Leo en un libro infantil que las tiritas no sirven para curar las heridas del corazón. La niña protagonista, Chloe, ávida en llevarlas en la mochila para repararlo todo, desde rasguños a libros, se encuentra con un amigo muy triste y no sabe cómo llegar hasta su alma para poder repararla. Su madre le recuerda que hay otras tiritas para este tipo de heridas: los abrazos. Estos días varias personas queridas que viven físicamente lejos tienen el corazón cansado o roto y yo querría remediarlo con ese abrazo que la madre de Chloe le recomendó a su pequeña. Pero, en estos momentos, no puedo. Nos separan mares y horas de avión. Y aquí es donde hay que ingeniárselas para estar, para mandar esas tiritas virtuales que colaboren mínimamente en la reparación o hagan menos pesado el camino.
Hoy demonizamos mucho el mundo virtual y las redes sociales, pero yo, gracias a ellas, puedo cantar una canción con mi hija, que habla de raíces y permanencia, y enviársela a mi amiga, para que se sienta acompañada. Puedo recordar una mañana de martes a otra que pienso en ella y estoy lejos pero cerca. Puedo acompañar en la distancia, aquí y ahora.