La fiesta del Espíritu - Alfa y Omega

El templo huele a incienso y sabe a caramelo. La luz dorada del atardecer es preciosa en esta iglesia. Hay corrillos de gente cuchicheando con los nervios del momento. Los sacramentos son esos abrazos que Dios nos da hasta sentir su respiración. Algunos son más conscientes de lo que allí sucede; muchos se entregan a los cantos y a la súplica dejándose llevar por esta danza; otros pasaban por allí.

Invocar al Espíritu siempre es una fiesta: la fiesta del agua que refresca y purifica; la fiesta del fuego que prende e ilumina; la fiesta de la bendición y de la unción para sanar, perfumar y habitar. Es como despertar los sentidos para poder percibir de otra manera. Qué fortuna ver a jóvenes y no tan jóvenes, a personas de orígenes tan diversos y de tantas riquezas culturales, a gente de diferentes estratos sociales. Cada historia de fe es como una historia de amor: con sus altos y sus bajos, con sus luces y sus oscuridades, personal e intransferible y, a su vez, compartida y celebrada por todos.

Según avanza la fiesta, los rostros se llenan de sonrisas, los brazos y las piernas se relajan y la belleza no depende del vestido. El que nos preside habla de amar las heridas, de soñar alto, de derramarse apasionadamente. Es triste una fiesta en soledad. La fiesta está en cada compañero y compañera de camino: en sus silencios, en sus cargas compartidas, en los aprendizajes, en los ratos de taberna y de complicidad. Cada uno de los presentes es llamado por su nombre. Dios nos sabe por nuestro nombre, lo susurra a nuestro oído como un adolescente enamorado.

Con el canto nos bebemos los últimos sorbos de esta celebración. Hay quien da palmas, otros saludan, comparten una foto o un abrazo, escriben una página que difícilmente se podrá borrar de sus memorias, de nuestras memorias. Esta es la cuestión: hacer memoria, elevar las manos, pisar tierra, tocar las heridas y a los heridos, soñar el sueño de Dios. El templo ya no huele a incienso, pero un rayo de luz sigue iluminando su interior. La fiesta del Espíritu se ha trasladado a las plazas, a la panadería y al bar, al puesto de trabajo y al centro de salud. ¡Que siga la fiesta!