La conciencia de Hong Kong
El Gobierno chino únicamente permitió al cardenal Zen ausentarse cinco días para acudir a despedirse de Benedicto XVI, el Papa que le creó cardenal en 2006
Este viernes, 13 de enero, el cardenal Zen atesorará 91 años. De poder escoger, le hubiera gustado celebrarlo en Roma, pero el Gobierno chino únicamente le permitió ausentarse cinco días para acudir a despedirse de Benedicto XVI, el Papa que le creó cardenal en 2006. Sorprende que un anciano encorvado por la edad, apoyado siempre en su bastón y pertrechado por la cruz que siempre luce sobre el pecho, genere tanto miedo en Pekín. En su aparente fragilidad, el arzobispo emérito de Hong Kong ha sido acusado de haber actuado en contra de la controvertida ley de seguridad nacional al gestionar un fondo para ayudar a los detenidos tras las manifestaciones a favor de la democracia de 2019. Una patética acusación que esconde cercenar la credibilidad de quien es conocido como la conciencia de Hong Kong, minar la moral de los que luchan por las libertades, y de paso recordar a la Iglesia que siguen siendo ellos los que tienen el mando.
Ya le gustaría a la diplomacia vaticana —contentando a quienes condenan su neutralidad—, arremeter contra Pekín por el trato deparado al cardenal y a tantos católicos que se niegan a formar parte de la Iglesia patriótica. Pero existe una letra pequeña que se nos escapa a quienes juzgamos desde el sillón y que tendría consecuencias nefastas hacia los 13 millones de católicos de China.
El Papa sigue con más atención de lo que imaginamos la situación de la Iglesia en el gigante asiático; conoce de primera mano la realidad de la fe vivida en la clandestinidad. Tras el arresto de Zen pidió para la Iglesia en China «libertad y tranquilidad, que pueda vivir en comunión efectiva con la Iglesia universal y ejercitar su misión de anuncio del Evangelio a todos, ofreciendo así también una contribución positiva al progreso espiritual y material de la sociedad». Roma es consciente del reiterado incumplimiento por parte de Pekín de los acuerdos básicos, pero sabe que es mucho lo que está en juego y que un solo paso atrás puede echar por tierra el sufrimiento y la lucha por la libertad religiosa de tantos fieles que llevan décadas perseguidos.
La pasada semana Francisco abrió las puertas de Santa Marta a Joseph Zen. Fue una visita afectuosa, muy cordial —en palabras del propio cardenal—, que, por haber sido a puerta cerrada, nos ha privado de las imágenes de ese abrazo que tanto nos hubiera gustado contemplar. En un momento de la conversación el propio Francisco le llevó hasta su dormitorio para mostrarle la figura de Nuestra Señora de She Shan, ante la que reza cada día por los católicos de China. Se la regalaron con motivo de su elección como Pontífice. El cardenal Zen le deseó que algún día pudiera visitarla en su santuario. Durante la conversación, Francisco escuchó con entusiasmo el trabajo pastoral que el cardenal desarrolla entre los presos de las cárceles de Hong Kong desde hace más de diez años. Gracias a su labor algunos reclusos han recibido el Bautismo, pero, sobre todo, ha conseguido transmitir la cercanía de la Iglesia a algunas de las 1.300 personas que en estos momentos se encuentran en las cárceles de esta ciudad o en centros de detención por defender la democracia.
Zen habrá confiado sus dudas sobre el acuerdo con China para el nombramiento de obispos, y Francisco habrá compartido la dificultad de tomar decisiones al filo de una navaja. Los dos son conscientes de que el país es vital para el futuro de la Iglesia y que sobre el tablero está en juego una importante partida en la que los peones tienen un papel protagonista. Denostados o encarcelados, son columna vertebral si han sabido encontrar su lugar en el mundo. El cardenal Zen hace tiempo que lo encontró y es mucho lo que le debemos. Feliz cumpleaños.