La CEE apoya la marcha de la España vaciada. Pero, ¿se opone a las renovables?
El Departamento de Ecología Integral del episcopado español denuncia un sistema que «ve el territorio rural como un mero almacén» de bienes para explotar «sin importar el coste»
Desde que Madrid fue escenario en 2019 de la primera gran manifestación de nuestro país en defensa del mundo rural, «no podemos decir que no se hayan hecho cosas. Pero la situación ha empeorado por una serie de amenazas» nuevas o agravadas; entre otras, las macrogranjas, las plataformas de biogás o las minas para la extracción de tierras raras. Lo asegura Eugenio Campanario, sacerdote pacense y consiliario del Movimiento Rural Cristiano (MRC), una de las 60 entidades de la plataforma Revuelta de la España Vaciada, que convoca para el próximo domingo en la capital una nueva marcha, con el lema Salvemos el mundo rural agredido. Se han adherido 400 entidades. También anima a participar la Conferencia Episcopal Española, a través de su Departamento de Ecología Integral.
El responsable de este, Eduardo Agosta, reconoce que Alfa y Omega que las reivindicaciones son «heterogéneas». Pero han visto en ellas la ocasión de ofrecer «una mirada más católica, desde la doctrina social de la Iglesia». Así, subrayan en su propio comunicado que los problemas de la España vaciada tienen una raíz común: «Un sistema que ve el territorio rural no como un hogar lleno de vida y cultura, sino como un mero almacén de recursos para explotar sin importar el coste».
Puede llamar la atención que la Iglesia, que apuesta por la transición energética, apoye una convocatoria que critica «la ocupación de los territorios por las macrorrenovables, con centrales fotovoltaicas y eólicas de dimensiones descomunales […] al amparo de una supuesta transición ecológica». Campanario sabe a qué se refieren: «He visto crecer tanto una instalación fotovoltaica cercana que durante más de tres kilómetros solo ves placas solares» donde antes había viñedos. Más allá del planteamiento «pasional» del manifiesto, Agosta sí considera «un error» la estrategia de sustituir cultivos por paneles o molinos. Este enfoque deja la cuestión «a la ley de la oferta y la demanda. Y, en este momento, es más negocio para el pequeño productor ponerlos» o vender el terreno para ello. Sobre todo si, como apunta el consiliario del MRC, muchos dueños venden porque sus hijos no se quieren dedicar al campo.
Sin embargo, el responsable de Ecología Integral del episcopado recuerda que «necesitamos las energías renovables». Reclama por ello que las Administraciones organicen el territorio buscando «la sostenibilidad a largo plazo»: ver «qué terrenos se destinan a la producción agrícola y ganadera a pequeña escala y cuáles a la energética; por ejemplo aquellos que para la agricultura y la ganadería son inutilizables» —sumando los tejados de edificios, añade Campanario—. «No dejarlo al libre mercado», insiste Agosta. Con todo, señala que hace falta «un cambio más profundo: la posición de la Iglesia no es solamente cambiar los combustibles fósiles por renovables, que también tienen problemas. La cuestión es que seguimos queriendo mantener un nivel de consumo no sostenible».
La misma clave de abordar los problemas más en profundidad la aplica a la cuestión del mundo rural en general. «El vaciamiento del campo y el crecimiento de las grandes ciudades», con el impacto ambiental que conlleva, están vinculados a «una lógica de desarrollismo capitalista a gran escala que no respeta la pequeña escala, a las personas». La salida es «repensar un desarrollo humano» en el que ambos mundos se reequilibren. «Hablamos de ecociudades, ciudades a escala humana. Esos recursos masivos de las grandes urbes deberían destinarse a los pueblos para que fueran tecnológicamente avanzados y más gente se estableciera allí». Aunque reconoce que «es un planteamiento muy a futuro, a 50 o 100 años».