Nuria Calduch-Benages: «La comisión sobre el diaconado femenino está a punto de terminar su trabajo»
Nuria Calduch-Benages (Barcelona, 1957) ha visitado Málaga para participar en las Jornadas de la Asociación Bíblica Española. Esta biblista, autoridad mundial en Sagrada Escritura, es la única mujer española en la Comisión de Estudio del Diaconado Femenino impulsada por el Papa Francisco
¿Puede contarnos algo del trabajo de la comisión sobre el diaconado femenino?
No puedo dar explicaciones relativas al trabajo realizado, porque así nos lo han pedido. El Papa nos pidió una investigación desde el ámbito histórico, teológico y antropológico, en torno al papel de la mujer en las primeras comunidades cristianas, y desde el momento en que nos convocaron hemos ido trabajando con mucha regularidad y seguimos avanzando. Estamos llegando casi al final del recorrido. Creo que la conclusión del trabajo de esta comisión no está lejano.
Y todo a raíz de la petición lanzada al Papa por una religiosa en la Asamblea de Superioras Generales de mayo de 2016.
Sí. Nació de una manera espontánea, no premeditada. De hecho, nació a raíz de una pregunta que una religiosa dirigió al Papa. Este escuchó, reflexionó y decidió crear una comisión de estudio. Y ahí estamos. Son cosas que una nunca hubiera pensado. Deseamos que nuestro trabajo sea para bien de todos.
¿Cómo interpreta las palabras del Papa de que hay que promover la participación activa de la mujer en la comunidad eclesial?
El Papa lo cree, lo predica e intenta que eso se haga realidad en la medida de lo posible. Yo estoy completamente de acuerdo y ofrezco mi pequeño grano de arena para que las mujeres podamos ir logrando más espacios. Si miro hacia el pasado, nuestro espacio se ha agrandado y llegamos a ciertos ámbitos antes reservados solo a los varones y clérigos. Hay que ser optimistas y agradecer también todos los esfuerzos de tantas personas y en particular de varias mujeres que han ido abriendo caminos. De todos modos, queda mucho por hacer. En la Iglesia los varones ocupan casi todo el espacio posible, las posiciones de responsabilidad, de toma de decisiones… El nuestro es un trabajo lento y hay que contar con muchas ayudas para llegar a espacios más compartidos.
¿Cómo se consiguen ensanchar esos espacios de participación femenina en la Iglesia de los que usted habla? ¿Cuál es el granito de arena que podemos aportar nosotras para contribuir a ello?
Hay muchas mujeres competentes, responsables y comprometidas con la Iglesia que pueden hacer aportaciones muy valiosas. Pero hay que contar con ellas, invitarlas, ofrecerles ámbitos y puestos de trabajo, responsabilidades y visibilidad. Y eso en la Iglesia no depende en primera instancia de las mujeres.
Su visita a Málaga responde a su participación en las Jornadas de la Asociación Bíblica Española. ¿Qué significan?
Las jornadas son una ocasión privilegiada que los y las biblistas españoles tenemos para encontrarnos, ya que la mayoría no nos vemos con frecuencia. Para mí, que vivo en el extranjero, es una oportunidad única de encuentro con mis colegas, no sólo para vernos sino para ponernos al día de las cuestiones científicas, publicaciones, proyectos… es un enriquecimiento mutuo. La vida de la asociación hace crecer también el entusiasmo de los biblistas jóvenes hacia el estudio y la difusión de la Biblia. Esto es muy importante: que las nuevas generaciones se hagan miembros de la Asociación y que participen activamente, porque necesitamos los relevos.
En estas jornadas abordó usted la figura del extranjero en el Antiguo Testamento. Nuestro mundo ha globalizado el comercio, las comunicaciones, pero también el crimen, el terrorismo, el miedo… y lejos de crecer en la fraternidad universal, nos vemos atenazados por la desconfianza hacia el extranjero. ¿Cuál es la enseñanza más importante que nos deja la Biblia para iluminar la situación actual a este respecto?
Aunque mi ponencia trataba del Antiguo Testamento, respondo con una página en el Evangelio: «Era extranjero y me acogisteis. —¿Cuándo, Señor?— Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños que son mis hermanos, lo hicisteis conmigo» (cf. Mt 25, 31-46). Acoger al extranjero es acoger al Señor, porque el Señor nos habla mediante él, mediante esa persona que necesita nuestra ayuda. Me atrevo a completar la enseñanza evangélica con mis propias palabras: acoger al extranjero es acogerme también a mí mismo; es acoger la distancia que me separa del otro, y, sobre todo, es acoger la libertad que me permite escucharlo, respetarlo y amarlo.
¿Qué pregunta le hace usted a la Biblia con más frecuencia cuando la estudia?
Son muchas, pero hay una especial: «¿a qué responde este texto bíblico?». Cuando leemos en el libro de Ben Sira «¡Sálvanos, Dios del universo!» (Eclo 36, 1), me pregunto quién está hablando, por qué este grito, qué está pasando a ese orante para que hable así, en qué circunstancias su súplica, qué hay detrás de ella. Todos los textos responden a una situación vivida por el autor, por la comunidad, una situación que no es etérea, sino radicada en una situación histórica, y eso te da la clave de lectura, qué es lo que se esconde detrás de los textos.
¿Tiene fin el estudio de la Sagrada Escritura?
No, el estudio nunca tiene fin, y el de la Biblia tampoco. La Biblia es un pozo de riqueza, de sabiduría, y cuánto más se la estudia, el horizonte se ensancha y una descubre que hay tantos y tantos detalles que nos pasan desapercibidos y merecen nuestra atención…
El Papa nos invita a acudir a la Biblia tanto como al móvil, pero estamos muy lejos de seguir su consejo.
¿Por qué se nos cae de las manos la Biblia?
Simplemente por desconocimiento, no es mala voluntad ni aversión. La Biblia es el libro más leído en todo el mundo, aunque quizás en nuestros ambientes sea prácticamente desconocido. Pero cuando las personas se acercan a ella, la leen, la estudian y la trabajan personalmente o en grupo, les parece maravillosa y se enganchan.
Muchas veces creemos saber ya lo que la Palabra de Dios nos dice, simplemente porque la hemos escuchado o leído muchas veces…
Es una tentación y te hace perder la capacidad de entrar en el texto y de sacarle lo mejor de él. Desconectamos porque pensamos que ya nos lo sabemos, pero no es cuestión de saber, sino de dejarse tocar por el texto con paciencia, en silencio, buscando los matices, las conexiones… eso requiere tiempo, es un proceso de lectura atenta, un proceso largo y muy personal.
Para el estudioso de la Biblia ¿existe el riesgo de pasar solo por el tamiz de la inteligencia ese objeto de estudio, y no dejarlo calar por el corazón?
El proceso de lectura cubre todas las etapas, pero la finalidad del trato con la Biblia no es el estudio objetivo. La Biblia es un libro vital, un libro de fe que quiere incidir en la vida de aquel que lo lee, por tanto este proceso hermenéutico tiene que desembocar en una vivencia personal enraizada en la vida actual del lector o lectora. La Lectio Divina o lectura orante, por ejemplo, y tantos otros métodos de lectura que existen en la actualidad ayudan a esta circularidad: la vida ilumina el texto y éste ilumina la vida. El punto final es la persona, su relación consigo misma, con Dios y con los demás.
¿Qué respuestas encuentra el ser humano, y concretamente la mujer, en la Sagrada Escritura?
El estudio de nuestras «antepasadas bíblicas» es una guía para reflexionar y buscar respuestas a la situación actual de la mujer, no solo en la sociedad y en el mundo sino también en la Iglesia. Nos separan dos mil años de distancia y ciertamente no se pueden hacer saltos mortales. Ahora bien, las situaciones y los problemas que aparecen en la Biblia son humanos (es decir universales). Leídas a la luz de la fe, las narraciones bíblicas transmiten el amor por la vida, por los demás, por el bien del pueblo y por Dios. Estos elementos pueden tener incidencia en nuestra vida actual. En cuanto a la mujer, hay historias muy significativas y algunas heroínas bíblicas son actualísimas. Basta pensar en Rut, Judit o Ester.
¿Cuál es su favorita?
Bueno, mi favorita es un poco particular porque no es de carne y hueso: me refiero a Doña Sabiduría, una figura misteriosa pero que trabaja duro (ríe).
En una época de renacimiento de la causa feminista, vemos que sin embargo aumenta la violencia y la injusticia a la que se somete a la mujer. ¿Qué puede aportar la Iglesia?
La realidad es muy dura y me hace estremecer la situación en que viven muchas mujeres en su propio hogar, y que repercute no solo en ellas, sino en los hijos, en las futuras generaciones. ¿Cómo erradicar este sometimiento y esta violencia que viven mujeres y niñas? Se habla mucho del movimiento feminista. En realidad el feminismo es una lucha por la justicia, no es nada más que eso. Una lucha legítima y que debería ser abanderada por todos. La Iglesia ha hecho mucho en favor de la mujer y ante situaciones de precariedad, violencia e injusticia siempre se pone en favor del oprimido. Tenemos la responsabilidad primera de luchar por todas estas mujeres que ven pisoteados sus derechos. La discriminación, la injusticia y la opresión del más débil es intolerable.