La «dolorosa» decisión de vender una iglesia - Alfa y Omega

La «dolorosa» decisión de vender una iglesia

A la hora de desprenderse de un templo o un convento, cuando ya no queda más remedio, la Iglesia prevé maneras que respeten su identidad como antiguos lugares de culto y no ofendan los sentimientos religiosos del pueblo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La iglesia de San Pedro antes de su transformación en San Pedro Cultural. Foto: San Pedro Cultural.

¿Qué se puede hacer con un templo que ya no se puede mantener?: esta es la pregunta a la que se enfrentan de vez en cuando diócesis y congregaciones en España, cuando la falta de fieles en una zona o la ausencia de vocaciones hacen inviable el mantenimiento de un determinado espacio sagrado.

Según Pablo Delclaux, secretario técnico de la Subcomisión para el Patrimonio Cultural de la Conferencia Episcopal, «una cosa está clara: la razón principal para la venta de un edificio, de un convento o de una iglesia no puede ser obtener dinero, porque desprenderse de estos espacios es doloroso para quien se ve obligado a tomar esta decisión».

Aunque el Código de Derecho Canónico prevé la posibilidad de reducir una iglesia sin culto a un «uso profano no sórdido», en la actualidad no existe una normativa detallada, ni de la CEE ni de la Santa Sede, sobre qué criterios emplear a la hora de vender un espacio sagrado. Poco antes de la pandemia tuvo lugar en Roma el congreso Dio non abita più qui? (¿Dios ya no vive aquí?), organizado por el Consejo Pontificio para la Cultura. En él, representantes de conferencias episcopales de todo el mundo debatieron sobre cómo abordar los procesos de enajenación de lugares de culto y bienes eclesiásticos, y concluyeron que las diócesis pueden vender un edificio de culto a una institución o a un particular, «porque una iglesia abandonada o en peligro puede constituir un contratestimonio». Para evitarlo, recomendaron que en la transacción se incluyan cláusulas «que preserven de una reutilización indebida, o de situaciones en las que se ofenda el sentimiento religioso del pueblo cristiano».

Así, «deben excluirse las reutilizaciones comerciales con fines especulativos» y «hacer un esfuerzo para asegurar un nuevo uso religioso o cultural, en la medida de lo posible compatible con la intención original de su construcción».

Aquel congreso concluyó que, dado que los edificios sagrados «son un signo visible de la presencia de Dios en la sociedad, su dimensión evangelizadora permanece, aunque pierdan su uso litúrgico». Este es el caso de los cuatro templos cuyas historias ocupan estas páginas.

«Aquí fue donde hice mi Primera Comunión»

Javier Sanz tenía tanta relación con la iglesia de su pueblo que, cuando en el año 2012 la capilla de la Orden Tercera de San Francisco, en La Seca (Valladolid) salió a subasta, la compró.

«Ni siquiera recuerdo cuándo entré aquí por primera vez, porque mis padres me traían a Misa desde pequeño. Aquí hice mi Primera Comunión y aquí fui monaguillo», afirma, recordando asimismo las sesiones de cine que montaba el párroco en la sacristía para los más jóvenes.

El templo fue construido en el siglo XVIII por los franciscanos, como una capilla adyacente a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Con los años fue cayendo en desuso y en los años 70 fue desacralizado. Durante décadas estuvo en ruinas hasta que Javier Sanz, viticultor al frente de una bodega con su mismo nombre que elabora vinos con denominación de origen de Rueda, decidió pujar por ella en una subasta.

Para mí fue «un asunto sentimental», porque «temía que la demolieran para hacer viviendas», afirma. Lo que adquirió fue una antigua iglesia con el techo totalmente vencido, las bóvedas por el suelo y las paredes agrietadas: nada que ver con el lugar que recordaba.

Se puso manos a la obra y hoy ese lugar es el espacio Orden Tercera, donde organiza eventos de tipo social, corporativo o familiar, presentaciones de discos y catas de vinos, siempre con la mirada en lo que en su día fue la iglesia: un lugar de relaciones personales, con el vino como hilo conductor.

Una biblioteca que continúa con el carisma original

En sus buenos años, las Escuelas Pías de San Fernando llegaron a tener más de 2.000 alumnos, y fue la primera escuela de sordomudos de España. Fundado en 1729, fue el primer colegio que regentaron en Madrid los padres escolapios, fundamentalmente orientado a niños sin recursos. Sus instalaciones, su internado y su comunidad religiosa funcionaron sin sobresaltos hasta los inicios de la Guerra Civil, en el año 1936, cuando fue incendiado. Quedó en ruinas y, cuando acabada la contienda, los escolapios tuvieron que decidir entre si reconstruir el centro o no, «estaban tan impresionados con el estado en el que había quedado que no quisieron volver a levantarlo», afirma el religioso Zacarías Blanco, un escolapio que fue provincial de la orden en España.

Después de pasar por varias manos, el lugar es hoy la sede de la biblioteca de la Universidad a Distancia (UNED), cuya estructura conserva la distribución de la iglesia original y su fachada, «y nosotros estamos contentos porque lo que aquí se hace está, de algún modo, en continuidad con nuestro carisma», asegura Blanco.

Una ermita para grabar series y MasterChef

El Cigarral del Ángel, en Toledo, es uno de los lugares más pintorescos de la geografía de la ciudad. Al dominar el valle de Agalén, con el Tajo fluyendo suavemente en la distancia, y con el perfil de la ciudad imperial levantado majestuoso en la distancia, este lugar privilegiado fue el enclave elegido para levantar allí en su día la ermita del Santo Ángel, como custodiando desde la lejanía la ciudad de Toledo.

En su origen se alzaba aquí una palestra romana, que tras la invasión musulmana pasó a ser el lugar donde el gobernador Abd Allah ibn Abd al-Aziz levantó su palacio, ya en el siglo XI. 400 años más tarde, el Cigarral del Ángel acogió la boda de la infanta Teresa de León, como presagiando las bodas que allí se celebran hoy en día.

Posteriormente, el enclave perteneció al marqués de Villena hasta que, en el siglo XVI, pasó a ser propiedad del arzobispo de Toledo, el cardenal Bernardo de Sandoval. Fue él quien, en 1611, donó parte de la finca a los frailes capuchinos, convirtiendo el cigarral en uno de los conventos más conocidos de la orden. Aquí se formaron numerosos frailes y muchos de ellos acabaron sus días como misioneros en América.

Con el tiempo, el convento cambió de manos y acabó convirtiéndose en la residencia privada de verano de las familias más notables de Toledo. La última propietaria fue la escritora Fina de Calderón, quien convirtió el cigarral un lugar de encuentro de poetas y centro de actividades culturales de altura internacional.

Los dueños actuales han hecho del Cigarral del Ángel un enclave único para la celebración de bodas y eventos, así como para rodajes de cine. Aquí se han filmado secuencias de series como El secreto de Puente Viejo y Acacias, y programas de éxito como MasterChef.

Del convento de los capuchinos quedan hoy un claustro y una ermita que conserva un cuadro de Vicente Carducho. Es esta última el lugar indicado para filmar escenas de bodas en las citadas series, y, aunque ya no tiene culto diario, los dueños han querido conservar este espacio con su imaginería religiosa.

Además, todos los años el cigarral abre sus puertas en el mes de mayo para que tenga lugar una romería en la ermita. «Para nosotros, la ermita tiene un valor incalculable –asegura Sofía Peralo, sales manager del Cigarral del Ángel–, y a la gente que viene le gusta mucho entrar a verla. La mantenemos siempre abierta, es muy especial».

Un paseo románico por las estrellas

Becerril de Campos, en pleno Camino de Santiago, es una de tantas localidades de España afectadas por la despoblación. En tiempos mejores llegó a tener hasta siete templos, pero el tiempo ha ido reduciendo poco a poco el número de iglesias frecuentadas por sus habitantes. La de San Pedro es una de ellas: erigida en el siglo XII en un estilo románico –al que se le asociaron después algunos elementos góticos–, en el siglo XX dejó de usarse.

En la década de los 40 fue utilizada como colegio y después pasó a ser un almacén de grano. Con los años se fue debilitando su estructura, y llegó un momento en el que la inclinación de su torre llegó a amenazar las viviendas colindantes. En los años 70 se demolió la torre, pero el tejado y las bóvedas no aguantaron y acabaron venciéndose. Quedó en ruinas hasta que, en el año 2011, el Ayuntamiento decidió intervenir y la rehabilitó como espacio cultural y de eventos, con el nombre de San Pedro Cultural.

Hoy en su interior oscila sin cesar un péndulo de Foucault que es la atracción de cuantos lo visitan, porque muchas de las actividades que acoge esta antigua iglesia románica están centradas en la astronomía: desde un stellarium de constelaciones y estrellas proyectado en el techo, hasta exposiciones de meteoritos y piezas de misiones espaciales, siempre respetando su identidad.

«Todo lo que se hace aquí tiene que estar en consonancia con el espacio, no se puede hacer cualquier cosa», confirma Alba Santamaría, una de las guías de San Pedro Cultural.

Así, quien lo visita puede percibir claramente la estructura sagrada, «y la gente sale contenta de haber vivido una experiencia en un lugar distinto que conserva su espíritu románico», concluye Santamaría.