La crónica blanca - Alfa y Omega

Quizá soy una idealista. Pero yo estudié Periodismo para contar historias. Para ser la voz de los que solo susurran pero no pueden gritar; los nadies que diría Eduardo Galeano. Para buscar la verdad, no la loa. Para hacer justicia, no generar lo contrario. Para informar al pueblo, no desinformarlo. Para generar serenidad, no ruido. Para hacer una crónica blanca, no negra. Eso era lo que me habían contado que suponía este cuarto poder. Y, sin irme tan lejos, lo que mismamente dijo el Papa León XIV en su primer encuentro con la prensa que había cubierto el cónclave: «Hoy, uno de los desafíos más importantes es el de promover una comunicación capaz de hacernos salir de la “torre de Babel” en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, frecuentemente ideológicos y facciosos». Por eso, me resulta realmente decepcionante cuando utilizamos este noble arte en peligro de extinción para señalar a personas concretas, en ocasiones incluso sin fundamento alguno. Solo por artimañas internas o para conseguir algo más de un poder terrenal que, tarde o temprano, terminará. La palabra es poderosa: puede salvar vidas o acabar con ellas. No podemos jugar con esta ventaja para destruir. Sí para construir.