Joven, agricultor y organista: «Tocar para Dios es un privilegio» - Alfa y Omega

Joven, agricultor y organista: «Tocar para Dios es un privilegio»

Alberto Iglesias, un joven salmantino agricultor de profesión es uno de los últimos organistas litúrgicos que quedan en España

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto cedida por Alberto Iglesias

«A mí lo que me gusta es ir a Misa y tocar el órgano»: así de claro lo tiene Alberto Iglesias, un joven de 39 años de Cantalapiedra (Salamanca), que lleva desde los 6 años poniéndose al frente del órgano de su pueblo y de otros de la provincia.

Alberto es agricultor de profesión, por lo que la llamada de Alfa y Omega le coge «entre patatas y cebollas», pero además de ser ingeniero agrícola de formación es también organista litúrgico certificado por la Conferencia Episcopal Española y miembro de la Asociación para la Promoción de Música Religiosa. «Mi misión es simplemente poner música a la liturgia y dotarla de toda la dignidad que se merece», asegura.

Todo empezó cuando Alberto empezó a oficiar de monaguillo en su parroquia. «El párroco sabía tocar el órgano y empezó a enseñarme. Al principio tocaba de oído, hasta que un día me dijo que no podía seguir así, que tenía que aprender solfeo».

Años más tarde completó su formación con grandes figuras del órgano en España, como Pascual Barturen, Alberto Iglesias Sanz, Basilio Suances, Juan Antonio Espinosa o Juan Montesinos, «algunos de los mejores compositores de música religiosa en España».

Foto cedida por Alberto Iglesias

Hoy dice que «lo primero es mi parroquia», por lo que cada domingo se sienta ante el órgano de la iglesia de Santa María del Castillo, de Cantalapiedra. «Cada semana toco piezas distintas, dependiendo de las lecturas de ese día», afirma, aunque en alguna ocasión ha tenido que dejar su lugar en el coro al ser reclamado para tocar en otras localidades de la zona, e incluso en la catedral de Salamanca.

Por su larga trayectoria, Alberto sabe que la provincia «está escasa de órganos en condiciones, han desparecido muchísimos. Lamentablemente, los organistas se mueren y no hay relevo. Y claro, luego el órgano se abandona y se deteriora. Y restaurarlos después cuesta mucho dinero».

Sin embargo, todo eso no le quita la ilusión por acariciar las teclas de este instrumento cada semana: «Si por cualquier razón un día voy a Misa a una iglesia y no estoy delante de un órgano, me siento desubicado. Ten en cuenta que llevo tocando desde los 6 años, domingo tras domingo».

Por eso, concluye que «para mí es una alegría y un privilegio que Dios me haya dado cualidades para poder servirle mediante la música».