La Iglesia colombiana ofrece refugio a los desplazados y media en el conflicto de Catatumbo
«Todos estos ejércitos revolucionarios insisten en que son el ejército del pueblo» pero si siguen así «no habrá pueblo que defender», lamenta Israel Bravo, obispo de Tibú
Los enfrentamientos entre guerrillas y el Ejército que se suceden desde hace casi dos semanas en la región de Catatumbo, en el departamento de Norte de Santander (Colombia) han dejado ya al menos 60 muertos y 48.000 desplazados. Un nuevo coletazo del conflicto armado en el país y una nueva crisis humanitaria en la que la Iglesia está, una vez más, muy presente.
«Desde hace cuatro o cinco meses veníamos advirtiendo como Iglesia de la grave situación del Catatumbo», apunta a Alfa y Omega Israel Bravo, obispo de Tibú. En la zona hay presencia tanto del Ejército de Liberación Nacional como del Frente 33 de disidencias de las FARC. Ya entonces se movilizaron los líderes católicos. «Se habló con los distintos grupos de manera separada», hasta alcanzar una tregua en Navidad. «Pero pasadas las fiestas no valieron diálogos». El asesinato de un matrimonio y su bebé el 16 de enero desató los enfrentamientos.
Ese mismo día, el ELN atacó a los disidentes de las FARC «con una lista precisa de nombres en la mano». El Ejército envió a 5.000 efectivos «para poner orden» y «ya hizo algunos ataques en regiones específicas». Las disidencias, «aunque diezmadas, siguen presentes. Han manifestado que no van a atacar al ELN pero se sigue dando una guerra entre los tres». Todavía ahora la Iglesia sigue buscando canales de comunicación pero «el ELN sigue en borrar del territorio a las disidencias».
Refugios y mediación
Por otro lado, «estamos prestando asistencia humanitaria». Las familias de las zonas rurales están empezando a irse a las localidades más grandes a pesar de la insistencia del ELN en que ellos no están amenazados. Para estos desplazados, «repartimos ayuda y fuimos los primeros en abrir un albergue en las instalaciones del seminario, un espacio que se construyó en la pandemia para atender a migrantes venezolanos».
También «tratamos de buscar caminos para llevar a las personas que han sido amenazadas a los caminos que se han creado para extraerlos por vía aérea». Una labor que hacen «en coordinación con los equipos que tienen medios para llevar a las personas a la ciudad». No faltan veces en que «nos dicen “van a liberar a esta persona, necesitamos la presencia de la Iglesia”. O “padre, interceda por aquel, que lo buscan o ya está amenazado”. Entonces vamos a las misiones y creamos canales» de comunicación. En definitiva, «estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo y dando lo mejor de nosotros y haciendo que el Reino de Dios crezca en esta dura y difícil situación».
Bravo explica que «esta zona siempre ha estado llena de conflictos»: en época paramilitar, entre el ELN y el Ejército Popular de Liberación y ahora entre el ELN y las disidencias de las FARC, a las que acusan de «perder sus horizontes». Pero «en el fondo está el problema de la ilegalidad que reina en este territorio; de la falta de presencia real de las instituciones del Estado y del fuerte negocio del narcotráfico», con 43.000 hectáreas de coca sembradas. Todo ello aumentado por la cercanía de la frontera, «un espacio de refugio para los grupos». Y sentencia: «Todos estos ejércitos revolucionarios insisten en que son el ejército del pueblo y que el pueblo los ha llamado. Pero están acabando con él y luego no habrá pueblo que defender».