A Milan Kundera (1929-2023) siempre le obsesionó el cotidiano contraste que experimentamos entre el peso y la levedad. Es más, somos esa oposición, un juego irreprimible de fuerzas contendientes que bulle en el centro mismo de nuestro ánimo. Pensó Kundera que «el ser humano lo vive todo a la primera y sin preparación», que la existencia es el terreno de lo inédito en cada una de sus comparecencias, en todos nuestros presentes. Y en el meollo mismo de cada una de nuestras biografías, como un fuego silente e incandescente, refulge el afán por encontrar el auténtico amor. No en la forma del deseo, que, al decir de María Zambrano, acaba por extinguirse y que, a la vez, reclama sin descanso un nuevo objeto de satisfacción, sino como aspiración a una pujante completitud.
Hay una escena en La insoportable levedad del ser (1984), en la que Kundera narra con lucidez este ahínco amoroso. Los amantes, Teresa y Tomás, han pasado la noche juntos, y ambos caen en la cuenta de que su encuentro no es más que una excusa para amanecer agarrados de la mano. La calidez de los cuerpos, semejantes en su forma y distintos en su aparición, abraza la imposibilidad de hacerse uno a través de la compasión, que Kundera definió como un consciente y deliberado hacerse cargo del páthos —o sentir— del otro: en sus alegrías y sus tristezas, en sus ilusiones y sus desesperos, en sus sufrimientos y sus goces. El peso del cuerpo y la levedad del alma; la gravedad y la gracia, había escrito décadas antes Weil. Dos sustancias que reclaman atenciones disímiles, paradójicas, pero acaso confluyentes. Y que desembocan en un escenario: el de la vida. Puede que el universo exista para siempre, pero este cuerpo fugaz, esta experiencia singular, no cuenta con segundas oportunidades. Una finitud que suspira, unamunianamente, por la infinitud.
La literatura de Kundera es un grito enconado por dejarnos ahormar por el misterio inmarcesible de nuestra vida, por salir de los goznes de los estándares disciplinantes que intentan convertir nuestras biografías en lo esperado, en la expectativa cumplida: la tecnología, los algoritmos, el reloj biométrico. El cuerpo es un arcano que finge consumarse en lo material, aunque tras su manifestación, suspira Kundera, habita un incontenible anhelo de eternidad. De corpórea e inalcanzable —mas siempre buscada— eternidad. b