José María Marco Tobarra: «Azaña tenía sus frustraciones» - Alfa y Omega

José María Marco Tobarra: «Azaña tenía sus frustraciones»

En Azaña. El mito sin máscaras, este ensayista desmenuza metódicamente a la principal figura de la II República: las miserias superan ampliamente a las grandezas

José María Ballester Esquivias
El escritor posa con la obra. Foto: Ediciones Encuentro.

¿Cómo definiría a Manuel Azaña Díaz?
Es complicado. Es un personaje característico del final de siglo, un intelectual que quería ser artista. Entre las ambiciones estético-artísticas que se propuso está la de crear una nueva España. Tampoco se le puede entender sin sus frustraciones particulares. No solo al personaje, también a su obra.

¿Cuáles son esas frustraciones?
La frustración fundamental es no tener la capacidad creadora para ser un artista de verdad. Azaña es un personaje que se introduce –reflejo muy clásico de la crisis de finales del XIX– en un proceso de autoanálisis o autorreflexión: de ahí cree que puede sacar una obra literaria grande. No sale. Él mismo lo dice y está insatisfecho.

Bio

Nacido en Madrid el 14 de octubre de 1955, es doctor en Literatura Española, profesor universitario, ensayista e historiador. Ocupa un espacio singular dentro de la actual corriente liberal-conservadora, a la que llegó progresivamente desde un compromiso inicial con la izquierda. Fue comisario de la exposición sobre Azaña en 1990.

Frustración particular y frustración en la obra.
Esta última es la fundamental: es buen prosista, pero no es capaz de ser artista.

¿Solo la política le permitía resolver esas frustraciones?
La segunda parte es su compromiso con la creación de una nueva España. Sin duda alguna, una de las salidas que encuentra es la de la política. Pero Azaña representa más que un proyecto político. Representa la fundación de una España distinta.

Su vocación estrictamente política es tardía.
Sí. Aparece en torno a 1910 y se plasma cuando vuelve de París hacia 1911, 1912, 1913 y cuaja con la Primera Guerra Mundial.

Su desconfianza hacia la monarquía, ¿es gradual o de origen?
Es de base, como la de mucha gente de su generación: nunca hay un elogio o una reflexión positiva sobre la monarquía. Aunque en algún momento pensaron que era posible cambiar fundamentalmente el régimen canovista y hacer del rey una figura simbólica, completamente inocua; algo contrario al propio régimen, tal y como estaba conformado. Cuando el régimen constitucional sobrevive mejor de lo que ellos creen –antes de Primo de Rivera–, Azaña da el paso y se declara formalmente republicano. Pero el republicanismo, como ideología, estaba antes.

¿Cuál es la responsabilidad de Azaña en el nacimiento viciado de la Segunda República?
En eso no tiene tanta responsabilidad. La responsabilidad es más política. Azaña entra en una ambigüedad que se podría haber resuelto de otra manera, es decir, que la República podía haber sido un régimen reformista, como lo enseñan Alcalá Zamora, Lerroux, Miguel Maura o Melquíades Álvarez. Azaña, de alguna manera, parece responder a esa posibilidad; pero en realidad su discurso y actitud corresponden más al de una República revolucionaria, en el sentido político, no social.

Es ahí donde Azaña asume mucha responsabilidad.
Claro, porque en vez de hacer un régimen consensuado, de transición, de incorporación de diversas corrientes, lo que hace es un régimen que divide y que disuade a los no republicanos a adherirse a la nueva situación. Crea un problema.

Una manifestación de su rencor, según da a entender en el libro.
Y también una insatisfacción personal. Una revisión del pasado que es también una revisión de un pasado familiar: su padre es un liberal clásico, perfectamente integrado en la monarquía constitucional.

¿Asociaba de forma algo primitiva a la monarquía con la religión católica?
En parte, sí: la monarquía, el catolicismo, la Iglesia y el Ejército tal y como estaban constituidos formaban parte de un conglomerado que significa una España con la que Azaña quiere romper y dejar atrás. No habla nunca de la monarquía como monarquía católica, pero sí que se ve muy bien como es parte de uno de esos núcleos característicos –y otro de ellos es la Iglesia–, de una España que quiere dar por finiquitada.

España ha dejado de ser católica, dijo.
Esa afirmación fue un error en su momento, pero hay que entenderla como una cuestión programática: España tiene que dejar de ser católica. Planteaba una afirmación que sabía que no era cierta. Pero lo que está haciendo es un programa de descatolización de España que va a conducir a…

…la Guerra Civil.
En primer término a la intolerancia, plasmada en agresiones, quema de conventos…

Más mártires beatificados

La catedral de Granada acoge este sábado una nueva ceremonia de beatificación de los mártires de la persecución religiosa que sufrió España en los años 30 del siglo pasado. Se trata de 16 nuevos testigos, la mayoría de ellos sacerdotes de la diócesis andaluza, a los que se suman un seminarista y un laico.

«Todos ellos nos enseñan a demostrar en nuestra vida el amor por Jesucristo, hasta el punto de que lo que todo el mundo más estima, que es la vida, ellos la perdieron por su amor tan grande al Señor», afirma el vicepostulador de la causa de beatificación, Santiago Hoces, quien asegura también que su testimonio de perdón a sus verdugos responde a que «obedecían al Señor, que nos dijo que tenemos que perdonar. Es el amor de Dios el que los movió a actuar así».

Muy indiferente se mantuvo hacia esos episodios.
Sí. Él copia la frase de Georges Clemenceau y dice: «Las iglesias de Madrid no valen la vida de un republicano». Eso significa que no vale arriesgar la lealtad al régimen de la opinión pública en la defensa de algo que él mismo da por superado. Un error gigantesco.

Asumió perfectamente una violencia tolerada.
Sí, perfectamente. Personalmente, no le gusta, hay que decirlo. Y lo apuntará más tarde, en 1936, cuando vuelvan los disturbios anticlericales fuertes. Pero la tolera. E incluso en algún momento la justifica.

Sostiene, además, que nunca quiso regenerar España, en el sentido de hacer un país mejor.
Es que Azaña no quiso hacer un país mejor. Como muchos políticos e intelectuales de la época, no entiende la política como gestión de intereses, mantenimiento de los equilibrios o formación de la opinión pública. Él es otra cosa.

¿Qué cosa?
Tiene un proyecto en el que se formula otra comunidad política, que tiene mucho de razonamiento histórico: Azaña piensa mucho en términos historicistas, de modo especial en los Reyes Católicos. No nos damos cuenta, pero su ideal de España es muy de Cisneros.

¿De Cisneros? ¿Por qué, entonces, esa tirria hacia la religión católica?
Porque es uno de los pilares de la España con la que el quiere acabar. Aparte de eso, parece haber habido –tal y como lo cuenta él, no disponemos de datos suficientes para contradecirle– una historia personal con una fase de fe infantil, inocente y feliz, a la que siguió una fase de frustración a la que siguió otra de reconstrucción, en los agustinos de El Escorial de una fe poco humana, rutinaria, fría, formalista. Es algo de lo que acusa a la Iglesia.

Y tanto: la acorraló.
La acorraló.

¿Pudo evitar Azaña el estallido de la Guerra Civil?
Es difícil pensar que hubiera podido evitarlo, aunque es difícil también pensar que fuera un elemento fundamental del asunto. Azaña contribuye a crear esa situación de enfrentamiento, con su actitud a lo largo de la campaña del Frente Popular, en los días que precedieron a las elecciones y en la noche electoral. Ni desde la jefatura del Gobierno ni después desde la presidencia de la República hace nada para evitar la violencia que se está desencadenando. La apunta, la anota, se lamenta de lo que está pasando, pero no hace nada para remediarlo.

¿Y cuando matan a Calvo Sotelo?
No hace nada para aclararlo. Sí que asume cierta responsabilidad cuando la situación es ya muy delicada.

O sea, que el «Paz, piedad y perdón» es tardío.
Muy tardío.

¿Cómo debe de ser entendido?
En primer lugar como una apelación a la creación de una opinión que permita una negociación entre Franco y el bando republicano, algo imposible, pero es la actitud de Azaña. Es también una apelación a la Historia.

¿Fue un mensaje sincero?
Fue sincero en el sentido que repite una actitud reiterada de Azaña: se confiesa en público todo el rato, pide perdón continuamente. Se percibe en sus textos. Es un hombre muy atormentado.

Muy católica esa actitud.
Muy católica, sí. Contrasta con la buena conciencia que mantiene ante las quemas de conventos. Pero bueno, no se siente a gusto, no se siente contento. Ese es el contexto del «Paz, piedad y perdón».

No sirvió de mucho.
No sirvió de nada.

Azaña. El mito sin máscaras
Autor:

José María Marco

Editorial:

Encuentro

Año de publicación:

2021

Páginas:

356

Precio:

24 €