La amistad de Dios - Alfa y Omega

La amistad de Dios

Domingo de la 5ª semana de Cuaresma / Juan 11, 1-45

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
Resurrección de Lázaro de Claes Moeyaert. Museo Nacional de Varsovia.

Evangelio: Juan 11, 1-45

En aquel tiempo, había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Lo discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?». Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refiere a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús; «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?». Le contestaron: «Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le replico: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario

Celebramos el 5º domingo de Cuaresma. El próximo ya será Domingo de Ramos. Este camino cuaresmal está llegando a su fin. Estamos culminando este periodo de gracia y de preparación que nos conduce a la celebración del misterio pascual del Señor.

El Evangelio de este domingo es un punto culminante: la resurrección de Lázaro. Es el gozne entre la primera parte del evangelio de Juan (el Libro de los Signos) y la segunda parte (el Libro de la Gloria: el libro de la entrega, muerte y resurrección de Jesús). Es el último milagro, pero además en la mente del evangelista se revela ahí la motivación del Libro de la Gloria, que por un lado es obediencia al Padre, pero por otro es amor al amigo.

Lo que está pensando Juan es que Jesús muere porque va a sacar a su amigo de la tumba. Jesús va a bajar a la tumba en solidaridad con su amigo. De este modo, la amistad de Dios llega a su culminación. Una amistad que viene de lejos (el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; Moisés que hablaba con Dios como con un amigo…).

Por eso, esta página del Evangelio es la revelación de la amistad de Dios con nosotros. Desde ahí se puede leer hacia atrás: la amistad es la encarnación de Dios, es universalidad, son curaciones… Y también se puede leer hacia adelante: la amistad es obediencia al Padre, es entrega pacífica, es muerte en el sufrimiento y es resurrección. Entonces, esta resurrección del amigo es la amistad contigo y conmigo, es la amistad del Señor.

¡Qué experiencia tan dura es la muerte, aun en el caso de tener la esperanza puesta en Dios! Pero también es una experiencia iluminadora. Palpamos una realidad que quizá antes no hemos tenido en cuenta: que ya, de algún modo, hemos muerto antes de morir; que también en vida sentimos el peso de la losa que nos impide salir y no somos capaces de romper sus amarras.

En el fondo del corazón anhelamos la odiada y temida muerte, aunque no lo sepamos. La muerte es algo así como el bosque en el que queremos ocultarnos de la mirada de Dios que nos hace vivir y que nos exige reparar el mal. Pero gritamos desde el fondo del corazón: ¿quién me dará vida para vivir realmente? Como Lázaro, tenemos un amigo muy especial. Sobre él no pesa esa losa del miedo y del desamor. Desprende vida y paz por donde pasa. En muchas ocasiones, como en Betania, ha venido a hospedarse en nuestra casa, en nuestra vida.

¡Qué gran milagro de Dios el de la vida! Es crear de la nada, hacer vivir. La vida es la huella, la sombra luminosa de la presencia de Dios, porque Dios, que es Amor, es la Vida, y por donde Él pasa, por donde se realiza la Pascua, la vida florece con toda su grandeza.

Jesús es el Amigo que se acerca a nosotros y viene a dar la vida. Pero, ¿cómo? El único remedio contra la muerte es el amor, y el amor es solidaridad. Jesús viene a dar vida, pero dar vida es siempre dar la vida. Y eso lo vemos en nuestras relaciones humanas. ¿Quién da vida? Las personas que se dejan la vida al darla. Como una madre, que al tener sus hijos va descuidando su salud, su belleza física, su posibilidad de escalar socialmente; va dejando todo, va dejándose la vida. Y llega un momento en que no vivía ella, porque ella vivía la vida de sus hijos, a distancia. Quien da vida se deja la vida.

Atrevámonos a vivir, a dar vida dando la vida. Porque «quien pierda su vida la ganará», dice el Señor, y por donde pasemos florecerá la vida, dejaremos vida, mientras esperamos la Vida, la que nos trae el Señor, que entrará en nuestra tumba para que salgamos resucitados, como Lázaro, dejando vida incluso en el interior de la muerte.