Durante la Misa del Papa en la plaza de la Revolución de La Habana, «por encima de toda la escenografía comunista», había un gran cuadro de la Divina Misericordia. Esta imagen le ha parecido a José María Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española y uno de los tres representantes de los obispos españoles durante la visita del Santo Padre a Cuba, una «de las más elocuentes» como signo del momento que vive la Isla. Junto a Gil Tamayo viajaron el arzobispo castrense, monseñor Juan del Río, y el obispo de Cartagena, monseñor José Manuel Lorca. Tras convivir con los obispos del país, los tres han constatado que «ellos viven este momento con esperanza –afirma monseñor Del Río–. Saben que las visitas de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI levantaron al catolicismo, favorecieron el entendimiento de la Iglesia con las autoridades», y propiciaron «una cierta apertura del régimen hacia las libertades».
El arzobispo castrense reconoce que en la Isla «aún hoy los católicos practicantes son ciudadanos de segunda, no asumen puestos importantes». Pero resalta que, en términos generales, «la Iglesia ha pasado de ser marginal y estar perseguida a ser una Iglesia actora del cambio, de los tiempos nuevos que se esperan. Esto requiere compaginar prudencia y valentía, para que la transición sea como quiere el Papa», construida sobre la base de «la reconciliación y la cultura del encuentro».
Gil Tamayo añade que las dificultades y el sufrimiento vividos «arman especialmente a los cristianos de cara a un futuro esperanzador en el que la Iglesia tiene un papel fundamental que el Papa ha afianzado con su viaje; sobre todo, en lo relativo a la reconciliación». El lema de la visita era Misionero de la misericordia, «y la misericordia empieza con los propios cubanos. El Papa no hace distinción, habla de todos los cubanos: de los de la Isla y de los que están fuera. La Iglesia abraza a todos, y quiere una relación entre todos, que es la única manera de posibilitar la reconciliación». En este sentido, «me ha dado mucha confianza ver que no hay rupturas dentro de la propia Iglesia: he visto a jóvenes esperanzados que veneran a los obispos mayores, los que han llevado sobre sí el peso del sufrimiento y de la incomprensión».
Para monseñor Del Río, el momento más impactante de la visita del Papa fue precisamente el encuentro con los jóvenes, entre los que también había no creyentes. «60 años de ateísmo han dejado muchísima huella en la sociedad –explica–. Hay mucho desconocimiento no ya de la religión católica, sino del hecho religioso. Hay jóvenes que no saben lo que es la Semana Santa». Por eso, «la Iglesia ha emprendido, con sus escasos medios, un trabajo inmenso de formación y catequesis. Tenemos que ayudarla. También hay muy pocos sacerdotes, pero cuentan con el compromiso de los seglares católicos que promueven la fe y la presencia de la Iglesia. Es una Iglesia pobre que enriquece a muchos».