Jóvenes al servicio de Dios delante de un órgano
Aarón, Alberto y Mar forman parte de la nueva generación de organistas de España. Algunos tienen que emigrar para estudiar o trabajar, pero todos buscan «acompañar la oración de la gente»
«El órgano es una máquina compleja que atesora muchas artes: carpintería, fundición, matemáticas, ingeniería… Es un instrumento complejo cuyo valor al final quedan en el aire, en lo que no se ve. Es un mundo fascinante», afirma Aarón Ribas, organista de las parroquias de Santa Rita y del Inmaculado Corazón de María, en Madrid.
Hijo del organista de la catedral de Andorra, a sus 28 años Aarón ya ha tocado en importantes festivales y en catedrales de Europa, y forma parte de una nueva generación de organistas que reclama su lugar en el panorama musical y litúrgico en España.
«Crecí con el sonido del órgano como algo normal en casa», afirma, mientras habla con pasión de su instrumento al mismo tiempo que lamenta la situación del organista en la actualidad: «Hoy nuestra cultura litúrgica está muy mermada; en Misa se recita el santo y el gloria, pero nada más. Y el órgano se utiliza mal: no está para acompañar el canto, sino para mostrar un mensaje según la fiesta que se celebre o las lecturas que se proclamen».
En cualquier caso, el órgano «sigue teniendo cabida y actualidad» en la liturgia, porque «la gente responde y te da las gracias a nivel espiritual. Dios se vale de este instrumento para que la gente se abra y Él pueda entrar en su interior».
Aarón valora el boom de organistas jóvenes en España, pero lamenta al mismo tiempo que «muchos tienen que salir al extranjero para estudiar y luego buscarse la manera de volver aquí. Los hay que se tienen que quedar a vivir fuera porque en España no hay facilidades para involucrarse en un proyecto musical interesante que suponga una oportunidad laboral digna».
«Una función mística»
Es el caso de Mar Vaqué, una joven tarraconense de 27 años que ha llegado a tocar en la mismísima catedral de Notre Dame. Lleva seis años ya estudiando órgano en Alemania y en la actualidad toca el órgano y dirige cuatro coros en la iglesia católica de St. Hedwig, en Stuttgart. «Lo que estoy haciendo no lo podría hacer en España. Aquí está todo muy estructurado y profesionalizado, y los organistas tienen su cualificación y su sueldo, mientras que en España apenas hay posibilidades de tocar», afirma.
Por eso vive en el «eterno dilema» de volver o no a nuestro país: «En España las cosas no están nada fáciles y eso me entristece un poco. Podría volver sin nada que me espere y allí intentar abrirme camino, pero eso ahora mismo no es una opción», lamenta.
Mar comenzó estudiando piano hasta que un día, cuando tenía 17 años, «el profesor de órgano del conservatorio quiso dar a conocer el instrumento a algunos estudiantes, y me quedé fascinada».
En este sentido, explica que el órgano «es un instrumento con muchas facetas, no hay dos órganos iguales. Puede ofrecer una cantidad de contrastes muy alta, y sonar de mil maneras distintas».
Por eso, cuando se escucha en un templo, «da al ambiente una magia especial que cumple una función mística: el órgano permite reconocer a través de su sonido elementos de nuestra experiencia que no se pueden expresar de otra manera. Complementa la Palabra y crea una atmósfera que acompaña a los fieles en su oración».
Agricultor y organista
«Tocar para Dios es un privilegio», afirma el salmantino Alberto Iglesias, uno de los últimos organistas litúrgicos que quedan en España. Agricultor de profesión, es también organista litúrgico certificado por la Conferencia Episcopal Española. «Mi misión es simplemente poner música a la liturgia y dotarla de toda la dignidad que se merece», asegura.
Hoy dice que «lo primero es mi parroquia», por lo que cada domingo se sienta ante el órgano de la iglesia de su pueblo para tocar piezas distintas, «dependiendo de las lecturas de ese día», afirma, aunque en alguna ocasión ha tenido que dejar su lugar en el coro al ser reclamado para tocar en otras localidades de la zona, e incluso en la catedral de Salamanca. Por eso, afirma que «para mí es una alegría que Dios me haya dado cualidades para poder servirle así».
Los jóvenes talentos nacionales tienen en Juan de la Rubia, organista de la Sagrada Familia de Barcelona, un referente. A sus 38 años, es «un organista completo que, además de tocar el repertorio, ha recuperado la mejor tradición de la improvisación, algo indispensable para acompañar los tiempos de la liturgia y que los jóvenes tenemos muy en cuenta», dice Aarón Ribas.