La familia, la gran expoliada por el bienestar europeo - Alfa y Omega

La familia, la gran expoliada por el bienestar europeo

«El primer acto de justicia y de caridad del hombre es el de dar hijos al presente y al futuro de la sociedad en la que vive», afirma el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, en vísperas de la primera visita pastoral de Benedicto XVI a España como Papa

Redacción

Nos gustaría que encuadrase la visita del Santo Padre en el actual contexto sociopolítico español y en el de la Iglesia en España. ¿Qué diferencias establecería entre las visitas de Juan Pablo II y ésta?
En primer lugar, es propiamente una visita para presidir el V Encuentro Mundial de las Familias; así se decidió en su día, cuando Juan Pablo II determinó que la sede de este Encuentro fuera Valencia. Y así se ha preparado desde la Santa Sede. Es evidente que se trata de España, y que, primero, a la hora de elegir el lugar, sin duda, tuvo que ver con ello el significado del catolicismo en España; seguro que tuvo que ver también la tradición de espiritualidad y la forma típica de la Iglesia en España de vivir el gran valor del matrimonio y de la familia; y seguramente también influyeron los vínculos de España con toda Iberoamérica, con el mundo de habla hispana. Probablemente otras consideraciones jugaron un papel importante, con la implícita conciencia de que, si el Papa podía venir, iba a venir. Benedicto XVI confirmó que iba a venir, pero yo creo que no se tuvo mucho en cuenta los aspectos concretos de la situación política española. De hecho, ahora, la situación es la que es. Y en la situación política de España, con relación al Encuentro Mundial de las Familias, hay aspectos que afectan directamente al objeto y a la finalidad del Congreso, que es presentar el valor del matrimonio y de la familia según el plan de Dios.

El matrimonio es una institución natural, inscrita en la naturaleza del hombre, que tiene su fundamento en la Ley de Dios. Y es una realidad a la que le ha afectado profundamente el misterio del pecado. La experiencia humana del matrimonio, sin el misterio de Cristo, no se puede llevar a todo su valor y plenitud. Si esto es así –y así ha vivido España esta realidad, prácticamente desde que recibe la primera noticia del Evangelio–, si se produce un cambio en el Derecho Civil en el que la ley positiva define al matrimonio, no como lo que es sustancialmente –unión de hombre y mujer para formar la familia, el encuentro esponsal, la fecundidad, el valor de los hijos…–, sino como una forma genérica de unión de dos sujetos, sea cual sea su sexo, se están poniendo en juego los fundamentos milenarios de nuestra cultura.

El libro que Alfa y Omega acaba de publicar sobre La familia, recogiendo lo más importante publicado sobre ella en nuestro semanario, sintetiza bien todo ello.
Sí, puede ser una buena ayuda, un vademecum para preparar y vivir el encuentro con el Papa, y para guardarlo como recuerdo.

Dijo usted, hace poco, algo muy sugestivo e importante: que el más urgente y mayor problema social de hoy es responder a los ataques contra el matrimonio.
Pues yo creo que sí, porque afectan a aquel aspecto de la vida del ser humano a partir del cual se configura la primera relación de socialidad; una relación de socialidad que es, además, fontal. De ella nace el primer tejido humano. Eso va a influir en todo el proceso de las relaciones sociales y de la constitución de la sociedad. Va a influir, claro, negativamente; incluso, en la subsistencia física de la sociedad. El primer acto de justicia y de caridad del hombre es el de dar hijos, ofrecer hijos al presente y al futuro de la sociedad en la que vive. Es condición sine qua non para que, después, se pueda hablar de otras formas y realizaciones de justicia en el desarrollo de la persona y de la vida humana. De forma que, si en el ordenamiento jurídico de la comunidad, de la sociedad que debe llevarla al objetivo del bien común, eso no sólo no se tiene en cuenta debidamente, sino que incluso se impide, o se dificulta, creo que estamos ante un problema muy grave. Y ese problema es el que está hoy en la raíz, creo yo, de la mayor parte de la problemática sociojurídica, políticocultural y, por supuesto, religiosa de Europa.

El cardenal Rouco se encontró con el Papa Benedicto XVI, en Roma, el pasado lunes 3 de junio.

Usted conoce muy bien qué piensa el Santo Padre sobre España…

En una conferencia en Toledo, en el año 89, habló sobre España. Comparte la visión general que de la historia de España tendría un católico, gran intelectual y teólogo tan eminente como era él, sobre todo situado en Alemania. Esa visión incluía la historia de una nación en la que la fecundidad de la presencia de la Iglesia ha sido de una influencia extraordinariamente eficaz y decisiva. Compartía también el aprecio por todo lo que significó teológica y espiritualmente el mundo de lo que se llama la Reforma española de los siglos XV y XVI. Conoce a santa Teresa de Jesús, conoce a san Ignacio de Loyola, conoce la Escuela de Salamanca… Es decir, su visión sobre España es la de un país católico con una historia interna y una proyección externa de enorme valor para la historia de la Iglesia y para la historia del mundo.

Sorprende que, en un país así, haya hoy grupitos de exaltados que no van a asustar a alguien que sufrió el nazismo, pero que tienen subvenciones oficiales…
Bueno, son episodios tristes que pueden ocurrir cuando el Papa visita cualquier parte de Europa o del mundo… Ni le van a asustar, ni le van a hacer que merme su aprecio en España. Eso no quita que los momentos actuales que vivimos también le afecten a él, que, en definitiva, es pastor también de la Iglesia en España. Le preocupan y tratará de ayudarnos con su palabra y con su presencia, dentro de la proyección que tiene el Encuentro, que es universal. Tratará de que nos sirva para resolver y abordar nuestros problemas.

Es una reiterada tesis suya que, si no se resuelve el problema del terrorismo desde un punto de vista moral, tampoco se resolverá políticamente.
Evidentemente. Eso se puede ilustrar a través de tres textos de la Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y consecuencias, aprobado en la Asamblea Plenaria de noviembre de 2002. Uno es el del número 14: «La presencia de las razones políticas en las raíces y en la argumentación del terrorismo no puede hacer olvidar a nadie la dimensión moral del problema.Es ésta la que debe guiar e iluminar a la razón política al afrontar el problema del terrorismo. El olvido de la dimensión moral es causa de un grave desorden que tiene consecuencias devastadoras para la vida social».

El segundo texto, en el punto 17, dice: «El terrorismo es un rostro cruel de la cultura de la muerte que desprecia la vida humana por pretender el poder a cualquier precio y que coloniza las conciencias instalándose en ellas como si se tratara de un modo normal y humano de ver las cosas».

También ayuda el punto 40, sobre los terroristas como interlocutores políticos: «No pueden ser considerados como interlocutor político de un Estado legítimo, ni representan políticamente a nadie».

La unidad de España, a su juicio, ¿es un valor previo al ordenamiento jurídico?
Sí, es un valor previo al ordenamiento jurídico positivo. Una concepción cristiana de la dimensión social de la persona y del hombre exige su posibilidad de realización dentro de una comunidad, una realidad social completa. Los escolásticos hablaban de sociedad perfecta. Esta dimensión social de la persona humana, que se refleja y se expresa en la comunidad política, pertenece a un orden de justicia básico y fundamental. Sin ella, no es posible garantizar el respeto de los derechos fundamentales de la persona, de las instituciones, de los pueblos, de las familias y del bien común general. Y, naturalmente, esa dimensión social hay que definirla no en abstracto, sino en concreto. Las comunidades políticas nacen y adquieren cuerpo histórico a través del tiempo, y quienes viven en ellas tienen obligaciones respecto a ellas. La Iglesia siempre ha formulado estas obligaciones a través de la relación con la patria, y eso forma parte del cuarto mandamiento de la ley de Dios. El principio ético-moral y cristiano fundamental para comprender y regular la relación de la persona, de un grupo, con la comunidad política concreta es, primero, el de mantener los deberes de solidaridad con todos y, segundo, no resolver el problema de su permanencia, y de su existencia, en virtud de la actuación pública concreta de un grupo particular.

George Weigel, en su recientísimo libro sobre el Papa, afirma: «El nacionalismo no es una categoría que permite entender la realidad de la Iglesia». ¿Está usted de acuerdo?
Sí. Ninguna categoría inmanente, ninguna categoría puramente empírica o antropológica vale por sí misma para entender lo que es la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Lo que pasa es que la Iglesia vive, actúa, se realiza, y con ella el hombre y las otras realidades humanas, de forma que sirvan para que el hombre pueda vivir la peregrinación de su historia en clave de salvación, o no. La Iglesia, en el siglo XVIII y en el XIX, se tuvo que enfrentar con fenómenos de Iglesias nacionales, como la galicana, y los rechazó.

¿Está más preocupado, o más esperanzado ante la Visita del Papa?
Ni una cosa, ni otra; estoy contento. No tengo por qué estar preocupado. Yo creo que van a ser unos días de gran alegría, y le estoy esperando con gozo.

¿Cabe decir una palabra a las familias sobre cuál es su responsabilidad?
No vamos a cargar la responsabilidad de la superación de los problemas que vivimos hoy en día solamente a las familias. Es muy frecuente decir eso: ¿Qué hacen las familias? Pues, de momento, vivir y subsistir, si pueden. Partiendo del supuesto de que hay muchas familias buenísimas que están viviendo su condición y vocación de cristianos, con muchísima entrega y generosidad, dentro de lo que la Iglesia ofrece, apoya, testimonia y vive. Lo que hay que subrayar –lo acabo de escribir en un artículo para L’Osservatore Romano– es «la acogida renovada de la verdad de la familia, que es una necesidad pastoral urgente». Hay que animarlas a que no vacilen, a la hora de vivir esa gran verdad, en lo que están viviendo, que es un tesoro increíblemente bello. Y, segundo, que se apoyen mucho en los medios propios de la experiencia cristiana, la oración, la vida sacramental, el amor de amistad entre las familias, para reforzar la experiencia familiar dentro de la Iglesia; y que traten de organizarse, de cara a su presencia y a la relación con la sociedad en general, y a la realidad política en particular. La política familiar española es la más raquítica de toda Europa. La política familiar, desde un punto de vista ético, hay que proyectarla para la familia en general, para todas las familias, las más cristianas, las más generosas, y las más débiles, las más pecadoras. Es un problema de justicia fundamental. Se está repitiendo en el discurso jurídico-político de Europa, estos meses, que la familia ha sido —ya lo he dicho en otras ocasiones— la gran explotada, la gran alienada y expoliada por el proceso de bienestar europeo. ¿Quién le ha pagado su trabajo a tantas madres que se han entregado totalmente a la familia?

El trabajo familiar no está valorado de ningún modo. En España, por supuesto, pero en Europa, en general, tampoco. Si confías tus hijos a la atención de otros, ésos reciben pago. Si los cuidas tú mismo, no. Una sociedad que se organiza así, encierra en su seno, en su entraña, una injusticia radical, que la pagan los que ofrecen generosamente su tiempo, su amor, su entrega para tareas esenciales en la formación del hombre y de la sociedad.