La consagración de Rusia y Ucrania
Ambos pueblos eslavos comparten la devoción mariana. Ambos han pintado iconos bellísimos. Ambos han cantado himnos en su honor. Rusos y ucranianos han elevado oraciones a la Madre de Dios desde hace más de 1.000 años
Solo podemos mirar al mal del mundo abrazados a la cruz y a través de ella. Así estuvieron las tres Marías y Juan aquel día terrible del Calvario. A la Virgen le habían matado al Hijo crucificándolo como un malhechor entre dos ladrones. Ella, que había ido guardando tantas cosas en su corazón, veía a Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien, colgado de un madero. No exageraba el anciano Simeón: «Una espada te traspasará el alma».
A la Virgen hoy le traspasan el alma las balas, los cohetes, las bombas, las ametralladoras, los edificios que saltan por los aires, las ciudades en llamas. Ucranianos y rusos se matan en una guerra que el Papa ha calificado de «cruel e insensata» y «atroz». Ambos pueblos eslavos comparten la devoción mariana. Ambos han pintado iconos bellísimos. Ambos han cantado himnos en su honor. Rusos y ucranianos han elevado oraciones a la Madre de Dios desde hace más de 1.000 años. Ahora estos dos pueblos se desgarran en una guerra que no deja de tener un punto fratricida. El Papa ha consagrado a Rusia y a Ucrania a la Virgen María.
Un amigo cura me dijo una vez, creo que ya se lo he contado a ustedes, que no hay pecado que resista la sangre de Cristo. La Virgen la vio derramada ahí donde está ahora mismo el Papa en esta foto: al pie de la cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo. Si hay alguien que puede intervenir para detener esta locura es Ella, a quien invocamos como «auxilio de los cristianos». Por eso, hay que sumarse a la oración del Sucesor de Pedro en esta consagración: «Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón Inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz».
Se trata, ha dicho el Santo Padre, de un gesto de «plena confianza de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel e insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre, depositando en su corazón el miedo y el dolor, y entregándose totalmente a Ella». En medio de este horror, no bastan las fuerzas humanas para atravesar «este valle de lágrimas».
Y así estamos ahora mismo: rezando por la paz, por la reconciliación entre dos pueblos que ahora parecen más enfrentados que nunca, por el perdón que hoy parece imposible, por la piedad y la misericordia que hoy parecen haber abandonado esta tierra. El Sumo Pontífice ha expresado esta incapacidad para romper con nuestras propias fuerzas la espiral del pecado: «Nosotros solos no logramos resolver las contradicciones de la historia, y ni siquiera las de nuestro corazón. Necesitamos la fuerza sabia y apacible de Dios, que es el Espíritu Santo».
Recemos por Ucrania y por Rusia, consagradas a la Virgen María.