La Casa Santa Teresa, un oasis de ternura para personas con discapacidad intelectual
Las Hijas de Santa María de la Providencia viven su carisma de «estar con quien nadie quiere estar y donde nadie quiere estar» en la Casa Santa Teresa
«Estamos con quien nadie quiere estar y donde nadie quiere estar». Sor Luisa, mujer sólida de sonrisa franca y rotunda cuando habla, nos resume con esta frase el carisma de la congregación a la que pertenece, las Hijas de Santa María de la Providencia. Visitamos Casa Santa Teresa, un centro para personas con discapacidad intelectual y del desarrollo, unos días después de que lo hiciera la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Sor Luisa María, palentina de nacimiento, abrazó a la presidenta, como también lo hicieron sus hermanas de comunidad sor Guillerma y sor Elisete, haciendo honor a otro rasgo de su carisma: el cariño, la cercanía, el ser familia. Unos «achuchones» de los que quedó constancia gráfica y que sor Luisa justifica con sencillez: en la oficina del peregrino en el Camino de Santiago, donde tienen otra comunidad, «nos llaman las monjas de los abrazos».
Otro rasgo de su carisma: cuidar de la gente, escuchar y mirar con ojos de ternura. «Nuestro fundador, el sacerdote diocesano Luis Guanella, lo aprendió de las miradas de Jesús, que cambiaron las vidas de las personas». Como las de las 36 que son destinatarias de las iniciativas del equipo humano de Casa Santa Teresa: las tres religiosas, 25 profesionales —casi uno por persona— y 55 voluntarios, y en esto incide sor Luisa, porque es una «atención totalmente personalizada». Aunque actualmente se encuentren en el «Manhattan de Madrid», junto a Plaza de Castilla, la casa, cuando se fundó en 1977, pertenecía a una de las muchas colonias de «casas baratas». Con los años, «y con mucho esfuerzo por parte de la congregación», se fueron comprando viviendas alrededor, de modo que en la actualidad el complejo cuenta con el centro ocupacional y tres casas-familia en las que viven 17 personas.
Tres iconos evangélicos mueven la vida en Casa Santa Teresa: las bodas de Caná, con María que se convierte en Madre de la providencia —«nosotras ponemos el vino de la inclusión, de la educación, del apoyo humano ahí donde falte»—, dice sor Luisa; la piscina de Betesda, pues «queremos meter en la piscina de la vida al que está excluido, al pobre, al anciano, al joven que busca afanosamente el sentido de su vida, al niño que necesita ayuda, y defender sus derechos, también el de la espiritualidad»; y el buen samaritano, que «ve, se para, cura, carga y paga, haciendo, como decía nuestro fundador, “el bien, bien hecho hasta el final”». Y todo, con la máxima también de Don Guanella: «Anunciar con gestos y palabras que Dios es un gran Padre misericordioso y providente, que mira con especial ternura a los excluidos».
En la casa se empieza la mañana con 15 minutos de oración, cada día con un matiz distinto: acción de gracias, Evangelio del domingo, profundización en la vida del fundador… El lugar más importante —«el segundo es la cocina», ríe la religiosa— es el sagrario. «Aquí encontramos el sentido de nuestra vida, nuestro trabajo y nuestra misión. Sin este gustar la presencia no podríamos hacer lo que hacemos».
Trabajo remunerado
En Casa Santa Teresa el objetivo final es conseguir la inclusión laboral siempre que sea posible, aunque «antes que eso, o al menos paralelamente, está que sean felices». Para lograrlo, preparan tapones para botellas de agua oxigenada, envasan té, encuadernan material escolar, hacen agendas personalizadas y calendarios… Así encontramos a Teresa, que está haciendo unos cuadernillos para el colegio Montealto. O a Ana, con sus tapones. «Bego, ¿me haces una foto?», nos dice. Y luego: «¿Te puedo dar un beso?». Y, por último, a la religiosa: «Te quiero mucho, sor Luisa». Y se ríe la hermana de su desparpajo. Por lo que hacen reciben una gratificación mensual simbólica, y así sienten que son productivos, que valen, que pueden. «Qué importante es que existan personas implicadas que suministren trabajos a centros como el nuestro», sostiene la religiosa.
Además, realizan otras muchas actividades: formación religiosa, informática, teatro, gimnasia, formación cultural básica, estimulación multisensorial y cognitiva… En agosto, a aquellos que no tienen planes con la familia «les buscamos recursos para que puedan pasar las vacaciones con organizaciones especializadas». La casa, no obstante, «no se cierra», porque si hay alguna necesidad, allí están las religiosas, sin desfallecer en lo que les decía su fundador: «Que intentásemos ser madres, amigas y hermanas».