Consiliario de Vida Ascendente: «Los que van llegando a la edad de jubilación ya no son gente de Iglesia»
Del 26 de septiembre al 1 de octubre, España y Portugal acogen el primer Encuentro Internacional de Mayores. El consiliario de Vida Ascendente en España da las claves
¿El encuentro va a revitalizar el movimiento de Vida Ascendente después de la pandemia?
Sin duda. Vida Ascendente, desgraciadamente, ha perdido a mucha gente. Unos porque Dios se los ha llevado a la casa del Padre, que es donde mejor se está; otros muchos se han quedado limitados. Hay gente que sigue teniendo miedo a salir de casa, a otros se los han llevado a una residencia. Al final, por una cosa o por otra, han dejado de venir a Vida Ascendente, como han dejado de venir a la Iglesia. Yo también soy párroco en Alcalá de Henares y echo de menos a mucha gente, y cuando me llaman para que les lleve la comunión me doy cuenta de que no van a volver.
Esta es una primera motivación. Otra es que hay mucha gente que está ahí, que ha dado la talla durante la pandemia, que ha estado pendiente de los demás. La verdad es que se ha generado un movimiento de solidaridad en la soledad que ha sido muy bonito y en el que tenemos que seguir profundizando.
España envejece a pasos agigantados. ¿El movimiento está llamado a ganar en importancia dentro de la Iglesia?
Diría que sí. Vida Ascendente es una respuesta de acompañamiento en la fe a esas personas que se les van acumulando las notas características de la vejez. Y como cada vez hay más, pues crecemos.
También hay que tener en cuenta que estamos en una sociedad en la cual los que van llegando a la edad de la jubilación ya no son gente de Iglesia. Los que ahora tienen 80 años se han criado en un ambiente cristiano, han dado una educación cristiana a sus hijos, han procurado vivir su fe en la parroquia. Pero el que tiene 60 o 65 años está inmerso en una sociedad totalmente desacralizada, secularizada. Por ello, desde el movimiento y desde el grupo interdisciplinar que ha creado la Conferencia Episcopal —la Pastoral del Mayor—, estamos buscando respuestas evangelizadoras para los que van entrando en la tercera edad, y esto es una cosa nueva y sorprendente. En la Iglesia siempre nos hemos planteado cómo atraer a los jóvenes, a las familias… pues ahora toca pensar cómo traemos a los mayores que ya no vienen.
¿Qué me dice de la Vida Ascendente en otros países?
Hay que decir que España es de los países en los que probablemente más fuerza tiene el movimiento, por eso que decíamos del envejecimiento. En el caso de Portugal, por ejemplo, hay menos grupos, pero son grupos con mucha fuerza. Tienen mucho dinamismo comunitario. No son usuarios de un servicio parroquial, sino que se sienten miembros de una comunidad viva, de una comunidad evangelizadora, de una comunidad que se nutre de la Palabra de Dios y que la anuncia. Esa dimensión comunitaria, quizá porque a lo mejor son menos, la tienen más remarcada.
Y en otros lugares de Europa hay algunas experiencias muy bonitas. En Alemania, por ejemplo, se vive de forma ecuménica. Hay Vida Ascendente evangélica, con un consiliario evangélico, y una Vida Ascendente católica, con su propio consiliario católico. No es que sean dos movimientos distintos, católicos y no católicos, sino que trabajan en común. Desde el punto de vista dogmático hay diferencias y, precisamente por eso, la formación se delega a un sacerdote católico y a un pastor luterano, pero luego toda la actividad del movimiento la llevan en común. Creo que son experiencias muy bonitas de las que podemos aprender en otros ámbitos.
¿Cómo trata España a sus mayores?
Yo creo que hay un poco de todo. Sí que es verdad que la pandemia ha supuesto una toma de conciencia de la realidad de los mayores. Ahora pones la televisión y hay más programas que muestran a gente que hace cosas por ellos. Pero también es verdad que, al final, los mayores importan porque son votantes y estorban porque cobran pensión. Lo socioeconómico y lo político desgraciadamente marca todo. Y eso está ahí. Es decir, «les llevamos de excursión porque así nos votaran y les engañamos con las pensiones porque al final nos cuestan dinero». Es una realidad agridulce.
¿Cuál es el objetivo del encuentro?
En primer lugar, dar gracias a Dios porque nos hemos librado y la pandemia va remitiendo. En segundo lugar, poner en valor y visibilizar toda esa realidad de los mayores, que están en una situación de descarte enorme. Por último, es la idea de que los mayores todavía tienen algo que aportar, algo que decir. Yo siempre digo que jubilarse no significa haber llegado a la edad de caducidad. Todavía se puede aportar mucho a la Iglesia, a la familia y a la sociedad.