La energía, centinela de la democracia
Una conferencia internacional en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma analizó los males de la democracia moderna y la necesidad de Europa de mirar a África para el abastecimiento energético
«La indiferencia y el relativismo acaban creando un vacío en la democracia que puede ser peligrosamente llenado por ideologías y sentimientos que tienen en sí mismos las semillas de la negación de la propia democracia, como el nacionalismo, la identidad étnica y cultural que rechaza al otro y al diferente, o las muchas utopías revolucionarias que han marcado dramáticamente la historia del siglo XX». El secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Santa Sede, Paul Richard Gallagher, arrancó con esta lectio magistralis la conferencia internacional en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma sobre el gobierno del pueblo, que se rige en torno al principio del consenso mayoritario, pero que tiene que estar ligado siempre a la verdad y a la ética.
En un discurso impecable desde el punto de vista analítico, Gallagher apuntaló los males de la política moderna, que no legisla a partir de la «fuerza del mejor argumento», sino con los bajos «sentimientos instintivos», y señaló la «decadencia» de un sistema en el que se ha consolidado la «ruptura del nexo vital que debe unir consenso y verdad». «Una democracia sin valores se convierte fácilmente en totalitarismo abierto o tortuoso, como demuestra la historia», destacó. «Los políticos ganan las elecciones porque son cool, no porque tengan ideas, programas y tesis articuladas», denunció a continuación. En esta línea, criticó sin ambages los peligros de la «degeneración lobista de la democracia» cuando «las demandas que surgen de la sociedad no se examinan según criterios de justicia y moralidad, sino en función de la fuerza electoral o financiera de los grupos que las apoyan».
De otro lado, salió al paso de los miedos y los errores de las democracias occidentales, citando el brillante discurso del entonces cardenal Ratzinger, el futuro Benedicto XVI, ante el filósofo Jürgen Habermas: «La desestabilización del ethos es el principal peligro de nuestro tiempo y la razón última de nuestra crisis cultural. Todo compromiso es temporal, toda lealtad está condicionada. Cabe preguntarse si, junto al fenómeno migratorio, la movilidad no se ha convertido en una dimensión tan incisiva en la vida como para sugerir que la humanidad está volviendo a ser nómada». En un análisis quirúrgico de la sociedad contemporánea, consideró que nos estamos convirtiendo en «nómadas» en el ámbito familiar y político, lo que se traduce en una «relajación de los vínculos» que da paso a una «aglomeración de individuos yuxtapuestos que se han distanciado unos de otros, cuando no son altamente competitivos entre ellos hasta la hostilidad». En su largo discurso, también lamentó el derrumbe del multilateralismo y la política de cancelación: «Últimamente los foros internacionales se han caracterizado por polarizaciones crecientes y por intentos de imponer un pensamiento único, que impide el diálogo y margina a los que piensan diferente».
África, en el centro del diálogo
En el convenio internacional organizado con el título Democracia para el bien común. ¿Qué mundo queremos construir?, no podía faltar el tema de la energía: una variable estratégica clave para el desarrollo, para la integración regional, para la convivencia internacional y también para el avance de la sociedad democrática. El consejero delegado de la empresa energética Eni, Claudio Descalzi, analizó la crisis sin precedentes que vive el viejo continente y que ha disparado hasta máximos la factura eléctrica de las familias. «Rusia está desplazando su energía hacia el este, China e India en primer lugar. Estados Unidos se autoabastece energéticamente y, Europa, que consume 400.000 millones de metros cúbicos de gas, está en déficit total, buscando una alternativa al gas ruso», aseguró. Para el directivo de la petrolera italiana, la solución a la dependencia energética externa europea pasa ante todo por la «diversificación geográfica»; es decir, por mirar al continente africano. «Europa está ciega porque no ve que la energía que necesita puede venir de África y del Mediterráneo», aseguró. África y Europa están apenas separadas por 14 kilómetros, pero son dos mundos completamente distintos en cuanto a energía se refiere. En 2019, el continente africano —que representa el 17 % de la población global— solo fue responsable del 3,4 % del consumo de energía. En Europa, que acumula el 5,8 % de los habitantes, este porcentaje rondaba el 10,4 %. Además, el consumo energético promedio de una persona en Estados Unidos es aproximadamente 15 veces mayor que el de una persona en el África subsahariana. Una desigualdad patente que obliga —según Descalzi— a escuchar a África en lo que respecta a sus necesidades energéticas. «600 millones de personas no tienen acceso a la electricidad. Y el consumo energético del continente proviene de la biomasa, con una alta tasa de ineficacia y de deterioro de la vida de personas. Si no hay acceso a la luz muchas otras cosas no serán posibles», aseguró. Por eso Descalzi instó a mirar a África «de otra manera, poniéndola en el centro del diálogo, echándole una mano y tratándola de igual a igual». También recalcó que dar dinero para la cooperación «no basta» y puso de ejemplo a los misioneros, que saben bien que estar en el terreno supone «asumir riesgos y sufrir con ellos». «Crear valor y no buscar solo nuestro propio beneficio debe ser nuestro objetivo, y para ello debemos sacrificar algo a corto plazo, para centrarnos en un futuro de cooperación», remachó.