La cercanía con el que sufre
13º Domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 5, 21-24. 35b-43
En continuidad con el domingo pasado, tenemos ante nosotros una nueva muestra de dominio y poder sobre una realidad que pone en peligro la vida del hombre. Si en la tempestad calmada Jesús era capaz de dominar los fenómenos meteorológicos, de nuevo vamos a ver su fuerza ante una realidad que acecha al hombre, e incluso históricamente ha fomentado que se cuestione la misma existencia de Dios: la existencia de la enfermedad y de la muerte. No son pocos, de hecho, quienes ante el dolor y el sufrimiento se rebelan contra Dios o llegan a negar su presencia en el mundo.
San Marcos nos coloca frente a dos momentos que manifiestan cómo actúa el Señor: la curación de una mujer que desde hacía mucho tiempo padecía hemorragias y la resurrección de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga. En estos versículos asistimos a una respuesta privilegiada: la que Jesús en persona da a quien vive afligido ante la amenaza de la enfermedad o la muerte, mostrándonos que el Reino de Dios está presente entre nosotros.
De nuevo un domingo más vemos que su acción refleja el señorío y dominio de Jesucristo como Señor de la vida plena, en la que ha de ser eliminado cualquier atisbo de enfermedad y sufrimiento. Jesús nos dice que aunque estos sean una realidad humana no tienen, en cambio, la última palabra. Así lo presenta también el libro de la Sabiduría, uno de cuyos pasajes leemos este domingo como primera lectura: «Dios no ha hecho la muerte», sino que esta entró en el mundo a causa de la envidia del diablo.
Igualmente hay una referencia a la creación, cuando se señala que Dios ha hecho al hombre a imagen de su propio ser, remitiéndonos, al mismo tiempo, a la bondad de la creación que manifiesta el libro del Génesis.
En línea con el interés mostrado por Jesús en responder a los problemas reales de las personas con las que se encuentra, el pasaje de este domingo contempla dos planos de la salvación: en primer lugar, la salud física. Este es el sentido primero e inmediato que se descubre. El Señor suprime un mal que aqueja a alguien, provocando la admiración y el reconocimiento entre quienes son testigos de ello. En segundo lugar, lo sucedido remite a la identidad de su artífice, desencadenando la pregunta sobre quién es Jesús. En este sentido, junto a la revelación de su persona, los discípulos fueron descubriendo progresivamente que las acciones curativas del Señor eran signo de la salvación completa que Dios ha venido a traer al hombre mediante su Hijo. A través del encuentro con Jesucristo el hombre descubre que la salvación íntegra no puede circunscribirse a la mera salud física, a una ausencia de aflicción o a solucionar un determinado aspecto parcial de nuestra existencia; el hombre aspira a una salud total y definitiva, para lo cual Jesucristo aparece como la verdadera respuesta.
Los gestos concretos
No es indiferente el modo concreto a través del cual Jesús lleva a cabo la salvación. Aparte de las palabras del Señor, el Evangelio da cuenta de varios gestos, tales como la imposición de manos, el contacto con el manto o el hecho de coger de la mano a la niña. El encuentro de Jesús con la hemorroísa, ampliamente difundido en la iconografía cristiana, ha servido siempre como paradigma de comprensión de lo que sucede cuando la Iglesia celebra los sacramentos. Así, el catecismo de la Iglesia católica se refiere a ellos como a fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo. Con todo, en ninguno de los dos episodios de este domingo podemos pasar por alto la enorme confianza tanto de Jairo como de la mujer que padecía flujos de sangre. La eficacia de la acción del Señor, pues, es real, pero ello no significa que Dios fuerce la voluntad. En definitiva, solo es posible acceder a la salvación que Dios prepara para nosotros si respondemos afirmativamente a lo que Él nos propone.
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente.
Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía 12 años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que dieran de comer a la niña.