Justicia y verdad, no autodemolición - Alfa y Omega

El informe sobre los abusos sexuales cometidos en la archidiócesis de Múnich desde 1945 a 2019 ha ocupado portadas y espacios de prime time en todo el mundo, entre otras cosas porque adjudica a Joseph Ratzinger cuatro casos de mala práctica en la gestión de otros tantos abusos cuando era arzobispo de dicha diócesis, entre 1977 y 1982. Una vez más, mientras afirmamos el dolor y la vergüenza que provoca cada caso de abuso sexual, en la Iglesia pero también en el conjunto de la sociedad, tenemos que examinar ante qué información estamos.

Se trata de un informe encargado por la archidiócesis bávara a la firma de abogados Westpfhal Spilker, que ha investigado los archivos, ha realizado entrevistas, ha contactado con posibles víctimas… y ha llegado a sus conclusiones. El informe tiene un valor de análisis sobre lo que sucedió, sin duda, pero sus cifras y conclusiones no pueden considerarse como hechos juzgados con las garantías de cualquier Estado de Derecho. Además, hay que subrayar que los criterios de actuación actuales no estaban vigentes, ni en la Iglesia ni en ninguna otra institución, hace cuarenta y cinco años. Resulta paradójico (y es una paradoja amarga) que Benedicto XVI se vea incriminado siendo el artífice principal de un verdadero cambio de mentalidad en la Iglesia respecto al modo de afrontar los abusos, tanto en la cultura institucional como en el abordaje jurídico.

El Papa emérito Benedicto XVI respondió a las preguntas de estos abogados sobre los casos de mala praxis que se le achacan con una memoria de 87 páginas, que dichos abogados han considerado poco creíble. No pretendo decir que el arzobispo Ratzinger no pudo cometer errores. Basta leer su biografía para darnos cuenta de hasta qué punto es un hombre dispuesto a reconocerlos en tantos campos. Pero en lo tocante a este informe, la cuestión radica en que los abogados no dan crédito a las explicaciones detalladas de Ratzinger. Es legítimo. Yo, por el contrario, sí se le doy crédito: por lo que he visto y conocido de él durante años, por su lucha incansable contra los abusos, por su pureza de intención, por su testimonio de fe y de humanidad. Por certeza moral.

En todo caso, en un momento en que se subraya la necesidad de un camino común marcado por una escucha recíproca, me parece llegado el momento de plantear cuál es el camino más adecuado para proseguir avanzando (tomando conciencia de lo mucho que se ha hecho en la Iglesia, pero también de lo que falta por hacer) para afrontar la lacra de los abusos. Cabe preguntarse si estudios de naturaleza sociológico-estadística, que además juzgan contextos históricos de hace más de cincuenta años con parámetros actuales (lo cual es siempre un error, además de una injusticia) ayudan verdaderamente a las víctimas de carne y hueso, con nombres y apellidos. También hay que cuestionar, desde un punto de vista rigurosamente técnico, la metodología utilizada, como han hecho varios intelectuales franceses respecto al Informe Sauvé, así como el riesgo de que proyecten una imagen gravemente distorsionada de la realidad eclesial.

La Iglesia no debe tener miedo a la verdad, ni debe anteponer una supuesta “buena imagen” a la justicia y el amor debido a las víctimas de estos crueles crímenes y pecados. Eso ya nos lo dijo con suprema claridad Benedicto XVI. Lo que tampoco debe hacer es autolesionarse gratuitamente, con el riesgo de demoler muchos bienes preciosos.