La familia en horas críticas
Hace unos años, nadie hubiera imaginado a Alberto Ruiz Gallardón en un Congreso Católicos y Vida Pública. Menos aún saliendo por la puerta grande, aclamado por un público puesto en pie. Y, sin embargo, ésa es básicamente la crónica de lo que sucedió el pasado viernes en el Campus de Montepríncipe de la Universidad CEU San Pablo
El expresidente de la Comunidad de Madrid, exalcalde y exministro de Justicia don Alberto Ruiz Gallardón reconoció implícitamente que hubo en el pasado falta de sintonía con su auditorio en materias tan sensibles como el respeto a la vida y a la familia. Mea culpa. «Ustedes han sido durante muchísimos años, cuando a lo mejor algunos cometíamos algunos errores, los que han marcado un camino, y yo quería devolverles con gratitud el hecho de haber marcado ese ejemplo y haber plantado una semilla, que hoy unos, mañana muchos y, estoy convencido de que, en el futuro, la inmensa mayoría seremos capaces de convertir en buen fruto», les decía a los congresistas. En esa atmósfera de confidencias, el ex ministro tuvo unas palabras para el consiliario nacional de la Asociación Católica de Propagandistas, monseñor Fidel Herráez, obispo auxiliar de Madrid, a quien —sin mayor explicación— le transmitió su agradecimiento «por cómo me ha ayudado, por cómo me ha acompañado, cómo me ha entendido y cómo me ha perdonado a lo largo de todos estos años».
Era la escenificación del regreso del hijo pródigo. Gallardón eligió el Congreso Católicos y Vida Pública para romper un silencio de varias semanas sobre su dimisión. En agradecimiento, recibió un sonoro homenaje, como el héroe que no consiguió derogar la ley que consagra en España el aborto como derecho, pero dio su vida (política) en el intento.
Gallardón habló de la abortada reforma del aborto guardando las formas con su partido hasta que el titular saltó en el tiempo de descuento, en su respuesta a una última pregunta leída por Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, sobre si, «en la decisión de retirar el anteproyecto de ley del aborto», influyeron «los intereses de las clínicas abortistas». Gallardón hizo un primer quiebro: «No tengo ese dato para poder contestar con exactitud». Y entonces explotó: «Me da igual. No me importa que haya sido porque lo ha promovido un lobby económico, no me importa que haya sido porque alguien ha podido pensar que es un beneficio electoral. Es lo de menos. Lo de más es que no hay ninguno, ni uno solo de los motivos que pudiésemos imaginar en contraposición al deber moral de cualquier ser humano de defender la vida de sus semejantes, que se pudiese anteponer. Por lo tanto, sea éste o sea cualquier otro, lo único que me da es asco».
Si el recibimiento había sido afectuoso, la despedida fue apoteósica. Pero Ruiz Gallardón no se limitó a dejar esa frase lapidaria, sino que dejó al Congreso una extensa reflexión sobre la familia como realidad previa al Estado, que los poderes públicos deben apoyar, «no solamente como consecuencia de la conveniencia, el beneficio y el retorno que, sin duda, ello tiene para la sociedad, sino por una obligación de derecho natural».
El deseo está vivo
Hoy «se habla de crisis, pero la familia es indestructible. Y tenemos que estar convencidos de esto para no flaquear en el apoyo», dijo el ex ministro. La inmensa mayoría de la gente (en España, más del 80 %) vive en familia. Y «el matrimonio sigue siendo el horizonte vital de la mayoría de los jóvenes», entendido y deseado como una unión para toda la vida, aunque «luego la vida nos lleva a cada uno adonde nos puede llevar». Lo mismo se aplica a la natalidad. Atravesamos un invierno demográfico, pero «todos los estudios demoscópicos demuestran que las mujeres europeas quieren tener más hijos de los que tienen», lo cual es un dato esperanzador, «aunque nos tiene que doler» que las mujeres no puedan satisfacer ese deseo.
Existe un profundo y generalizado deseo de matrimonio y familia. «Paradójicamente, somos la sociedad y los poderes públicos los que ponemos obstáculos de carácter económico, social, o cultural», afirmó.
Ruiz Gallardón echó mano de estadísticas que dibujan un preocupante panorama, aclarando: «Yo, al haber sido tres años miembro del Gobierno de España, soy responsable de muchas de las cosas que aquí voy a criticar», dijo, y habló del envejecimiento de la población (el promedio de edad ha aumentado 6 años en los últimos 20 en Europa), del desplome de la natalidad, de la plaga del aborto («más de 28 millones de abortos desde 1992»; y «es la primera causa de mortalidad infantil» en Europa), de la caída de la nupcialidad, del aumento del divorcio (sólo el 30 % de los matrimonios dura hoy más de 20 años), etc., etc.
«Ahora, podría hacerles un discurso económico, y decirles que todo esto significa un incremento de los gastos sanitarios, incremento de las pensiones, una quiebra de las prestaciones sociales, una quiebra del Estado del bienestar. Pero créanme que, siendo eso extraordinariamente importante, más me preocupa la inestabilidad familiar, la tendencia al individualismo y, en definitiva, la desestructuración brutal y sin precedentes de nuestra sociedad», apostilló.
La batalla de las ideas
La prioridad, para Ruiz Gallardón, es dar la batalla de las ideas. Buena parte de la sociedad ha asumido postulados ideológicos que contradicen «los hechos cotidianos», o incluso sus propios anhelos y deseos personales. Para dar esta batalla, se necesita «articular y fortalecer nuestro pensamiento y proclamarlo con orgullo».
El ex ministro insistió en la importancia de que las familias tomen conciencia de que no pueden abdicar de su derecho a la educación de los hijos —ni a favor del Estado, ni de instituciones privadas—, y planteó la necesidad de más medidas de conciliación laboral y familiar con enfoque netamente de familia. «Cuando hablamos de conciliación, ¿en quién están pensando los Gobiernos? Están pensando en la mujer. Esto no es malo, pero es insuficiente. La familia en su conjunto es quien tiene que recibir esas ayudas. Hay que dar libertad a la familia para que elija» cómo organizarse.
Como ejemplos de los peligros de esa mentalidad que busca exclusivamente «ampliar el mercado laboral» incorporando a más mujeres (algo, en sí mismo, «fantástico»), Ruiz Gallardón aludió a los modelos que presentan las multinacionales Apple y Facebook, «que financian a sus empleadas jóvenes la congelación de sus óvulos», o las palabras de la presidenta del Círculo de Empresarios —luego «matizadas y desmentidas», aclaró—, en las que abogaba por contratar a mujeres menores de 25 años o mayores de 45 años, «sin riesgo de maternidad».
Otro de los debates que abrió el ex ministro fue sobre la necesidad de adoptar una perspectiva de familia en las políticas migratorias. «La inmigración, que tanto ha aportado a nuestro propio bienestar económico, requiere integración». Y eso lo facilita la vida en familia. «La desestructuración se produce cuando los individuos quedan aislados». Por ello, «aunque esto suponga un aumento del presupuesto público en gastos sociales y en educación, seamos plenamente conscientes de que, si queremos dejar a las generaciones de nuestros hijos un legado de inmigración integrada en nuestro país, tenemos que apostar por un modelo» que permita al inmigrante vivir con su familia. «Y eso es algo que, desgraciadamente, muy pocas veces se ha dicho en este país».
El encargado de presentar a Alberto Ruiz Gallardón fue el presidente del Foro Español de la Familia, don Benigno Blanco. Ambos han mantenido en los últimos años una estrecha relación de cooperación, y la complicidad se notó en el estrado. Pero Benigno Blanco, además de ejercer de presentador, dejó caer algunas reflexiones que, después, fueron objeto de debate a lo largo de los tres días de Congreso. «La familia hoy día —dijo— está tan de moda como siempre. Vivimos en familia la mayor parte de las personas. Fracasan al intentar hacer familia muchos, como siempre ha pasado. En materia de sexualidad, no hay nada nuevo bajo el sol desde la época de las cavernas. Todo está como siempre. Lo que pasa es que tenemos que afrontar el problema singular de nuestra época para hacer familia, que es el no reconocimiento de la realidad de la familia por muchos de nuestros contemporáneos, que ya no saben ver qué significa un chico con una chica y la posibilidad de ser papá y mamá, que confunden el amor con la sexualidad, la sexualidad con la genitalidad, que le tienen miedo a la vida, que no logran entender que no se puede resolver un problema social matando a un niño… Son cosas que pasan hoy día», e introducen una fuerte carga de confusión en «aquellos que intentan formar una familia con la misma ilusión de siempre, pero, a veces, por no tener claras las ideas, no logran aclararse sobre cómo hacerlo».
En ese sentido, la responsabilidad de los medios de comunicación por lanzar mensajes y promover valores contrarios a la familia fue puesta, repetidas veces, sobre la mesa durante el Congreso. El ex ministro chileno Bruno Baranda fue, sin embargo, un paso más allá, y situó la crisis de la familia en el contexto de una crisis global que afecta hoy a todas las instituciones humanas (políticas, sociales, culturales, económicas…), en un contexto de cambio de época comparable al fin del Medievo, cuando «todas las instituciones» anteriores, «las creencias, las convicciones, los modos de vida, las ciencias, las artes…». fueron puestas en cuestión. «Todo cambió y fue para siempre. Pero quedaron en pie los ideales, los principios y las convicciones que debían permanecer. Murió lo que debía morir y sobrevivió lo que tenía que sobrevivir por su intrínseca calidad».
Algo similar sucederá hoy con la revolución tecnológica. «Morirán muchas cosas, o costumbres, que tal vez deban morir. Y sobrevivirá lo más esencial, lo que tenga real y profunda valía y trascendencia». Ése es un gran reto para las familias cristianas. Y un gran privilegio. «Hubo tiempos larguísimos en que cientos de generaciones no hicieron más que repetir, con rutinas insoportables, en ocasiones, formas de vida estancadas, en las cuales ningún desafío les llamaba a protagonizar exigencias superiores». Hoy, «constituye una oportunidad preciosa el hecho de tomar consciencia de que nos ha correspondido nacer y vivir en un tiempo de decisivas inflexiones históricas, que obligan a tareas excepcionales, que, por su propia naturaleza, se alzan como misiones de grandes exigencias. Es un auténtico privilegio ser llamados al protagonismo en una etapa extraordinaria en el camino de la Humanidad».
No va a ser fácil. Serán tiempos de «inestabilidad e incertidumbre… Ninguno de nosotros ha sido educado para este reto. Por eso, de entrada, se hace más necesario que nunca fortalecer hoy la preparación para la vida matrimonial y familiar», algo que, sin duda, es hoy para la Iglesia «una asignatura pendiente».
Además, los matrimonios cristianos deben tomar mayor conciencia de su responsabilidad. No se necesitan familias con «la equivocada necesidad de aspirar a lo magnífico y extraordinario». Se trata simplemente, con nuestros límites e imperfecciones, de «llevar una vida de familia coherente con las enseñanzas de nuestra Iglesia». Y dejar que «la luz del Evangelio, a través de los años, vaya esculpiendo, dando forma, cual carpintero de Nazaret, a un proceso en el que los esposos vamos madurando y fortaleciendo nuestros propios vínculos».