La Belleza que forjó Europa - Alfa y Omega

La Belleza que forjó Europa

Madrid acoge la exposición Luces del Norte: manuscritos iluminados de la Biblioteca Nacional de España, en la que pueden admirarse 70 de los 156 manuscritos investigados durante tres años por los comisarios Javier Docampo y Samuel Gras

Ricardo Ruiz de la Serna
‘Códice de Metz’. Posterior a 814. Se trata de uno de los códices carolingios más importantes de tema astrológico que se conserva en el mundo. Foto: Biblioteca Nacional de España

En 1919, entre los restos de la Europa devastada por la Gran Guerra, el gran humanista neerlandés Johan Huizinga, profesor en la Universidad de Leiden, publicó El otoño de la Edad Media. Estudios sobre la forma de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y los Países Bajos. Concebido como un estudio de la pintura de los hermanos Van Eyck, se convirtió en un tratado sobre la cultura europea del final de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento. Comenzaba diciendo que «cuando el mundo era medio milenio más joven, tenían todos los sucesos formas externas muchos más pronunciadas que ahora […] Todas las experiencias de la vida conservaban ese grado de espontaneidad y ese carácter absoluto que la alegría y el dolor tienen aún hoy en el espíritu del niño». Sabemos por los Evangelios que, para entrar en el Reino de los Cielos, uno debe tener, precisamente, ese espíritu. Entremos, pues, así en estas salas.

La Biblioteca Nacional de España acoge hasta el próximo 5 de septiembre la exposición Luces del Norte: manuscritos iluminados de la Biblioteca Nacional de España, que ha organizado en colaboración con el Centro de Estudios Europa Hispánica. En ella pueden admirarse 70 de los 156 manuscritos iluminados investigados durante tres años por los comisarios, Javier Docampo, tristemente fallecido en marzo de 2020, y Samuel Gras.

Los comisarios nos invitan a viajar a ese mundo que describió Huizinga a través de los manuscritos iluminados de tradición francesa y flamenca. Nuestro recorrido comienza a principios del siglo IX y termina en el XVI. Los nombres de los espacios y vitrinas nos evocan ese tiempo y ese anhelo de «una vida más bella» que describía el erudito holandés: «Las primeras luces», «Francia en la Baja Edad Media», «La luz de la Biblia», «La luz de la fe», «La luz de la justicia», «La luz del tiempo», «La luz de la poesía», «La luz de la sabiduría», «La grisalla», «El tiempo iluminado», «La imagen de la mujer en los libros de horas», «La imagen de Cristo y la muerte del ser humano», «Un santo para cada necesidad» y «El siglo XVI en Francia».

Ante nosotros se va desplegando un universo de color y formas delicadísimas que rompen los tópicos oscurantistas sobre la Edad Media. No hubo, en realidad, un Renacimiento –el de los siglos XIV y XV en Italia– sino una sucesión de renacimientos durante toda la Edad Media que ahora podemos admirar en los tesoros que se exponen ante nuestros ojos.

‘Libro de horas de Carlos VIII’, rey de Francia. Entre 1494 y 1497. En medio: Textos de san Agustín. Año 1462. A la derecha: ‘Summa super titulis decretalium’, del cardenal Enrico de Susa. Año 1250. Fotos: Biblioteca nacional de España

Deténganse ante el códice más antiguo que conserva la BNE: el Códice Metz, datado entre los años 814 y 828, que debe su nombre a que lo encargó Dogo, obispo de Metz e hijo de Carlomagno. Observen la representación de las constelaciones en este tratado astrológico: Orión, el Can… Aquellos hombres contemplaron las mismas constelaciones que usted verá si eleva, como ellos, la vista al cielo nocturno. Que no se les pase por alto la maravillosa grisalla de las Obras de san Agustín, que recrea la apariencia de la escultura gracias a la gradación de los grises. Vean los árboles genealógicos y las ilustraciones como esta de la Summa super titulis decretalium, que establecían qué matrimonios podían contraerse. Dediquen unos minutos a saborear los ocres y los blancos del Libro de horas de Carlos VIII. Están ustedes viendo un libro con que oraba el rey de Francia. La delicadeza de las biblias de la escuela parisina –pequeñas, en papel finísimo– permitía que pudieran llevarse a cualquier sitio. Los tratados de derecho romano –me pongo en pie para nombrar las decretales de Graciano– recuerdan el nacimiento de las universidades y el surgimiento de una nueva clase social: la «nobleza de toga».

La ciencia y la fe se dan la mano en estas obras de ciencia y tecnología. Contemplen El mapamundi, del clérigo Gautier (o Gossuin) de Metz, que en el siglo XIII ya afirmaba que la tierra era esférica. Saluden con la debida cortesía al Roman de la Rose, la gran alegoría amorosa de la Francia tardomedieval que les debemos a Guillaume de Lorris y Jean de Meun. Tomen nota de la devoción medieval a los santos y admiren. Quien tenga dolor de muelas, que recurra a la intercesión de santa Apolonia. Quien parta de viaje, que le rece a san Cristóbal. Quien sufra una enfermedad infecciosa ha de recurrir a los buenos oficios de san Antonio. El hombre medieval sabía que a quien pide, se le da. Ahí están sus libros para testimoniarlo.

Yo necesitaba visitar una exposición como esta. Necesitaba recordar que la fe y la belleza forjaron Europa. En la Edad Media, se sabía que la Belleza es un atributo de Dios y, como recuerda Benedicto XVI, uno de los caminos para encontrarlo y amarlo.