La cara de Rusia en África que ya no lo es
La disolución del Grupo Wagner presenta incógnitas sobre el futuro ruso en un continente donde sostienen a líderes autoritarios y regímenes militares a cambio de concesiones en sus recursos minerales
A casi 5.000 kilómetros de Rostov del Don, soldados de nacionalidad rusa esperaban inquietos la rebelión de su jefe, Yevgheni Prigozhin. En Bangui, capital de República Centroafricana, hay estacionados un millar de mercenarios del conocido como Grupo Wagner desde hace cinco años. El presidente, Faustin-Archange Touadéra, recurrió a ellos para frenar el avance de los rebeldes Seleka sobre la capital y desde entonces sirven como su seguridad privada. A cambio, el Gobierno centroafricano dio licencias para explotar sus recursos naturales, como por ejemplo la mina de oro Ndassima o 137 hectáreas para la tala de madera en la región de Lobaye. Con los ingresos de ese comercio se financian las actividades de un grupo que no existía como tal, sino como una amalgama de empresas opacas. Hasta enero de 2023, Wagner era el nombre comercial de una matriz que incluía diversas empresas. En su registro en San Petersburgo figuran, entre sus muchas tareas y ocupaciones, cosas tan diversas como «la consultoría empresarial y de publicaciones en medios de comunicación, el desarrollo científico y el arrendamiento de barcos y aviones». Por ejemplo, la mina de Ndassima pertenece legalmente a Midas Ressources SARLU y la concesión maderera a la empresa Bois Rogue.
El papel del Grupo Wagner en África es claro: apoyar a gobiernos autoritarios y militares que requieran sus servicios a cambio de seguridad, concesiones económicas y avanzar de fondo los intereses rusos en África en contra de Occidente y, sobre todo, de Francia. Un claro ejemplo se vio en República Centroafricana, donde Bloomberg reportó que mercenarios rusos provocaron un incendio que destruyó una fábrica de cervezas perteneciente a la francesa Castel en la capital para después construir una nueva que fabrica la cerveza Africa Ti L’Or, que pertenece a un alto cargo de Wagner.
República Centroafricana ha sido la punta de lanza, pero desde entonces los mercenarios rusos de Prigozhin han extendido sus actividades por el continente de forma opaca en países como Libia, Sudán o Malí. La opacidad hace que haya rumores de su presencia en otros países, como hace años en Mozambique o recientemente en Burkina Faso, pero es difícil comprobarlo en países con dificultades para la información y ante la amalgama de empresas subyacentes.
El método de actuación es similar, aunque con diferencias. El grupo siempre apoya a líderes militares o autoritarios, pero a veces a quien está en el Gobierno y en otras a quien ansía el poder por la fuerza. Mientras que en Centroáfrica apoya al presidente, en Libia Wagner ha luchado junto al mariscal Jalifa Hafter contra el Gobierno de unidad nacional apoyado por la ONU. Algo similar está ocurriendo en Sudán. En 2021 apoyó el golpe dado por el Ejército junto con el grupo rebelde Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) y la ruptura entre ambos y la guerra abierta han hecho que se tenga que posicionar o con Al Burhan, presidente y líder militar, o con el jefe de los mercenarios, Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti.
«El Grupo Wagner de Rusia ha sido un socio cercano de RSF en el tráfico de oro fuera de Sudán. Además, las fuerzas de Wagner también colaboran con las RSF en las vecinas Libia y República Centroafricana. Hemedti también ha apoyado proporcionar a los rusos acceso naval a Port Sudan en el mar Rojo. Rusia claramente tiene un favorito, aunque también ha mantenido relaciones cordiales con Burhan», asegura el analista Joseph Siegle, director de investigación del think tank estadounidense Africa Center for Strategic Studies.
En toda África el Grupo Wagner ha actuado como la imagen de Rusia. Esto ha beneficiado al Kremlin, especialmente en las antiguas colonias francesas, donde el sentimiento antifrancés ha ido en aumento y Rusia ha sido bienvenida como un nuevo actor de la mano de juntas militares como la de Assimi Goïta en Malí, que prometían traer orden y reducir la violencia yihadista. Las actuaciones del Grupo Wagner han ido en ese sentido: sin escrúpulos y legalmente sin tener que responder ante nadie, sus tropas han cometido las peores atrocidades amparándose en la lucha contra el yihadismo. En marzo de 2022, un grupo de mercenarios rusos y soldados malienses asesinaron a 500 personas inocentes y violaron a 58 mujeres en Moura, al norte de Malí, en una operación de búsqueda de yihadistas.
La ruptura ahora entre Prigozhin y Putin y la proclamada disolución de Wagner y absorción de los soldados que quieran en el Ejército ruso supone una incógnita sobre su futuro en el continente. Por un lado, Putin querrá aprovechar la creciente influencia de Wagner como suya, pero, por otro lado, si los soldados no responden ante el Kremlin se pueden acabar convirtiendo en mercenarios privados que incluso vayan en contra de los intereses de su madre patria. Si Rusia decidiera mostrar ahora su apoyo explícito a los soldados Wagner, y a sus acciones, estarían más escrutadas que las de un grupo de mercenarios difuso y privado.
Sea como fuere, la opción de que Putin decida apartar el foco de África ante la guerra de Ucrania y la amenaza a su poder puede provocar un efecto dominó, con los soldados Wagner cambiando alianzas o abandonando sus bases del continente africano y creando cambios de tendencia en guerras como la de República Centroafricana, así como el avance de los yihadistas en el Sahel, que sin los mercenarios rusos tendrían un rival menos.