La espera y la esperanza
Sánchez se presentó a las elecciones diciendo que jamás aprobaría la amnistía ni el referéndum —el segundo plato del siniestro menú—. Pero eso no es lo importante. Lo esencial es que solo puede destrozar aquello que depende de él y eso nunca será lo crucial de nuestra vida
No se puede esperar nada de Pedro Sánchez, pero eso no es lo importante. Este jueves concluye el debate de investidura y él será designado presidente por la Cámara Baja. En ese pronombre masculino singular reside toda su conciencia. Porque no hay nada que no supedite a la consecución del poder, que, en su caso, no es solo un fin en sí mismo, sino el medio y el fin a la vez. Conviene recordarlo en esta semana de turbulencias: antes de que su partido lo echara por intentar hacer una décima parte de lo que luego ha hecho, él y su equipo camuflaron una urna para votar a escondidas su continuidad en la secretaría general del PSOE. Releo ahora un editorial publicado en octubre de 2016 que comenta aquel episodio y concluye: «Inquieta y mucho pensar qué decisiones podría haber tomado para ganar el Gobierno de España y preservarlo en su momento». Esa inquietud anida hoy en el corazón de millones de españoles que, incrédulos, asisten al pavoroso espectáculo de ver impotentes cómo será elegido presidente del Gobierno alguien dimitido de sí mismo. Es mentira que los cientos de miles de personas que salieron el pasado domingo a las plazas de España no asuman el resultado de las urnas. Es que Sánchez se presentó a esas elecciones diciendo que jamás aprobaría la amnistía ni el referéndum —el segundo plato del siniestro menú belga—, ni ninguna de las cesiones que le ha regalado a todos cuyos votos necesitaba. Pero eso no es lo importante.
Lo esencial es que Sánchez solo puede destrozar aquello que depende de él y eso nunca será lo crucial de nuestra vida. En la imagen, tomada de la concentración del domingo en Salamanca, veo a ciudadanos inclasificables. Cada uno con su idea, su historia, su voto distinto; unos amantes de la montaña y otros de la playa. Los habrá vegetarianos, mediopensionistas, a alguno le gustará cantar en la ducha, habrá albañiles y banqueros, algún cura, escritores, carpinteros, pobres de solemnidad, catedráticos, famosos de antaño y nuevas glorias, el becario del periódico local, director, parejas de enamorados que a la noche, ay, se prometerán lo imposible. Todos ellos están llamados a una vida grande, divertida, plena, llamados por Alguien a buscar en lo pequeño las palabras absolutas: verdad, bien y belleza. Esto es lo determinante de cualquier vida y eso no hay Sánchez en el mundo que pueda borrarlo.
¿Significa eso que no hay que salir a la calle? Diría que no. De hecho, significa lo contrario. Este próximo sábado volveremos a ver otro mosaico de vidas diversas en la manifestación que se ha convocado en Madrid. Y es que asumir lo esencial de nuestra vida nos obliga, a la vez, a ejercer nuestra responsabilidad ciudadana. Pero ese es un ejercicio que se puede hacer sin odio en el alma, sin pasamontañas ni rabia, sabiendo que todos, incluso el otro al que no vemos, el escondido o avergonzado, incluso el equivocado, estamos llamados por Alguien —de quien sí lo podemos esperar todo— a algo mucho más importante.