La fe agradecida - Alfa y Omega

La fe agradecida

XXVIII Domingo del Tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 17, 11-19

José Rico Pavés
‘Jesús y los leprosos’. Miniatura del Misal Rico del cardenal Cisneros. Biblioteca Nacional, Madrid.

Camino de Jerusalén, diez leprosos, a lo lejos, salen al encuentro de Jesús. La obediencia a su palabra les devuelve la salud, pero sólo uno de ellos, samaritano, regresa para agradecer en la cercanía la curación. Es entonces cuando el verdadero encuentro con Jesucristo acontece: la gratitud se convierte en ejercicio de fe, y la salud recuperada deja paso a la salvación eterna. En el Evangelio de este domingo, Jesús nos ofrece una enseñanza fundamental para nuestra vida: la salvación eterna es más importante que la salud corporal, y a ella nos disponemos cuando nos acercamos a Jesús con fe agradecida. Si prestamos atención al relato evangélico, podremos hacer del agradecimiento un acto de fe y haremos nuestra la alegría de quien escucha las palabras complacidas de Jesucristo: Tu fe te ha salvado.

Nos cuenta el evangelista san Lucas que la curación de los leprosos tiene lugar mientras Jesús camina a Jerusalén. El Hijo del hombre ha venido para cumplir la voluntad del Padre, y en Jerusalén el cumplimiento alcanzará su cima. Todo cuanto Jesús realiza en el camino tiene como objetivo mostrar el amor del Padre, para que descubramos que en la obediencia a Dios está el principio de nuestra libertad. El corazón humano se ensancha y recibe el beneficio de la curación cuando entra en el camino de Jesús, que es el camino de la voluntad del Padre conocida y cumplida.

Los leprosos gritan desde lejos a Jesús. La enfermedad los mantiene a distancia, pero la súplica los acerca. Antes de conceder lo que piden, Jesucristo reclama confianza en su palabra. Al cumplir lo que el Señor manda, llega la curación, aunque ésta es sólo la ocasión para un encuentro nuevo con Cristo, ya sin distancias. En realidad, la proximidad o lejanía de Jesús no se mide en el espacio, sino en la actitud del corazón. La lepra ablandó el corazón de los que suplicaban, pero la salud recuperada llevó a la mayoría al olvido. La fe interesada se desmorona cuando considera cumplido su deseo. Pero esa fe no salva, pues aleja de Jesús.

Sólo el samaritano regresa. Los hijos del pueblo elegido, beneficiarios también de la curación, ignoran el agradecimiento y pierden la oportunidad de acoger con fe la salvación que Cristo trae. Cuando el creyente se acomoda en sus seguridades, aunque éstas sean las de siempre, y olvida renovar con gratitud la relación con el Señor, ve debilitada su fe y se priva de pertenecer a la nueva ciudadanía de los seguidores de Jesús. El remedio para vencer la rutina que daña la familiaridad con el Señor está en el agradecimiento continuo. Quien agradece a Dios los bienes recibidos reconoce el origen de todo bien, cultiva la humildad y no se cierra a la novedad inmarcesible de un encuentro que nunca envejece. De diez, regresa sólo uno. Malas son las mayorías para el encuentro con el Salvador. La fe que salva requiere siempre caminar contracorriente, no dejarse vencer por lo que muchos hacen y afrontar el camino insustituible del encuentro personal con el Señor. En las acciones del samaritano reconocemos las obras de la fe que llevan a la salvación: volver a Jesús, postrarse a sus pies, recibir el reposo amable de su mirada, tener coloquio de amor agradecido y escuchar, sin prisas, a quien tiene palabras de vida eterna. La fe que abre a la salvación es la fe agradecida.

XXVIII Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y, a gritos, le decían:

«Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros».

Al verlos, les dijo:

«Id a presentaros a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

«No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».

Y le dijo:

«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».