La pesadilla de Azaña, Hitler y Mussolini - Alfa y Omega

La pesadilla de Azaña, Hitler y Mussolini

Hace 100 años se calzó las sandalias del Pescador Pío XI, el Papa de entreguerras, defensor de la libertad religiosa ante las ideologías que oscurecieron el mundo

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Pío XI en la plaza de San Pedro el 12 de febrero de 1922, pocos días después de haber sido elegido Papa. Foto: Vidal.

El 6 de febrero de 1922 daba su primera bendición desde la logia central de San Pedro el Papa Pío XI. El mundo acababa de salir de la Primera Guerra Mundial y las ideologías totalitarias aceleraban el paso hacia la nueva confrontación que se desataría pocos años después.

El primer escollo al que se tuvo que enfrentar el Papa Ratti fue el de resolver la llamada cuestión romana, la ocupación de los Estados Pontificios por Italia, que llevaba sin resolverse más de 50 años. Para solucionarlo, la Santa Sede entabló conversaciones con Benito Mussolini, que acababa de tomar el poder en el país. Al Duce le convenía ceder para ganarse las simpatías de los católicos hacia el fascismo, con lo que en febrero de 1929 ambas partes firmaron los Pactos de Letrán, con los que se creaba el Estado de la Ciudad del Vaticano, con una extensión territorial reducida pero suficiente para crear relaciones diplomáticas con cualquier nación del orbe.

Eso no quitó libertad al Pontífice, que apenas dos años después escribió una durísima encíclica contra el fascismo por su nacionalización de la educación y por la decisión de prohibir en todo el país la Acción Católica, el brazo armado de la Iglesia en las parroquias. En ella denunciaba también la «estatolatría pagana» del régimen, lo que creó una tensión que solo se resolvió con la rectificación de Mussolini, algo que, a juicio de algunos historiadores, justificó después la tibieza del Papa a la hora de condenar la invasión de Etiopía por parte de Italia.

Un Papa de guerra en guerra

1922 Achille Damiano Ambrogio Ratti sube a la sede de Pedro como Pío XI, el 259 Papa de la Iglesia católica

1929 Negocia con Mussolini la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, tras 59 años de ocupación

1933 Publica Dilectissima nobis en respuesta al acoso a la Iglesia durante la Segunda República española

1937 Alerta sobre los peligros del nacionalsocialismo alemán en su encíclica Mit brennender Sorge

1939 Muere en el Vaticano después de haber mediado para pacificar España durante la Guerra Civil

Sin embargo, a la hora defender el derecho a la libertad religiosa en cualquier parte del mundo, a Pío XI no le temblaba la mano. No lo hizo en ninguna de las tres encíclicas en las que denunciaba la persecución religiosa en México, y tampoco lo hizo ante los crecientes excesos del nazismo en Alemania.

Ya en 1933, Edith Stein, quien años después moriría como carmelita en Auschwitz, escribió al Santo Padre para que defendiese a los judíos alemanes: «No solo los judíos, sino también miles de católicos de Alemania, esperan que la Iglesia de Cristo haga oír su voz contra esos abusos en nombre de Dios», le dijo. La respuesta del Papa llegó con la encíclica Mit brennender Sorge, escrita en alemán, en la que denunciaba el «culto idolátrico» que recibía el nazismo, a cuyos líderes definía como «enemigos de Cristo que en vano sueñan con la desaparición de la Iglesia».

Otro reto para el Papa fue también lo que venía sucediendo en aquellos años en España. Al proclamarse la Segunda República en 1931, el Vaticano escribió a los obispos exhortándolos a acatar el nuevo Gobierno presidido Azaña, pero a la publicación de la anticlerical Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas el Papa respondió con la encíclica Dilectissima nobis, en la que clamaba contra la injusta situación de la Iglesia en España.

El Pontífice con un grupo de asilados por las Hermanitas de los Pobres, en marzo de 1923. Foto: ABC.

Más tarde, cuando ya sonaban los tambores de la guerra civil, Pío XI movilizó a su diplomacia para intentar evitar el conflicto y, a medida que avanzaban las hostilidades, medió para concluir la lucha fratricida en nuestro país. El historiador Vicente Cárcel Ortí ha desvelado cómo incluso en diciembre de 1938, a menos de dos meses de su muerte, el Pontífice seguía intentando terminar con la guerra, algo a lo que se opuso Franco, optimista ante sus posibilidades de salir vencedor.

Contrariamente a la leyenda de un Papa entregado a la causa nacional, Pío XI siempre mantuvo la distancia con Franco. Pasaron dos años hasta que la Santa Sede reconoció al Gobierno, pese a que desde el principio fue consciente de la persecución a muerte de sacerdotes, religiosos y laicos en la España republicana.

Quizá Pío XI no lograra grandes resultados en los frentes en los que se metió, pero ha pasado a la historia como el hombre que más hizo por la paz en los años más prolíficos en guerras de la historia, y el que más alto clamó contra la persecución religiosa en el que ya ha sido llamado el siglo de los mártires.