La Consagración al Corazón de la Virgen, en 1984, en el mismo Moscú. Desde el corazón del ateísmo - Alfa y Omega

La Consagración al Corazón de la Virgen, en 1984, en el mismo Moscú. Desde el corazón del ateísmo

El 25 de marzo 1984, cuando el Papa Juan Pablo II llevaba a cabo la consagración del mundo al Corazón de María, a 3.000 kilómetros de Roma, en el mismo Kremlin, un obispo eslovaco, enviado por la Madre Teresa, celebraba la Misa clandestinamente y realizaba la Consagración con una oración escondida en las páginas del Pravda. Así fue consagrada Rusia al Corazón de María, desde el corazón del ateísmo:

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Iglesia de la Dormición, Moscú. Foto: Superchilum.

¡No más infantilismo religioso! Ahora la salvación está en el comunismo: la propaganda antirreligiosa circulaba por toda la Rusia soviética desde la Revolución de octubre de 1917. Las iglesias se convirtieron en museos y, al mostrar a Cristo crucificado, se explicaba: ¡El antihombre! Durante el siglo XX, el pueblo católico, siguiendo las indicaciones de la Virgen en Fátima, rezó por la conversión de Rusia, para salvarla de sus errores y finalizar la persecución contra los creyentes. Una de las peticiones de la Virgen fue que todos los obispos del orbe se unieran espiritualmente para consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María. El día que eligió el Papa Juan Pablo II fue el 25 de marzo de 1984, y dicho acto tuvo lugar en Moscú de una manera muy especial: unos días antes, la Madre Teresa se encontraba hablando en Calcuta con monseñor Pavol Hnilica, un obispo eslovaco amigo de Juan Pablo II y que sufrió la persecución comunista en su país. Madre Teresa le pidió una misión desconcertante: que fuera él personalmente a realizar la Consagración en el mismo Moscú, en el preciso momento en el que el Santo Padre lo haría desde Roma.

Durante aquellos días, Madre Teresa, así como todas las Misioneras de la Caridad, rezaron por esta intención, y la madre de los pobres acompañó personalmente a monseñor Hnilica al aeropuerto, entregándole su rosario y diciéndole que iban a seguir rezando mucho por él en aquellos días. Así, acompañado de su colaborador, el padre Leo Maasburg, aterrizó en Moscú el 24 de marzo, de incógnito, como dos turistas que iban a ver los principales museos de la ciudad. Pero no iba a resultar fácil: años después contaba que «tuve un momento de pánico cuando mostré mi pasaporte a los soldados. Aunque yo llevaba pasaporte italiano, los guardias empezaron a sospechar de mí; hicieron unas cuantas llamadas, pero era tan temprano que nadie les respondía al teléfono. La temperatura era de -5º, pasaba el tiempo y yo estaba muy preocupado. Me veía ya en Siberia, así que metí mi mano en el bolsillo y empecé a rezar el Rosario con el que me había dado la Madre Teresa». Después de una hora de preguntas y llamadas infructuosas, el guardia, desesperado, selló su pasaporte y le dejó pasar.

P. Hnilica. Foto: R. Serafini. A la derecha: Madre de Dios de Fátima.

La verdad, ¡en el Pravda!

El día 25, fiesta de la Anunciación, comenzaron su visita a la ciudad y acabaron en el Kremlin. En un área de 28 hectáreas, se suceden los edificios civiles y de gobierno, así como iglesias en las que, después de la Revolución de 1917, se prohibió el culto, convirtiéndose así en museos de la antigua superstición. Monseñor Hnilica entró en la iglesia de la Dormición, donde antaño eran coronados los zares, fingiendo admirar las obras de arte. Pero, una vez dentro, a la misma hora en la que el Papa Juan Pablo II comenzaba la ceremonia de Consagración al Inmaculado Corazón de María, «me vi solo y entonces comencé a concelebrar la Misa de memoria, valiéndome de un poco de pan y de vino que ocultaba conmigo. Fue un intenso y emocionante momento de fe. No se celebraba allí la Misa desde hacía 76 años, y recé para que el Patriarca ortodoxo pudiera volver de nuevo a celebrar la liturgia en ese lugar».

Luego, lentamente, desplegó un ejemplar del Pravda [en ruso, paradójicamente, La Verdad], el diario oficial comunista, dentro del cual había escondido la oración a la Virgen; y, así, consagró el mundo y toda Rusia al Inmaculado Corazón de María. Al salir de Moscú, fue a Roma, donde su amigo Juan Pablo II, al conocer esta historia, exclamó: ¡Verdaderamente la Virgen María te ha llevado de la mano!