Jorge Enrique Jiménez Carvajal, CJM: «Un guerrillero se fugó y llevó información para liberarme»
Un cardenal es alguien dispuesto a derramar su sangre. Así lo expresan sus vestiduras rojas. «Disponibilidad» es la palabra que más repite el arzobispo emérito de Cartagena de Indias (Colombia), creado cardenal no elector en el último consistorio. Ya la vivió cuando las FARC lo secuestraron en 2002.
¿Cómo era la situación en Zipaquirá cuando lo secuestraron?
Colombia vivía un momento muy complicado. Había una arremetida muy fuerte de grupos subversivos sobre Bogotá. Tal vez pensaban en un pronto triunfo tomándose la ciudad. Y Zipaquirá estaba cerca. Era un objetivo para ellos; una zona muy pobre y sencilla, de campesinos. Yo iba a una comunidad de las más pobres de la diócesis, como hacía permanentemente. Nunca evité llegarme a esos sitios porque la gente nos esperaba.
Entre los ciudadanos, buscaban objetivos para hacer presión. Creo que por eso estudiaron mi secuestro, porque lo primero que dijeron a los que venían conmigo fue «pueden irse, venimos a por el obispo». Tuve la suerte de que un sacerdote, Desiderio Orjuela, una persona muy noble, buena y fiel, dijo «yo al obispo nunca lo dejaré solo». Estuvo conmigo y eso me ayudó a sobrellevar ese momento duro de casi una semana.
¿Pudo ser objetivo por haber hablado públicamente del conflicto?
En ese momento yo era presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM), por lo que tenía una cierta prestancia para que pudieran hacer mayor presión. Si no eran conscientes en el momento de secuestrarme, lo fueron rápidamente porque la prensa lo puso de manifiesto. También daba normalmente mis declaraciones por la situación dura que vivía la región e insistía en que no era el camino para tomar el poder. Lógicamente no podíamos permanecer callados.
¿Qué recuerda con más intensidad 20 años después?
Me impresionaron mucho los guerrilleros. Eran muchachos, varios de ellos menores de edad. Conversé mucho con ellos y ninguno estaba allá voluntariamente, sino que habían sido llevados por la guerrilla prácticamente de manera obligatoria. Les decía «¿y no han pensado en fugarse?». Pero me decían que lo primero que les quitan es la documentación, y eso los exponía si salían a la zona controlada por el Estado. Vivían acosados por un lado y el otro.
¿Qué supuso esta vivencia para su ministerio como pastor?
Me ayudó a tomar mayor conciencia de que los obispos que prestamos un servicio a una comunidad corremos su misma suerte y no hay que huir. No es fácil porque el miedo lo tenemos todos. Implica un acto de voluntad, de querer acompañar a la comunidad. Y nunca paré de visitar con frecuencia todas esas parroquias. El Estado me ofreció tener un poco de vigilancia sobre mis movimientos pero dije que no había necesidad, porque viviendo en medio del pueblo me podían coger en cualquier parte.
¿Cómo fue su liberación?
La población avisó de que yo me encontraba en la zona, porque los campesinos de los lugares por donde me llevaban sabían quién era. El Estado rápidamente identificó la zona, la rodeó e impidió que me sacaran y me llevaran a lugares más inaccesibles. Y luego uno de los guerrilleros con los que conversé, sin pedirle yo nada, se fugó y llevó información. El Ejército llegó de manera sorpresiva. En esa época había discusión sobre si las familias de los secuestrados podían impedir que el Estado se acercara a las guerrillas, por miedo a que entonces los mataran. Cuando se encontraron las dos fuerzas la guerrilla abandonó las armas.
¿Qué fue de ese joven guerrillero?
¡Sigo en comunicación con él! Estuvo un tiempo preso, pero yo mismo insistí en que tenían que liberarlo, porque en realidad estaba ahí a la fuerza.
¿Por qué cree que el Papa pensó en usted para crearle cardenal?
El Papa es sumamente libre para escoger a las personas y tiene sus criterios. Lo mío fue totalmente sorpresivo. No creo que esto haya influido, fue hace más de 20 años. Ahora vivimos una situación muy diferente en Colombia. Todavía con mucho miedo y violencia, pero no bajo esa presión tan fuerte que las FARC tenían sobre la población. Hoy en día la situación es más compleja en muchos aspectos.
¿Por ejemplo?
Creo que jamás terminaremos de ponernos de acuerdo sobre el origen de nuestra violencia. Es muy difícil diagnosticar en este momento lo que vivimos. Tenemos que darnos un tiempo para percibir exactamente hacia dónde vamos, cómo, y si el nuevo Gobierno es capaz de orientar el país o no. Me da mucha pena, significa que el camino hacia un país auténticamente pacificado se demora.
¿Qué supone para usted el cardenalato, siendo ya emérito y habiendo acabado de cumplir los años para no ser elector?
La vida de un católico, y mucho más de un obispo, tiene que ser de permanente servicio donde la Iglesia vea que lo necesita a uno. La disponibilidad para el servicio es la identidad de un católico. Si el Santo Padre ve que en algo todavía puedo servir dentro de un país concreto como Colombia, tengo que estar disponible. Esa ha sido mi vida. Ya no tengo un cargo que implique tener un grupo de sacerdotes a mi cargo. Pero la evangelización tiene tantas necesidades…
49 millones
450.664 muertos, 121.768 desaparecidos, 55.770 secuestrados y 7,7 millones de desplazados (1985-2018)
¿Cómo es su día a día?
Sigo en Cartagena de Indias principalmente. Lógicamente ya no con la insistencia de la responsabilidad total. Y con libertad para moverme más a otros lugares. A uno lo invitan de una parroquia para un servicio, una conferencia, una charla, para ayudar en la formación, para celebraciones…
Precisamente uno de los hitos de su ministerio como arzobispo de Cartagena fue la visita del Santo Padre en 2017.
El pueblo lo acogió con toda la alegría. Y él dejó un gran mensaje de esperanza que todavía queda en medio de la población. Ciertamente, el Papa marca a través de sus visitas la presencia de Dios.
Desde esta nueva etapa, ¿cómo mira atrás, a los inicios de su vocación?
Pertenezco a una familia católica, sencilla, que me formó en la fe, el Evangelio y el servicio a la Iglesia. Siempre fuimos muy comprometidos con la parroquia. Estaba en grupos de niños y adolescentes, el mismo camino que hacen tantos. Un día un sacerdote me invitó: «¿Y no piensas en ser sacerdote?». Eso me hizo pensar seriamente.
Y dio el paso.
A veces con mucho entusiasmo, a veces con dificultades, pero he sido muy feliz. Acabo de cumplir 56 años de sacerdote y si me volviera a tocar lo escogería otra vez con mucho gusto. Me he sentido muy bien en ese servicio religioso y evangelizador, al poder estar cerca de la gente, ayudar a los más pobres y darles esperanza.
Como expresidente del CELAM, ¿cómo ve lo que ha avanzado la Iglesia en Iberoamérica en estos últimos 20 años? ¿Puede la Iglesia universal aprender alguna lección?
La Iglesia latinoamericana tiene un camino especial. Pero cada Iglesia tiene uno propio, porque se encarna en el lugar y la cultura donde vive. En América Latina tenemos muchas cosas en común, también nuestra fe. Lógicamente no somos el 100 % católicos, pero seguimos teniendo los valores católicos muy claros. Por eso aquí se logró una unión entre las conferencias episcopales desde 1955 y eso ha marcado nuestro caminar. Eso es diferente en África o en Asia.
Aunque usted no vaya a poder votar, ¿qué le gustaría ver en un nuevo Papa, cuando haya que elegirlo?
Yo creo mucho en que Dios siempre lleva nuestra Iglesia a través del Espíritu Santo. Y está lleno de sorpresas, siempre hay sorpresas y muy buenas. Tenemos que esperar lo mejor.