La despedida a los difuntos será propuesta como patrimonio común de la humanidad
El Observatorio de Servicios Funerarios y la Universidad Católica de Valencia acuerdan estudiar las distintas tradiciones que hay en nuestro país en torno a la muerte
«Mi madre era creyente en Dios, aunque no seguía a la Iglesia. Por eso organizamos una despedida para ella en un local de juegos infantiles que curiosamente se llama Carpe Diem, con los niños jugando por ahí y la gente comiendo a un lado. Sobre todo, queríamos celebrarla a ella, la persona que fue, de una manera cariñosa». Así decidieron despedir recientemente a su madre dos hermanas de Alcorcón (Madrid), una muestra de que junto a costumbres funerarias muy asentadas en España también están surgiendo otras por parte de creyentes de otras religiones e incluso agnósticos.
En el islam, el rito de despedida de los muertos comienza con la familia susurrando al oído su profesión de fe, para que sea lo último que oiga en esta vida. Luego se inicia el lavado ritual y el amortajamiento del cuerpo. El islam prohíbe la cremación, por lo que al difunto se le entierra; sobre el lado derecho y orientado hacia La Meca.
Para estudiar todo este fenómeno, la Universidad Católica de Valencia (UCV) ha firmado un acuerdo con el Observatorio de los Servicios Funerarios, órgano asesor y consultivo del sector fúnebre en España, para investigar el cuidado de los difuntos y su homenaje por parte de las familias. «Hay algo común en todas las costumbres funerarias», asegura María Dolores Asensi, presidenta del OSF. «En esta época de tanta deshumanización, la forma de despedir a nuestros seres queridos es una muestra de respeto, empatía y compasión. Y, para los jóvenes, lejos de ser un elemento de rechazo, es también algo que tiene una marcada dimensión educativa».
El acuerdo entre ambas instituciones contempla la creación de un equipo de investigadores formado por representantes de varias religiones, que contarán los aspectos fundamentales del sepelio en su propia tradición. «El objetivo es publicar un estudio científico con todas las aportaciones, teniendo en cuenta que no es lo mismo un entierro en Galicia que otro en Andalucía, y que toda la variedad de costumbres se está enriqueciendo en los últimos años con los usos funerarios que están importando los inmigrantes», afirma Asensi. A medio plazo, este estudio servirá para declarar la tradición funeraria en España «como patrimonio inmaterial común en nuestro país, un primer paso para después proponérselo a la UNESCO», desvela.
En el judaísmo, después de un lavado ritual y tras ser envuelto en un sudario, el cuerpo se deposita en el suelo rodeado de velas. Es costumbre que los familiares se rasguen las vestiduras en señal de dolor. A la hora del enterramiento, al difunto se le coloca en una sencilla caja de madera sobre la que los familiares ponen tierra y piedras.
Una primera mirada a las estadísticas muestra que, a la hora de decir adiós a sus seres queridos, la mayoría de los españoles opta por un ritual religioso: un 88 % frente a los sepelios sin connotación religiosa, un porcentaje que ha subido seis puntos desde el comienzo de la pandemia.
Espacios específicos
«Es indudable que los ritos funerarios son una frontera entre las diferentes religiones», observa Andrés Valencia, director de la cátedra Yves Congar, que estudia el ecumenismo desde la UCV. En su opinión, «aquí está implicado un derecho fundamental como es el de la libertad religiosa, que es ejercido por el difunto a la hora de afrontar su muerte así como por su familia a la hora de vivir ese momento». Para Valencia, «el hecho de que tanto creyentes como agnósticos traten al cadáver como bastante más que un mero residuo físico ya indica una sensibilidad común». Así, la investigación sobre las diferentes tradiciones de despedida «debería confluir en una especie de vademécum para que los actores implicados en el proceso funerario sepan cómo tienen que actuar en uno u otro caso». Esto influiría en la posibilidad de crear «espacios específicos para cada sensibilidad, sin que el momento del funeral o del entierro tenga que depender del criterio de uno o de otro».
Con todo, aunque el empuje de otras religiones se nota cada vez más en las costumbres funerarias de nuestro país, la religión que protagoniza la mayoría de los entierros es la católica. José Luis Sáenz-Díez de la Gándara, delegado diocesano de Exequias de Madrid, explica que el ritual católico recoge tres momentos y dos peregrinaciones. Todo comienza con el velatorio en casa para luego acompañar al difunto hasta la iglesia, y de allí al cementerio. Hoy, el tanatorio ha sustituido en muchas ocasiones al hogar, pero se conserva lo esencial de este proceso «en el que vamos diciendo “a-diós” en su sentido literal, es decir, ponemos a nuestro familiar y amigo en manos de Dios», afirma. Durante todo este camino, es fácil encontrarse con personas que están alejadas de la práctica religiosa, «pero siempre agradecen unas palabras y unos ritos que les hablan de la buena noticia del Señor que ha vencido la muerte y que está esperando al difunto para darle descanso», añade el delegado de Exequias de Madrid.
En el budismo, la creencia general es que la conciencia no abandona inmediatamente el cuerpo, por lo que se tiende a demorar el entierro. Hasta entonces al cadáver —especialmente la cabeza— no se le debe tocar. La familia viste de blanco en señal de duelo y al difunto se le puede inhumar o enterrar, según su deseo.
En el caso de agnósticos o ateos, esta labor de consolar a los vivos la realizan otras personas que actúan como maestros de ceremonias. «En casi todas las instalaciones funerarias hay salas multiconfesionales sin simbología religiosa donde se reúnen los allegados —cuenta María Dolores Asensi—. Se suele poner la música que le gustaba al difunto o se lee una lectura especial. Son eventos que se adaptan a la persona, porque no por no tener creencias dejas de desear una despedida para tu familiar».
En el caso de la pastoral católica de exequias, «la liturgia habla de lo fundamental de la vida», afirma José Luis Sáenz-Díez de la Gándara, quien remarca que se trata de un momento «en el que la Iglesia ora con los pobres». Por eso entiende que «todos necesitamos un momento especial para despedirnos, pues si la presencia de Dios no se barruntara, la vida sería un camino hacia la nada».