La «capilla sixtina valenciana» renace con su esplendor barroco primigenio - Alfa y Omega

La «capilla sixtina valenciana» renace con su esplendor barroco primigenio

La iglesia reabre sus puertas al público después de someterse a una intervención arquitectónica y pictórica de tres años de duración

ABC
Foto: Mikel Ponce.

Encastrada en un ángulo poco visible del centro histórico de Valencia, la iglesia de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir oculta un tesoro artístico del que hasta hace poco apenas se hablaba. Al frisar la portada exterior de este templo gótico se despliega ante los ojos del visitante una enorme bóveda pintada al fresco cuya riqueza cromática y armonía iconográfica ha sido bautizada con el sobrenombre de «capilla sixtina valenciana» por el propio restaurador de las pinturas murales de Roma. Gianluigi Colalucci ha asesorado personalmente los trabajos de recuperación arquitectónica y pictórica llevados a cabo durante los tres últimos años por un equipo multidisciplinar liderado por Pilar Roig, catedrática del Instituto de Restauración de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV).

Los asombrosos resultados de esta intervención —financiada en su totalidad por la Fundación Hortensia Herrero— se mostraron ayer por primera vez al público, dejando patente la maestría del pintor Dionís Vidal, discípulo de Antonio Palomino. Este último —autor a su vez de destacadas obras barrocas, como los frescos de la basílica de la Virgen de los Desamparados de Valencia o los de la cúpula del camarín de la cartuja de Granada—, diseñó la planificación iconográfica de los casi 2.000 metros cuadrados de superficie pictórica que hoy resplandecen con su encanto original.

Hilo conductor

Una de las principales particularidades de las pinturas de esta iglesia es que guardan un hilo conductor temático, que revela a su vez el incipiente pensamiento ilustrado del que Palomino era un claro referente. Partiendo del rosetón del final de la nave en dirección al altar mayor, la bóveda refleja en orden cronológico distintos capítulos de la vida de los dos santos que dan nombre al templo. Así, a la izquierda se nos presenta la ordenación sacerdotal de san Nicolás, mientras que en la derecha aparece san Pedro Mártir tomando el hábito de dominico. Siguiendo la misma distribución vertical, los lunetos muestran los milagros más relevantes de la existencia de ambos, hasta su muerte y su eventual llegada a la gloria celestial.

Foto: Mikel Ponce

Retos técnicos

Además del extraordinario dinamismo del conjunto, la restauradora jefe del proyecto elogia particularmente la capacidad de Dionís Vidal para salvar todo tipo de obstáculos arquitectónicos en esta compleja empresa artística.

Hay que tener en cuenta que la iglesia de San Nicolás —cuya primera edificación se remonta a la corriente de cristianización llevada a cabo por Jaime I en el siglo XIII— fue reformada entre 1419 y 1455 (a iniciativa de la familia Borgia). De ahí la lograda convivencia entre la estructura gótica de bóvedas y vidrieras del edificio y el interior absolutamente barroco, revestido de ángeles de escayola, rocalla y todo tipo de ornamentación volumétrica realizada por el escultor y arquitecto Pérez Castiel en 1694. Fue solo entonces cuando entró en juego el pincel de Dionís Vidal, enfrentándose a recovecos, claves, plementería, arcos fajones, lunetos y frontales. «Esta obra es todo un alarde, porque tuvo que salvar numerosísimos retos técnicos», observa Pilar Roig.

«Hay que poner en valor a Pérez Castiel como el gran introductor del barroco en Valencia —aclara esta experta—. Cuando comenzó a esculpir in situ, la iglesia no tenía todavía pinturas, pero él, buscando la armonía del conjunto, decidió dar una última lechada de cal pigmentada a sus ornamentos para conseguir un acabado mate similar al que sabía que tendrían los frescos que habrían de ejecutarse más tarde». Efectivamente, las escenas que hoy observamos en este templo difieren notablemente de las brillantes pinturas renacentistas de la catedral de Valencia, caracterizadas por las veladuras aplicadas sobre finos morteros.

Foto: Mikel Ponce

«En el barroco, como ya se pintaba mucho al óleo, la pincelada es mucho más matérica», explica la restauradora. Para ella este proyecto también suponía un desafío. Desde su creación, las pinturas habían experimentado un preocupante deterioro y una serie de daños producidos por las humedades, las grietas, abolsamientos y oscurecimientos por la combustión de las velas.

A todo ello había que sumar los repintes y arranques de antiguas intervenciones, así como la presencia de hongos y orificios provocados por disparos de escopeta durante la Guerra Civil española. Todo ello aconsejó una intervención integral, que no solo afectaba a la limpieza de las pinturas murales, sino también a la consolidación de elementos arquitectónicos para impermeabilizar el edificio y evitar nuevas filtraciones de agua.

Después de tan ardua labor, San Nicolás no parece la misma. Es de esperar que ni los ciudadanos ni las rutas turísticas vuelvan a vivir de espaldas a esta obra maestra del mejor barroco español.

Los números

4,7 mill. Es el coste de la intervención arquitectónica y pictórica-ornamental financiada por la Fundación Hortensa Herrero.

1.904 m2 La superficie pictórica restaurada. La Capilla Sixtina de Roma ocupa 800 metros cuadrados.

41.400 El total de horas de dedicación del equipo de restauradores de la UPV.

6.000 Hojas de papel japonés utilizadas para la fijación de las pinturas.

500 El número de pinceles empleado por los restauradores durante sus tres años de trabajo.

Marta Moreira Valencia / ABC