La dimensión del pecado
Nadie debería tener que verse forzado a dejar su tierra; mucho menos en estas condiciones atroces que solo benefician a los criminales y a los explotadores laborales. La injusticia estructural de sus países de origen tiene estas consecuencias abominables
Esto que ve usted aquí es un accidente. La noticia la contó Alfa y Omega en su versión online el pasado 10 de diciembre. Un camión que transportaba a más de un centenar de centroamericanos, en condiciones de hacinamiento en su caja seca, volcó en una curva, debido al exceso de velocidad, en la carretera Chiapa de Corzo-Tuxtla Gutiérrez. Murieron 55 de los ocupantes. 73 quedaron heridos. Todo parece indicar que se dirigían a los Estados Unidos. Iban desde Comitán de Domínguez, una localidad de Chiapas cercana a la frontera con Guatemala.
Mirando esta foto –los cuerpos cubiertos con sábanas, los policías, los bomberos, los civiles que se acercaron para ayudar o solo para ver–, uno pensaría que es una noticia de sucesos. Trágica, sí, pero inevitable. A fin de cuentas, todo era peligroso: el hacinamiento, el viaje larguísimo, la falta de las más elementales medidas de seguridad, etcétera. El negocio de los tratantes de seres humanos se cobra parte del precio en dinero y parte en vidas humanas. Algunos se ahogan en el Mediterráneo. Otros se matan en carreteras centroamericanas. Otros mueren de frío o de agotamiento, atravesando desiertos o cadenas montañosas. Es la cara B de la globalización. El rostro atroz de estos nuevos cristos crucificados en la historia; mejor dicho, en nuestra historia, en nuestro tiempo.
Estamos en Adviento, el tiempo de la espera. Ellos también esperarían. El primer contacto después de la decisión terrible de dejar su tierra. Las etapas iniciales de un viaje cuyo final siempre es incierto. Algunos lo hacen por ferrocarril, subidos a los techos de los vagones. Lo llaman La Bestia y El tren de la muerte. Otros, como estos que ahora han muerto, se arriesgan por carretera. Aún hay gente, la más desesperada, que simplemente echa a andar. Por el camino sufren toda clase de vejaciones: robos, agresiones, extorsiones. No son pocas las mujeres a las que violan. Si hay algo parecido al Calvario, es este viaje inhumano que estos hombres emprendieron.
Al llegar a su destino, les esperan la explotación laboral, la exclusión social, la marginalidad, el chabolismo vertical, la falta de cobertura sanitaria, la irregularidad administrativa. Atrapados en una espiral terrible, las redes de tratantes de seres humanos pueden incluso prolongar el pago de la deuda con intereses mediante el trabajo forzado en distintas industrias clandestinas. El negocio de la trata de seres humanos es uno de los más lucrativos del planeta, junto con las armas y el narco.
Nadie debería tener que verse forzado a dejar su tierra; mucho menos, en estas condiciones atroces que solo benefician a los criminales organizados y los explotadores laborales. La injusticia estructural de sus países de origen –la corrupción, la inseguridad y las bandas, la explotación de los recursos naturales en beneficio de las multinacionales, la falta de inversiones que redunden en provecho de los ciudadanos– tiene estas consecuencias abominables.
Estamos en el tiempo de preparar el camino al Señor, de allanar sus senderos. En el Evangelio del III Domingo de Adviento, Juan el Bautista llamaba a la conversión practicando la caridad y la justicia. Esas cosas fueron las que les faltaron a estos hombres que se mataron hacinados en un camión de camino al norte. Esas cosas son las que nos faltan, hoy, en nuestro mundo.
He aquí la dimensión de la tragedia y el pecado de la humanidad.