Los llamados sedevacantistas consideran que la sede de Pedro está vacante, porque aseguran que el último Papa legítimamente elegido en la Iglesia católica fue Pío XII. Todos los que han venido después, san Juan XXIII, san Pablo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, es decir los Papas que celebraron o aplicaron el Concilio Vaticano II, son considerados ilegítimos.
Ante esta postura cabe preguntarse por qué el último Papa legítimo es Pío XII. ¿Por qué no poner el límite de la legitimidad antes? Incluso nos podríamos retrotraer a la época en la que se desarrolla esta historia novelada de Mario Dal Bello, cuando se produjo el cisma de Aviñón. Entonces como ahora surgió también un grupo de sedevacantistas que provocaron una ruptura terrible en la Iglesia.
Tras la larga estancia de los Papas en Aviñón, la situación en los Estados Pontificios era calamitosa. El regreso del Pontífice a Roma no consiguió calmar a los romanos, que se consideraban huérfanos por la larga ausencia del Papa, dando lugar a terribles tensiones que llevaron a la multitud a rodear los palacios vaticanos exigiendo «un papa romano o, al menos, italiano». Las presiones y la falta de un candidato llevaron a la elección del arzobispo de Bari, Bartolomeo Prignano. Sin embargo, se corrió el rumor de que habían elegido a un cardenal francés, provocando que los romanos entrasen armados en la sala del cónclave y que los cardenales huyesen por miedo a ser asesinados.
Cuando todo se calmó, los pocos cardenales que habían quedado en Roma se reunieron y ratificaron la elección del arzobispo Prignano, que tomó el nombre de Urbano VI. Sin embargo, las medidas reformistas del nuevo Papa no gustaron a un grupo de cardenales. Estos declararon la elección del Pontífce Urbano inválida, porque no gozaron de libertad y, por tanto, la sede de Pedro vacante, eligiendo nuevo Papa a Roberto de Ginebra, con el nombre de Clemente VI. Entre los cardenales que firmaron contra Urbano VI se encontraba un cardenal español, Pedro de Luna, protagonista del libro que reseñamos.
¿Qué razones tenían los cardenales disidentes para elegir un nuevo Papa? Mario Dal Bello pone en cuestión la sinceridad de los purpurados, aunque intenta explicar la postura de nuestro protagonista. El cardenal De Luna había sido el promotor de la candidatura de Urbano VI, pero las circunstancias que rodearon el cónclave y, sobre todo, la vehemencia del nuevo Papa para llevar adelante su reforma, lo convencieron de que ese cónclave había sido inválido. Sin embargo, De Luna vivió el cisma como una tragedia. Y no fue para menos. El cisma provocó la división de los pueblos, la división de las órdenes religiosas y la división de las conciencias.
Tras la muerte de Clemente VI, los cardenales de la obediencia de Aviñón se reunieron en cónclave. Juraron trabajar por la unidad de la Iglesia y renunciar al pontificado si eran elegidos. El nuevo Papa que salió de ese cónclave fue Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII. Sin embargo, convencido de su legitimidad y de que esa elección venía de Dios, el nuevo Papa de Aviñón no dimitió, lo que provocó su aislamiento. Los monarcas que apoyaban la causa del aviñonés y los cardenales que lo habían elegido lo abandonaron. El Papa Luna tuvo que huir de Francia y refugiarse en su castillo de Peñíscola, donde murió completamente solo.
El cisma de Aviñón no fue un mero hecho anecdótico en la vida de la Iglesia, sino que tuvo graves consecuencias, ya que puso las bases para que un joven agustino, profesor de Sagrada Escritura, llamado Martín Lutero, pudiera justificar su propia reforma apoyándose, entre otras razones, en la crisis del papado.
Mario Dal Bello
Ciudad Nueva
2023
294
23 €