La calle es el lienzo
El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge hasta mayo una muestra de obras de Banksy que recorre sus grandes ejes temáticos: el racismo, la desigualdad, la violencia policial o la soledad
Sabemos pocas cosas del artista llamado Banksy. Algunos creen que nació en Inglaterra, en una localidad cercana a Bristol llamada Yate. Al parecer, fue en 1973 o 1974, de modo que hoy tendría unos 46 o 47 años. Hay rumores de que pudiera ser, en realidad, el heterónimo de un artista suizo quien, a su vez, lo ha negado. Influido por las distintas formas del denominado arte urbano, Banksy bebe del grafiti, el grabado y la música punk, el lenguaje publicitario, la fotografía y el videoclip. Es gamberro, desafiante y sorprendente. Algunos dicen que es transgresor, ya llegaremos a eso, pero desde luego no deja impasible a nadie. En octubre de 2018 una de sus obras se autodestruyó después de que la subastasen en Sotheby’s por más de un millón de euros.
Afortunadamente, todas las obras que el Círculo de Bellas Artes de Madrid expone hasta el 9 de mayo de 2021 en Banksy. The street is a canvas (Banksy. La calle es un lienzo) siguen intactas hasta ahora. Comisariada por Alexander Nachkebiya, la exposición es una coproducción del Círculo de Bellas Artes, IQ Art Management y Sold Out. Distribuida en dos espacios del Círculo, la muestra nos brinda la posibilidad de recorrer los grandes ejes temáticos de la obra del artista desconocido: la denuncia de las desigualdades, el racismo, la violencia policial, la pobreza, las cárceles, la soledad de las grandes ciudades o el deseo de revolución.
La crítica a la religión, es decir, al cristianismo, se integra en una enmienda mayor a las creencias y las instituciones que formarían parte de ese aparato de alienación del ser humano. Naturalmente, cualquier persona religiosa discrepará de esta visión reducida y algo injusta del hecho religioso, pero Banksy parte de la retórica de la revolución contracultural, así que no podemos esperar algo muy distinto.
En su afán por un discurso pretendidamente subversivo, se critica a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, a la tecnología de control –las cámaras, las unidades de intervención policial, las tanquetas–, al consumismo y, en general, a las formas de vida que, desde Mayo del 68, se vienen considerando represivas y deshumanizadoras. Vean, pues, a este Cristo con bolsas de la compra que Banksy imprimió en 2004 en una serie limitada de 82 copias firmadas y que, algo extraño en nuestro hombre (¿o mujer?), no aparece enmarcado en un escenario urbano. Se trata de una denuncia clara de la mercantilización de las fiestas navideñas –reparen en el detalle de los regalos con lazos– y la adoración del consumo. Algo similar nos sucede con este tigre que se ha escapado de la jaula del código de barras, una obra icónica que data de 2004. «No podemos hacer nada para cambiar el mundo hasta que el capitalismo se derrumbe. Mientras, habrá que ir de compras para consolarse», dirá sobre ella el autor. La famosa fotografía, ganadora del premio Pulitzer, de Phan Thi Kim Phuc, la niña vietnamita retratada mientras huía de un ataque con napalm en 1974, resuena aquí en un contexto que convierte el sufrimiento humano en un juego, un chiste o un espectáculo.
Mercantilización del arte
Las obras de Banksy son como puñetazos o, como dirían los Wu Ming de las historias, «hachas de guerra que hay que desenterrar». Hay una evidente influencia de Blek le Rat. Resuenan las ideas del Comité Invisible, que publicó La insurrección que viene para movilizar a los jóvenes descontentos («la ofensiva dirigida a liberar el territorio de la ocupación policial ya ha sido emprendida y puede contar con las inagotables reservas de resentimiento que estas fuerzas han reunido en su contra»), así como de la Internacional Situacionista, los Luther Blisset y otros antisistema.
Sin embargo, hay pocas cosas más representativas de la mercantilización del arte que la propia obra de Banksy. Como advierte Adriano Erriguel en Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos (Homo Legens, 2020), la revolución contracultural no abolió lo que pretendía combatir, sino que terminó consolidándolo. En efecto, el neoliberalismo ha demostrado una notable capacidad de transformación, adaptación y absorción de sus oponentes.
Banksy, pues, libra un combate que, en buena medida, tiene otros contornos. Su pretendida transgresión es ahora parte del discurso de las élites. Salía de la exposición recordando los versos de Passolini cuando vio que el comunismo se había convertido en una moda más de la burguesía: «Cuando ayer en Valle Giulia os liasteis a mamporros / con los polizontes, / yo simpatizaba con los polizontes. / Porque los polizontes son hijos de pobres».