Coincidiendo con la final de la Champions se produjeron incidentes lamentables en los alrededores de Stade de France en Saint-Denis, al norte de París. Hubo caos en los accesos, robos y violencia contra los aficionados. Eso sí, más que para alimentar un debate reduccionista sobre inmigración, las imágenes y los testimonios de quienes allí estuvieron deberían llevar a un debate sereno sobre acogida y convivencia. Porque, con independencia de su color de piel o religión, los atacantes eran franceses, hijos o nietos de aquellos que llegaron de las antiguas colonias para labrarse un porvenir.
Como ya quedó patente en los disturbios en los suburbios o en atentados posteriores, en Francia ha fallado la integración de forma clamorosa y se han formado guetos en los que hasta la propia Administración ha tirado la toalla. La discusión, aunque algunos la planteen así en busca de réditos electorales, no es migrantes sí o no. No se puede «expulsar a los que delinquen» porque son ciudadanos nacionales, ni solucionará nada «cerrar las fronteras» o «echar a las personas irregulares». Con realismo y por pura humanidad, como repite Francisco, el reto es acoger, proteger, promover e integrar.
