La familia como capital social - Alfa y Omega

La familia como capital social

De Roma a Madrid. El 25 de octubre, el cardenal Osoro firmó el nombramiento de Manuel Arroba como nuevo decano de la nueva sección del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II en Madrid. Juez de la Rota, pertenece a la comunidad del Instituto Jurídico Claretiano de Roma y es referendario del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, así como consultor de la Secretaría General del Sínodo de Obispos, del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos y de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Redacción
Foto: Archimadrid / Carlos González García.

Llega a Madrid después de 30 años en Roma con un gran bagaje de trabajo y preocupación por la familia.
Profesionalmente estaba centrado en la enseñanza del Derecho Procesal Canónico. Aunque ya en la etapa como decano de las facultades jurídicas de la Universidad Lateranense, pensamos incorporar una especie de derecho de familia de la Iglesia. Pusimos en marcha una reflexión, concretamente sobre la relevancia canónica que tiene la familia desde el punto de vista jurídico, y esto atrajo una tipología de estudiantes de Derecho Canónico que antes no teníamos. Se pueden añadir como momentos culminantes los sínodos de la familia —tanto el extraordinario de 2014 como el ordinario de 2015—, donde fui designado como miembro.

¿Qué aprendizaje extrajo de ambos sínodos?
La discusión sinodal no estuvo tan centrada en la idea de la comunión de los divorciados vueltos a casar. Toda la Iglesia se expresó recogiendo la preocupación de siempre sobre la familia, pero dándole un desarrollo interesante que Amoris laetitia formula con expresión elocuente: la importancia que tiene la realidad familiar para el crecimiento de las personas en la educación social, la transmisión de la fe… Esto no es un patrimonio solo del creyente, sino un bien en sí, un deseo profundo de relaciones de gratuidad, perdón o sacrificio desde un punto de vista experiencial. Y como tal, exige una aproximación que no se centre solo en la pareja, sino que se centre en la familia como capital social.

¿Qué propuesta hace el Instituto Juan Pablo II en esta nueva etapa?
Los esfuerzos en el pontificado de san Juan Pablo II para recuperar la centralidad de la familia en la propuesta cristiana están bajo los ojos de todos, y desde la creación del instituto esta ha sido la línea que seguir. Después, los sínodos no desmintieron en absoluto las líneas de Familiaris consortio, sino que confrontaron con la situación evolucionada en la sociedad; concretamente con un fortísimo grado de secularización inexistente 30 años antes, una situación legislativa a nivel internacional realmente preocupante, y una debilidad personal muy acusada a causa del narcisismo, que es lo que más impide la riqueza de las relaciones familiares. Es necesario entrar en diálogo. Y lo que se ha querido hacer ahora, en esta nueva etapa, es abrir el estudio sobre la familia a esas nuevas perspectivas, no dilapidar la herencia de san Juan Pablo II.

¿La reforma entronca el estudio sobre el matrimonio y la familia con la Teología?
Con el esfuerzo, eso sí, de superar un límite reconocido. La Teología se amplía en su propuesta para abordar el papel de la familia como vocación cristiana más compleja —que va más allá de las relaciones interpersonales entre los cónyuges—, para dar lugar a esas experiencias radicales básicas que permiten una inserción adecuada en la sociedad y en la comunidad cristiana. Además, se propone una segunda titulación en Ciencias del Matrimonio y de la Familia, de manera que a ese título puedan acceder aquellos que no tienen un bachillerato en Teología y, por tanto, hay una mayor posibilidad de acceso para los laicos y para otras vocaciones cristianas. En ese segundo título la peculiaridad está en el auxilio de las ciencias humanas, fundamentalmente del derecho, de la economía, y por supuesto de la psicología y de la sociología. Por ejemplo, es importantísimo que los agentes de pastoral comprendan, aunque nunca vaya a ser abogados, qué significa el concepto de interés superior del menor. Que los agentes tengan bagaje de formación los convierte en más creíbles en el diálogo con la sociedad.

¿Por qué se plantearon desde Roma abrir una sección en Madrid?
Considerando la evolución acelerada de la sociedad española —incluso en su legislación— en su modo de tratar la familia, Madrid y su riqueza universitaria pueden ofrecer, aparte de una experiencia familiar diocesana estimulante, la ocasión de crear dinámicas de relación con la sociedad.

¿Traspasará el instituto el ámbito académico para ser elemento de diálogo social?
Es muy importante que se asegure la calidad académica. Pero es importante también que la reflexión no se quede en las nubes. En ese sentido hay dos desafíos importantes: uno que se hacía en la etapa anterior, tener incidencia en la pastoral familiar de las diócesis, pero enriqueciéndola, porque en ocasiones las delegaciones diocesanas de familia se quedan en consultorios de parejas en crisis y hay otras muchas posibilidades que tienen a la familia como sujeto y objeto privilegiado de la evangelización. El otro es poder establecer dinámicas de encuentro con la sociedad, con los distintos agentes sociales.

¿Y cuándo se pondrá en marcha?
Está abierta la oficina para atender a los alumnos, viendo el encaje con los anteriores estudios y formulando la nueva propuesta, y ya se pueden hacer nuevas matriculaciones. El apoyo fundamental desde el punto de vista pastoral y diocesano es del cardenal Osoro y del vicepresidente ejecutivo, el presidente de la UCAM, José Luis Mendoza, que se hará cargo de la administración y gestión y aportará también profesores. Es de agradecer este apoyo, que deriva de una nueva reflexión de toda la iglesia.

Cristina Sánchez Aguilar / R. P.