Julio, anawin: «Al dormir, doy gracias al Padre por un día más de vida» - Alfa y Omega

Julio, anawin: «Al dormir, doy gracias al Padre por un día más de vida»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Julio asegura que cree en Dios, pero que las iglesias no las quiere.
Julio asegura que cree en Dios, pero que las iglesias no las quiere. Foto: Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo.

Un cartón de vino de 0,99 euros es lo que necesita Julio para empezar el día. Le da sorbos de vez en cuando mientras hablamos. A veces cuesta captar el sentido de lo que dice, pero uniendo el rompecabezas uno constata que su vida ha sido un auténtico rompealmas. Estrena esta serie de contraportadas dedicada a los anawin, los descartados, los invisibles, los que solo tienen a Dios.

Este peruano de 53 años acaba de salir de la cárcel y en Madrid se junta con sus amigos de la plaza. Lo primero que cuenta: «Soy oficial condecorado de la Marina del Perú». Lo segundo: «Me enganché hace mucho tiempo a la droga y al alcohol, que es peor que la droga, una mierda».

—¿Era un buen soldado?
—¡Claro! Estaba en un comando anfibio, en el agua soy como un tiburón, he salvado a mucha gente. En mi país peleé mucho contra la guerrilla. Los más terribles eran los de Sendero Luminoso.

—¿Por qué?
—Nos apresaron y sufrí torturas, me hicieron cosas que no se pueden contar. Trato de olvidar aquella pesadilla, pero de noche me despierto y me vienen recuerdos de vez en cuando. No quiero ni recordar eso, lo llamo el infierno verde. Murieron muchos de los nuestros.

Nos estaban interrogando a cuatro. A mí me preguntaron y no quise responder; entonces dispararon en la cabeza a uno de mis soldados. Me patearon y me hicieron polvo. Mi cara ya no fue la misma desde entonces.

—¿Qué pasó?
—El Ejército bombardeó el lugar y pude huir en medio de la confusión. Me liberé, desaté a otro, y nos fuimos. Nos llevamos un fusil y nos encontramos a un guerrillero. «Métale candela, teniente, mátelo», me pidió mi compañero, pero no quise disparar. Le di un culatazo y escapamos.

—¿Ha llegado a matar a alguien alguna vez?
—Déjame decirte algo: nunca maté a nadie en mi vida. La vida es una, es grande. La gente tiene familia, ¿por qué le vas a matar? ¡Que viva!

—¿Y luego?
—Nos condecoraron a todos los que sobrevivimos, pero me aconsejaron que me fuera de mi país porque Sendero Luminoso me iba a matar. Me fui a Miami un tiempo, pero no se me daba bien el inglés y me vine a España.

—¿Y cómo le trató la vida aquí?
—Me casé con una dominicana, llevaba una vida mejor. Los primeros meses fueron maravillosos y pensaba que me había tocado la lotería. Luego me detuvieron tres días por una pelea por el vino. Acá en esta puta vida nadie es bueno ni malo. Y acabé en la calle.

—Eso debe de ser duro…
—Empecé a mendigar para vino, por las terrazas, humillándome. A veces hay personas que te mandan a la mierda y tengo que soportar ese dolor. Te desprecian. Pero yo les digo: «Muchas gracias, que Dios te bendiga». Un día una persona me dio 50 euros para comer, pero yo no soy mucho de comida. Lo repartí entre mis amigos de la calle: «Toma, come algo, ve a la ducha, abrígate, pórtate bien».

—Ahora viene de prisión.
—He estado poco tiempo, solo diez años [ríe]. Para mí no es nada. Fue una injusticia, me metieron en un atraco y me cambiaron los papeles (sic).

—¿Se siente solo?
—Ahora estoy con mis amigos y mis amigas y me siento un poquito feliz después de la vida que he llevado.

—¿Cree en Dios?
—Sí. Él me salvó de la muerte. Me atropelló un coche y abrí los ojos en el hospital. Eso es por Él, ¿quién si no? Me dan ganas de llorar.

—¿Reza?
—Antes de dormir me persigno: «Gracias, Padre, por un día más de vida». Y cuando me levanto: «Gracias, Padre, por un día más de vida». Nada más, las iglesias no las quiero.