La ética en la enseñanza de la fertilidad - Alfa y Omega

Pienso que cualquier persona estará de acuerdo en que conocer el estado de fertilidad personal en sí mismo no presenta ningún inconveniente ético. Aunque podríamos debatir éticamente sobre los medios que utilizamos para ese fin o la intención última que nos lleva a ello. Pero cuando estamos acotando la cuestión al reconocimiento por métodos naturales por parte de la mujer de los momentos en que es fértil (RNF), el asunto adquiere unos matices diferentes. En primer lugar, porque para ella la presencia de una fertilidad cíclica y temporal está acompañada de diversos cambios en su cuerpo que le es bueno conocer. Tanto para no darles más relevancia que la que tienen como para conocer alteraciones que puedan indicarle diversas afecciones de la salud. En segundo lugar, porque entre los bienes que conlleva la vida conyugal, dos de ellos acogen dentro de sí a los demás: el amor y la fecundidad. Es tal la unión que hay entre ellos que podemos considerarlos mutuamente interiores. El nosotros del compromiso conyugal coloca a los esposos en la gran tarea de que ambos bienes crezcan de forma armoniosa, de tal manera que sinérgicamente afiancen sus vidas. Esto conlleva que ambos bienes deben ser respetados conjuntamente y nunca uno debe ser sacrificado por el otro, para lo cual los métodos de RNF son necesarios. En consecuencia, educar para un matrimonio fiel y fecundo requiere ayudar a preparar responsablemente la convivencia conyugal, lo cual implica no solo, pero también, formar en la esfera de la fecundidad.

Para conseguir esto es necesaria una cierta planificación de la enseñanza afectiva de las personas, y esta debe cumplir una serie de principios éticos. Más en concreto, en la relativa a la fecundidad y sin ser exhaustivos, hay que prestar atención a los receptores de la docencia, los contenidos, dónde y cuándo impartirla o qué profesionales han de realizarla. Así, tal como ocurre con otras materias, esta enseñanza tiene que ser gradual, dependiendo de cada etapa educativa. Además, ha de integrarse dentro de la progresiva educación afectiva, ética y religiosa de las personas, algo que es responsabilidad primero de los padres y posteriormente de cada uno. Esto significa recibir primero una formación antropológica, ética y biológica sobre el amor humano en la que se contemple la fecundidad inscrita en él como hombre o mujer.

Respecto al dónde y el cuándo de esta docencia, considero que es posible en cualquier marco educativo, siempre que sea impartida con un enfoque integral sobre la realidad del amor conyugal y no simplemente como información biológica sexual o una estricta información antigestacional. También considero que es fácil crear ámbitos donde se pueda atender de una forma más personalizada la especificidad de la fecundidad propia del hombre y la mujer.

Partiendo de esa educación previa, en la que la conciencia ética reconoce cuáles son los comportamientos que dañan la fecundidad humana y la base antropológica que subyace a ello, se puede plantear mejor una formación próxima a la vida matrimonial. Como dice el Papa Francisco en Amoris laetitia los jóvenes, antes del matrimonio, «deben poder percibir el atractivo de una unión plena que eleva y perfecciona la dimensión social de la existencia, otorga a la sexualidad su mayor sentido, a la vez que promueve el bien de los hijos». En este contexto, la enseñanza de los métodos de RNF, sin abandonar su contexto antropológico-ético, puede y debe ser más práctica. Tanto en el aspecto del estricto reconocimiento de la fertilidad por parte de los novios, como también en la experiencia que sobre la paternidad responsable pueden darles otros matrimonios. En mi opinión, tarde o temprano –por diversos motivos– todo matrimonio se enfrenta o a un espaciamiento de la procreación durante un tiempo mayor o menor, o ante la necesidad –en casos más específicos– de ajustar las relaciones para que estas sean fértiles. Esto requiere una previa connaturalidad con estos métodos que facilite su adecuada utilización y favorezca el amor entre los esposos. Si la formación impartida es buena en lo antropológico-ético y prudente en el modo de realizarla, los futuros cónyuges tendrán elementos para juntos poder discernir libre y responsablemente cuándo la utilización de los métodos de RNF serán más convenientes en su vida conyugal.

Respecto a quién debe realizar esta enseñanza es necesario que sean profesores competentes, con formación humanística y biomédica. Además, la docencia tendría que estar incorporada en los estudios de grado y posgrado de Enfermería y Medicina. Finalmente, como los métodos de RNF se relacionan con la salud de la mujer, no hay inconveniente ético en su enseñanza en consultas, centros de salud o clínicas. Tal incorporación deberían acompañarse de una pedagogía en el ámbito biomédico para que se conceptualizaran como medios para que las mujeres y los esposos reconozcan mejor su fertilidad y actúen responsablemente respecto a su felicidad conyugal.