Muchos motivos atraen la atención del visitante de la basílica romana de Santa María la Mayor: el artesonado, enriquecido con el primer oro llegado de las Américas; el extraordinario mosaico; el cosmatesco que se aprecia bajo la suela de los zapatos… Pero quien no es turista, sino que va allí a rezar, no se distrae mucho: camina derecho hacia la última capilla de la izquierda, llamada Borghese. Allí se venera uno de los iconos más antiguos que se conservan: el de la Salus Populi Romani.
Una copia de esta imagen acompaña, desde 2003, la Cruz de la JMJ, porque no se puede separar a la Virgen de su Hijo, y mucho menos en la cruz. Ese año había empezado ya la preparación de la JMJ de Colonia, y Juan Pablo II explicó así su regalo: «A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida».
No sé ustedes, pero siempre me ha intrigado saber por qué Juan Pablo II, siempre especialmente ligado a la Virgen de Czestochowa, eligió en cambio esta imagen. Sigo sin saberlo, pero algunos indicios pueden hacernos vislumbrar lo que tenía en su mente y en su corazón cuando la eligió. Por una parte, su antigüedad. El icono nos habla de los primeros tiempos de la Iglesia, con el imperio romano ya caído en Occidente pero aún firme en Oriente; una época en que los cristianos de todas las profesiones y condiciones vivían el Evangelio con radicalidad y lo llevaban a todas partes. No sabemos su fecha exacta, pero otro icono antiquísimo, custodiado en una iglesia del siglo VIII, se inspira en él. Su mismo nombre rezuma romanidad. La JMJ es como la Iglesia: no se entiende sin Pedro, sin el obispo de Roma. Juan Pablo II parece pedirnos que amemos a la Iglesia y al Papa con pasión, y que confía a los jóvenes a la protección de la Virgen, para que les dé la salud, del cuerpo y del alma. Puede parecer una paradoja, pero ojalá los participantes de la JMJ de Madrid vuelvan a sus hogares más romanos.
Y, al mismo tiempo, es un icono bizantino. Es como un guiño a los latinos, para que no olvidemos que la Iglesia católica necesita el pulmón de Oriente para respirar. A veces vivimos un poco ajenos a esas tradiciones orientales (caldeas, griegas, coptas, armenas, maronitas, etc.), que son tan católicas como las nuestras, y de las que podemos aprender tantas cosas.
Yago de la Cierva es Director de Comunicación de la JMJ