La grandeza de los pequeños trazos
El Museo del Prado abre sus salas a una muestra excepcional que permite contemplar, por primera vez en España, una selección de la colección de dibujos españoles del British Museum de Londres, considerada una de las mejores del mundo. Un recorrido desde el siglo XVI hasta el XIX, con dibujos de Berruguete, Velázquez, Carducho, Alonso Cano, Murillo, Zurbarán y Goya, entre muchos otros. Podrá visitarse hasta el 16 de junio






Hay en esta exposición algo de descubrimiento, como de furtiva intromisión en los papeles personales donde los grandes maestros esbozaban ese instante único que luego plasmarían en sus creaciones. En cierta forma, adentrarse en el dibujo de un artista supone apropiarse de ese primer pensamiento, de ese trazo espontáneo e inimitable, que constituye el armazón de una obra de arte. Podríamos decir, incluso, que el dibujo se convierte en la caligrafía de los artistas, la letra pequeña que siempre debemos leer si queremos comprender su biografía pictórica.
La exposición El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya se convierte en la mejor oportunidad para contemplar una selección de los más logrados ejemplos del dibujo realizado en España entre los siglos XVI y XIX, y ahondar así en las raíces de esa genialidad. A mediados del siglo XIX –con el telón de fondo de la Guerra de la Independencia–, se produjo un sorprendente despertar del gusto por lo español entre coleccionistas británicos, que se dedicaron a buscar, con auténtico afán, tesoros de pintura española que pudieran encontrar en bibliotecas, talleres y colecciones particulares. Su atención se centró de forma especial en los dibujos, cuyos frutos podemos disfrutar en esta exposición, coordinada por don José Manuel Matilla, responsable del departamento de Dibujos y Estampas del Prado.
Esta exposición desmonta también el tópico de que los artistas españoles del Renacimiento y comienzos de la Edad Moderna no dibujaban. La verdad es que se conservan muy pocos ejemplos, circunstancia que se explica por el escaso interés que, en esa época, se mostraba por guardarlos.
La muestra recibe al visitante con la impactante Cabeza de monje (1635-55), atribuida a Francisco de Zurbarán, un pintor célebre, sobre todo, por sus lienzos de santos y monjes envueltos por una luz que acentúa su espiritualidad. Este clima meditativo se hace también evidente en el dibujo, cuyo juego de luces y sombras (realizadas con los dedos) aporta un realismo casi escultórico. Los ejemplos más tempranos de la muestra corresponden a artistas del siglo XVI que trabajaron en Castilla, como Alonso Berruguete, muy influido por Miguel Ángel, tras su paso por Italia. De él contemplamos un dibujo a pluma de La Asunción de la Virgen (c. 1551-61), en cuyos trazos se observa la serenidad característica del estilo maduro el artista, y que probablemente sirvió para que sus pupilos pudieran copiarlo en el taller. Cuando Felipe III ascendió al trono, la nueva generación de artistas se vio moldeada por el contacto con los maestros italianos que habían trabajado en El Escorial. Lo comprobamos en La Circuncisión (ca. 1600-15), de Eugenio Cajés, pintura a pluma y aguada, inspirada en una estampa de Hendrick Goltzius dedicada a la vida de la Virgen.
El gran florecimiento del dibujo durante el Siglo de Oro está representado por los artistas más relevantes del momento, como Diego Velázquez, del que podemos contemplar Apuntes de dos caballos en corveta, uno de ellos con jinete (ca. 1630-40). Sólo se conservan en todo el mundo cinco dibujos atribuidos a Velázquez. Sabemos que Velázquez modificaba las composiciones directamente sobre el lienzo –ahí radica en parte su genialidad–, pero esa práctica no excluye que huyera del dibujo. Se confirma en estos esbozos de caballos, uno de ellos similar al Caballo blanco sin jinete, que se conserva en el Palacio Real de Madrid.
El paseo por estos dibujos, que luego se convirtieron en obras de arte, nos lleva hasta El Descanso en la Huida a Egipto (ca. 1650-70), de Francisco Camilo, un pintor que sabía representar a la Virgen con una sensibilidad especial, como se comprueba en la ternura con que sujeta al Niño Jesús mientras se despereza en sus brazos. Durante el siglo XVII, los artistas que trabajaban en Sevilla, ciudad alejada de la Corte, solían recibir encargos por parte de la Iglesia. Es el caso de Juan de Róelas, del que observamos un Niño Jesús (ca. 1600-25), figura habitual en la obra de este sacerdote, pintado probablemente durante la época en que fue párroco de la iglesia de El Salvador, de Sevilla.
La muestra de estos días en el Museo del Prado dedica un espacio preferente a Goya, de cuyo imaginario personal vemos un ejemplo en Don Quijote, acosado por monstruos (1812-20), dibujo muy próximo a la serie de los Caprichos y Disparates que forma parte de un álbum reutilizado del que se conservan 89 dibujos.