Jornada de las Vocaciones Nativas: importa financiar proyectos pastorales en tierras de misión. Catequesis que dan fruto (y también verduras)
Cualquiera puede pensar que los proyectos más necesarios que se deben financiar en países pobres son, por ejemplo, la construcción de pozos u hospitales, o la alfabetización de niños. Sin embargo, para que arranque el motor del cambio social en las comunidades, y, sobre todo, en el corazón de las personas, hace falta gasolina. Gasolina que dan, sobre el terreno, los misioneros allí desplazados y, sobre todo, las vocaciones nativas que surgen cuando alguien está dispuesto a comprar una bici para un catequista mozambiqueño, o a financiar la formación de los laicos en el Congo, o a reconstruir un Seminario en Haití. Porque en la promoción de estas vocaciones también hay mucho que discernir…
¿Imagina que, para llevar a cabo su labor espiritual y social, la Iglesia en España dependiera de unos cuantos misioneros de Tierra Santa, como cuando el apóstol Santiago predicó por primera vez el Evangelio en estas tierras? Para evitar que tan surrealista situación se dé en los actuales territorios de misión, el próximo domingo, Obras Misionales Pontificias propone la Jornada de las Vocaciones Nativas, a fin de ayudar –con oración y apoyo económico– a que, en las Iglesias locales, nazcan y se acompañen las llamadas que Dios quiera suscitar. Una tarea que suele desarrollarse según un esquema recurrente: primero, ayudar a que la Palabra llegue a tantas almas como sea posible; segundo, formar a niños, jóvenes y adultos para que se encuentren con Cristo; y tercero, acompañar a quienes se sientan llamados a consagrarse, de modo que no se pierda ninguna vocación, ni se cuele quien busque en la Iglesia un refugio de próspero. Para muestra, tres botones.
Paso 1: 36 bicis, para llegar lejos
Para ayudar a las Iglesias locales, la Conferencia Episcopal Española financia cada año varios proyectos en países de misión, a través del Fondo Nueva Evangelización. Uno de esos proyectos, aprobado en 2012, consiste en comprar 36 bicicletas (2.000 euros, a 55 euros por bici) para la parroquia de San Mateo, en la archidiócesis de Beira, en Mozambique. El sacerdote mozambiqueño Diamantino Andrade, titular de la parroquia, explica que «Beira es muy grande (80.000 kilómetros cuadrados), tiene cuatro diócesis sufragáneas y mucho territorio rural y pobre. La gente trabaja en la pesca, la agricultura y el comercio local, vive en casas de madera y hay mucho analfabetismo. La situación política es caótica, llevamos meses con mucha violencia en las calles y se han reabierto heridas de la guerra civil que hubo hace 20 años».
En ese contexto, «anunciamos el Evangelio, porque sólo Cristo cambia el corazón de las personas, y de las comunidades. Tenemos 27 catequistas que recorren 20, 30 y hasta 60 kilómetros cada semana, para llegar lo más lejos posible a dar la catequesis, a hablar de perdón, del amor de Dios, de dignidad, de paz, de entrega al Señor y a los demás… Lo mismo hacen los ministros de la Palabra y la Eucaristía, laicos que llevan la Comunión cada domingo y hacen celebraciones de la Palabra donde no llegamos los curas». Así que, «ahora, con las bicis –que también uso yo–, vamos a llegar más lejos, a más gente y en menos tiempo, porque antes tardaba una semana en llegar a ciertos pueblos», dice. El resultado de cada pedalada, abruma: 400 catecúmenos, 50 bautizados en la última Pascua, grupos de matrimonios, vocaciones al sacerdocio y en las congregaciones religiosas de la zona…
Paso 2: Del Bautismo, a la acequia
Otro proyecto del Fondo Nueva Evangelización consiste en financiar, con 2.500 euros, la formación de catequistas laicos en la diócesis de Kisantu, en la República Democrática del Congo. Del proyecto se ocupan las misioneras lauritas, que combinan la atención directa (alfabetizar niños, curar enfermos, crear infraestructuras) con la evangelización, en mitad de una población asediada por una guerra que lleva activa desde 1997. La Hermana Milagro, que ha estado en Kisantu y, tras un período en España, volverá allí en unos días, explica que «todos, también los pobres, tienen derecho a conocer a Dios y a que les cambie la vida. Al formar a los laicos con el Evangelio y el Catecismo, se construye la Iglesia local y se cambia a toda la comunidad, sobre todo a los jóvenes, que descubren que pueden darse a los otros, que la violencia no es su única salida. Tenemos catequesis cada sábado, formación para catequistas una vez al mes, y un encuentro espiritual al año, aunque nos faltan materiales y lugares para reunirnos».
Cuando los que reciben el Bautismo y se forman en la fe descubren su dignidad de hijos de Dios, «pasan a tener un compromiso mayor en la comunidad: ayudan a los vecinos, acompañan a los sacerdotes a cuidar enfermos, se meten en nuestros proyectos de piscicultura, empiezan a escolarizar a los niños, van a nuestros talleres de higiene y salud, costura, cocina, les enseñamos a hacer acequias, a crear huertos en los patios de sus casas… Les cambia la vida». Sus catequesis dan mucho fruto…, y también verduras y hortalizas.
Paso 3: Un terremoto vocacional
Cuando el Evangelio se siembra, y se cuida el encuentro con Cristo, Dios llama. El problema es que, en muchos lugares, faltan las infraestructuras para prepararse y hacer un correcto discernimiento de la vocación.
Así se encuentran los seminaristas de Haití, cuyo Seminario fue destruido en el terremoto de 2010. La Iglesia haitiana se volcó con los damnificados, pero sus seminaristas se vieron abocados a vivir en tiendas de campaña, sin higiene, sin intimidad, con gran precariedad material, y sin las condiciones necesarias para su formación y el cultivo de su interioridad. Gracias a la ONG Ayuda a la Iglesia Necesitada, dependiente de la Santa Sede, los seminaristas viven ahora, de cinco en cinco, en pequeñas casas de chapa, y siguen sus clases en barracones. El Rector del Seminario, el padre Guy Boucicaut, reconoce el sello de la Providencia: «Los seminaristas son conscientes de la precariedad, pero trascienden los problemas para dar lo mejor de sí. Elogio su coraje heroico, su buena voluntad de formarse bien y su determinación de ir hacia delante contra viento y marea, para estar a la altura de lo que Dios espera de ellos». El ejemplo de los sacerdotes y de los formadores tras el terremoto, en medio del dolor, ha interpelado a muchos, y cada año hay más seminaristas, lo que implica «un más exigente discernimiento de todos los actores de la formación: seminaristas, sacerdotes y obispos». Lo importante es que ninguna vocación muera antes de nacer.