espirituales.
Ricardo Rodríguez Martos es toda una institución en el Apostolado del Mar de nuestro país. Capitán de la marina mercante, ya retirado, y diácono permanente, se encarga de la delegación más antigua de nuestro país, la de Barcelona, que en siete años alcanzará su centenario. También es la más particular, pues es la única que mantiene una residencia para marinos por la que pasan unos 800 cada año. Sintetiza así la labor que realizan a través de los Stella Maris, en Barcelona y en el resto de España: «La parte esencial es la visita al barco, que es lo que te da conocimiento. Todos los días subimos a los barcos y ofrecemos información sobre el puerto y la ciudad, les facilitamos la comunicación con sus familias a través de tarjetas SIM y los transportamos, si así lo desean, gratuitamente. También tenemos un servicio de asistencia jurídica, de gestiones, asesoramiento… Y, luego, a los que son creyentes, les damos soporte espiritual en aquello que necesiten. Puede ser una Eucaristía a bordo, la entrega de rosarios o biblias… o incluso conectarles con otras iglesias cristianas o comunidades religiosas, aunque esto es más esporádico».
Esta es la labor fundamental de los Stella Maris, aunque Rodríguez Martos añade otra muy importante, que el define como «actividad indirecta»: estar introducido en los distintos órganos, comités y grupos de trabajo del puerto, donde se convierten «en la voz de los sin voz, en la voz de los tripulantes». Y añade: «Con una buena labor indirecta puedes conseguir apoyos y medios que luego te permiten prestar la acción directa».
Con todo, lamenta que la sociedad ignora bastante a los marinos y pescadores, a pesar del servicio fundamental que ofrecen. Algo que también sucede en la propia pastoral de la Iglesia, que pasa por ser, dice Rodríguez Martos, «la hermanita pobre». «Los marinos que pasan por un puerto constituyen una población itinerante muy importante. Y aunque hay muchas referencias a ellos en documentos, lo cierto es que no se le da la importancia que tiene. De hecho, hay diócesis costeras sin esta pastoral», añade.
Albert Arrufat, sacerdote y responsable del Apostolado del Mar de Castellón, coincide al advertir de la invisibilidad de estos trabajadores: «Desde la costa se ven muchos barcos y todos ellos están llenos de gente. Para Castellón supone una población flotante de 30.000 marinos. Es una parroquia grande».
Allí llevan recorridos apenas cinco años en esta pastoral, tres con el local abierto. Todo fue «providencial», reconoce el sacerdote. Surgió hace diez años, cuando Arrufat fue invitado a bautizar un barco, momento en el que entró en contacto con gente del puerto. Años después y gracias al apoyo del Ayuntamiento de la ciudad —hubo unanimidad en el pleno— y de la autoridad portuaria, el Stella Maris es una realidad que suma 200 barcos visitados al año y 1.000 personas atendidas en el centro. «Creo que nuestro secreto es haber contado con un voluntariado muy específico, formado por exmarinos o gente que ha trabajado en el puerto, personas que quieren devolver lo que han experimentado durante su vida profesional en los Stella Maris», añade.
El impacto del COVID-19
Toda esta labor se está retomando paulatinamente en los puertos españoles en las últimas semanas tras la crisis desatada por el COVID-19, que no ha hecho más que agravar lo que Juan Esteban Pérez llama los «déficit de bienestar» del marino. De hecho, han pasado el confinamiento en los barcos, ya sea en puerto o en el mar, sin poder pisar tierra; algunos incluso siguen sin poder hacerlo, pues sus capitanes no se lo permiten por miedo al contagio. Otro de los problemas generados por la pandemia es la imposibilidad de materializar los relevos en la tripulaciones. Así, a los trabajadores a los que se les acababa su periodo de trabajo —suele ser de entre seis y nueve meses— se han tenido que quedar en los barcos al no poder salir del país ni su relevo llegar. Según explica el delegado de Tenerife, se calcula que el número de marinos atrapados, sin poder volver a sus lugares de origen, ha superado los 100.000.
A pesar de que la pandemia ha pospuesto todos los actos programados para dentro de un año, el Apostolado del Mar cumple en 2020 una cifra redonda, los 100 años de su constitución. Aunque ya se ofrecía atención a los marinos en siglos anteriores a través de diferentes congregaciones, no fue hasta principios del siglo XX, concretamente en 1920, cuando un grupo de personas, capitaneadas por el jesuita Joseph Egger, puso el germen de la pastoral del mar de forma organizada. Fue en Glasgow, en el Instituto Católico, un 4 de octubre, donde se puso de manifiesto la necesidad de que las parroquias marítimas visitaran los barcos. Una realidad que recibiría la aprobación del Papa Pío XI en abril de 1922.
A partir de ahí, como las mercancías que transportan los barcos, esta realidad se fue extendiendo por diferentes puertos. Liverpool, Edimburgo, Róterdam, Marsella… hasta que atracó en Barcelona un 23 de abril de 1927, siendo la puerta de entrada de esta pastoral al resto de nuestro país.
La situación, además, ha mermado la atención a través de los Stella Maris que, por regla general, quedó muy limitada. Se valieron de redes sociales y correos electrónicos para mantener contacto y poder dar respuesta a las necesidades. En Barcelona, por ejemplo, han utilizado mucho esta vía, incluso para la atención espiritual, tal y como explica Rodríguez Martos: «Como en algunos barcos hay grupos de fe, les enviábamos materiales con una liturgia de la Palabra para que pudieran celebrar el domingo».
Juan Esteban Pérez narra un caso concreto, sucedido en plena pandemia. El de un marino filipino, Frederic, que le llamó desde el hospital. Necesitaba una tarjeta SIM para comunicarse con su familia. «Hablé con un voluntario y se acercó a verle. Le dio la tarjeta y pedimos al personal del centro médico que le ayudase con el WhatsApp para poder mantener contacto con él. Luego supimos que no podía volver a Filipinas porque las fronteras estaban cerradas. Así que tuvo que embarcarse hacia Londres, desde donde sí pudo viajar. Ya en Filipinas volvió a contactar con nosotros y nos presentó a su familia», añade.
Algo parecido le sucedió a Albert Arrufat, aunque no durante la crisis sanitaria. Él también fue al hospital a visitar a un sirio al que habían tenido que evacuar en helicóptero de su barco porque tenía cáncer. «Cuando entré en la habitación estaba muy desorientado. No sabía ni qué hora era. Pero con las cuatro palabras que pudimos compartir, ya se sintió mejor. Fue una experiencia buena para caer en la cuenta de la importancia del Stella Maris y de las necesidades de los marinos, que nadie atendería si no estuviéramos nosotros», concluye.
Desde la jerarquía de la Iglesia se ha querido reconocer el trabajo de las gentes del mar en los últimos meses, en medio de la emergencia sanitaria. También denunciar las condiciones precarias en las que viven. Lo han hecho el Papa Francisco; el presidente del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, el cardenal Peter Turkson, y los obispos españoles en su mensaje para este 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen.
El Pontífice lo hizo a través de un videomensaje en el que destaca que la labor de los marinos se ha vuelto hoy «aún más importante», al tiempo que aplaude «los muchos sacrificios» que han tenido que hacer. Sacrificios como permanecer largos periodos a bordo de los buques sin poder pisar tierra y alejados de la familia, los amigos y el país para evitar contagios. «Todos estos elementos son una pesada carga que hay que soportar, ahora más que nunca», añade.
En la misma línea se mostró el cardenal Turkson, que añadió una denuncia: «A pesar de que los marinos desempeñan un papel fundamental en la economía mundial, las actuales legislaciones y la política dominante no les han otorgado la consideración que se merecen». Así, reclamó que se valore su papel y se pongan de manifiesto algunos de los problemas «que afectan negativamente a su vida».
Por su parte, los obispos españoles se sumaron a través de un mensaje a este reconocimiento al trabajo de las gentes del mar en estas condiciones tan difíciles, «sosteniendo, con su trabajo, la economía mundial, transportando productos básicos para nuestras vidas». «Por eso, encomendándonos a la Virgen del Carmen, que protege a todas las personas por las estelas del mar y los caminos de la tierra, queremos tener presentes a todas las personas de España y del mundo dedicadas al Apostolado del Mar», recogen en el texto.
Y muestran su agradecimiento a los capellanes y voluntarios que durante la pandemia no han podido visitar las naves, pero han encontrado «nuevas formas creativas para apoyar y estar cerca de los marinos».