Jorge García Cuerva: «En la ciudad la pobreza está detrás del maquillaje»
Nombrado arzobispo de Buenos Aires casi a la par que el cardenal Cobo en Madrid, este argentino tiene como hoja de ruta la pastoral de la calle, en la que «seamos capaces de abrazar a todos»
La pastoral en la gran ciudad —algo que Buenos Aires comparte con Madrid y tarea que el Papa encomendó a ambos arzobispos a la vez—, ¿cómo se concreta en su extensa archidiócesis?
A mí me gusta hablar de una pastoral atravesada por la diversidad, por el anonimato y por la soledad. Es una característica de las grandes ciudades, donde estamos todos juntos pero no nos conocemos y vivimos una profunda soledad. Las pobrezas urbanas están ligadas no solo a la gente que vive en las periferias de nuestra ciudad, en las villas, sino también a la gente que vive sola; a la ancianidad; a quienes están en casas tomadas, en hoteles o pensiones de dudosa habilitación, y a una pobreza que está escondida a veces detrás de un peinado de peluquería o de un maquillaje. Fundamentalmente, lo que tenemos que tratar es de desafiarnos a estar cerca, lo que dice el Papa de ser un hospital de campaña. Puede parecer que no son ciudades con tanta pobreza y, sin embargo, sus habitantes están quebrados emocionalmente. Hay mucha tristeza, mucha depresión, mucha soledad. Así que yo pienso en una pastoral de la calle, donde seamos testigos de la alegría del Resucitado y capaces de abrazar a todos.
Durante nuestra visita al barrio Padre Mugica —más conocido como Villa 31, la villa urbana más insegura de la ciudad— las familias nos confesaban que están aumentando considerablemente las adicciones y la sensación de peligro. ¿Qué desafío tiene la Iglesia ahora mismo tanto a nivel social como a nivel pastoral en estos barrios?
Nosotros tenemos muchas villas en la ciudad de Buenos Aires, algunas de ellas con una estructura importante, como la Villa 31. Justamente ha dejado de llamarse villa y se llama barrio porque va teniendo instituciones que están dentro, como por ejemplo el Ministerio de Educación; es decir, vamos generando una integración urbana. Pero también tenemos otros barrios donde esto no sucede, que están cooptados por el narcotráfico, por una situación de miseria que es lacerante. Aquí doy la misma clave que antes: la Iglesia quiere tener presencia capilar en nuestros barrios y lo hacemos, por ejemplo, a través de los Hogares de Cristo y de Cáritas —dos presencias concretas del amor al más pobre—, con la presencia de los sacerdotes viviendo en el lugar y con un movimiento laical fuerte. En definitiva, es hacer lo de Jesús, que no se alejaba de los enfermos ni de los pecadores, sino que los abrazaba.
¿Cómo se afronta desde la Iglesia la polarización política y social que hay ahora mismo en el país?
En la Argentina se dice comúnmente que vivimos en una gran grieta social, que justamente es esta división. A mí me gusta hablar de herida, porque duelen las entrañas de nuestro pueblo. Esta enorme división que tenemos los argentinos hace que nos enfrentemos, que nos agredamos, que creamos que el otro, porque piensa distinto, es mi enemigo. Pero, al mismo tiempo, la herida me da esperanza de que alguna vez deje de doler, porque cicatrice. Creo que mi rol y el de la Iglesia es, básicamente, tender puentes, generar la cultura del encuentro y el diálogo. Apuesto por que el otro es mi hermano, aunque piense distinto, aunque sea de otro equipo de fútbol y aunque vote a otro partido político.
¿Le condiciona suceder al cardenal Bergoglio? ¿Todo el mundo espera que se le parezca?
Bergoglio es el Papa Francisco desde marzo de 2013 y yo soy arzobispo de Buenos Aires desde julio de 2023; con lo cual, agradezco en primer lugar que pasaron unos cuantos años. Pero sí: en el imaginario colectivo hay como una presión de estar en el mismo lugar. Evidentemente, tenemos cosas similares. Yo soy mucho de los medios de transporte público y no vivo aquí en la Curia, sino en una casa que tiene el arzobispado en Flores; un hogar de barrio, muy sencillo. Voy y vengo todos los días y me gusta estar con la gente. Luego hay otras cosas en las que no nos parecemos. Alguna vez una señora me dijo: «Pero el cardenal Bergoglio me recibía muy seguido y usted me dio audiencia para dentro de dos meses». Y yo le respondí que la situación es absolutamente distinta. El Santo Padre me ha elegido para que sea arzobispo de Buenos Aires siendo yo —aunque nos llamemos igual—, no para que sea él.
Nacido en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz, en 1968, Jorge García Cuerva fue ordenado sacerdote en 1997 en la catedral de San Isidro. Nombrado obispo titular de Lacubaza y auxiliar de Lomas de Zamora el 20 de noviembre de 2017, recibió la ordenación episcopal en la catedral de Lomas de Zamora el 3 de marzo de 2018. El 3 de enero de 2019, el Papa lo nombró obispo de Río Gallegos y el 26 de mayo de 2023 arzobispo de Buenos Aires. En la Conferencia Episcopal Argentina es miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Carcelaria.
En el Vaticano, es miembro del Dicasterio para los Obispos y del Dicasterio para las Iglesias Orientales. También es licenciado en Derecho y en Derecho Canónico.
¿Cómo han recibido el pueblo y la Iglesia bonaerense la sinodalidad? ¿Hay más aceptación que resistencia?
La primera resistencia está en uno mismo. Quienes ya tenemos algunos años hemos sido educados y formados en una Iglesia con una estructura piramidal y hemos vivido lo que el Papa Francisco dice que es uno de los grandes venenos de la Iglesia: el clericalismo; incluso de los laicos. El otro veneno, como dice Francisco, es el «siempre se hizo así». Yo creo que hay que identificar estas dos plagas para después buscar el mejor insecticida. Y el modo de contrarrestar ambas es la sinodalidad, un movimiento que empezó para no frenar porque es el modo de ser de la Iglesia, no algo de moda. En realidad, tiene que ver con recuperar los orígenes, los de una Iglesia que camina junta como pueblo de Dios, con distintas responsabilidades, pero donde todas las voces tienen que escucharse, incluso las que incomodan. No digo que sea fácil, pero hay que seguir. Con firmeza y sin pausa. Reconociendo que hay resistencias y que las habrá. Pero el Espíritu Santo es más fuerte.
Quizá tenga que ver con que no sabemos todavía bien de qué se trata.
Cuando Francisco empezó a plantear que prefería una Iglesia en salida aunque fuese accidentada y no una Iglesia encerrada en sí misma y enferma, muchos creyeron que eso significaba celebrar Misa en la calle. La Iglesia en salida tiene que ver con eso, pero también con otra cosa, con aquello que decía san Óscar Romero de ser cristianos de lunes a lunes, comprometidos, testigos del Jesús de la vida y profetas en la vida cotidiana. Tiene que ver con ser una Iglesia que se involucra con las distintas realidades y que, por supuesto, se va a equivocar y va más de una vez a salir manchada. Con la sinodalidad sucede lo mismo. Algunos creen que tiene que ver con juntarse un rato y hacer una dinámica de escucha. Y yo vuelvo a insistir; es un modo de ser Iglesia que recuperamos de los primeros años. Me gusta una frase: «Somos caballeros derrotados de una causa invencible». Podemos vivir un montón de situaciones en las que sentimos que las cosas no salen como nos gustaría que salieran. Pero la causa del Evangelio es invencible.