«Jesús, ten compasión de mí»
30º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 10, 46-52
Nos encontramos este domingo ante una escena que, aun teniendo como trasfondo el contexto concreto del camino de Jesús hacia Jerusalén, cambia en algunos aspectos con respecto a los episodios que han sido proclamados en las últimas semanas. Por ejemplo, desparece el tono polémico o la contradicción entre las aspiraciones mundanas de los discípulos y la propuesta radical de entrega y de servicio del Señor. Además, para Jesús, el ser reconocido como Mesías no parece ya incomodarle como anteriormente. Gracias a los relatos paralelos de otros evangelistas, conocemos que Jesús fue varias veces a Jerusalén. Sin embargo, para san Marcos es más relevante fundamentar el sentido de esa subida a Jerusalén, sin importarle tanto detallarnos una crónica rigurosa de los momentos más sobresalientes de ese viaje. Y solo desde esta perspectiva podemos comprender el encuentro entre Jesús y el ciego Bartimeo. De ahí que los caminos de ambos se crucen a las puertas de Jericó, justo cuando Jesús y sus discípulos se dirigían a Jerusalén en el tramo último de la vida pública del Señor.
Son varios los profetas que, a través de varias señales, nos describen la llegada de los tiempos mesiánicos. Así lo encontramos en Isaías, o en el pasaje que este domingo es proclamado como primera lectura, del libro de Jeremías: mediante el cumplimiento de un hecho histórico determinado, como fue la vuelta del destierro de Babilonia, se nos sitúa en la aurora de la manifestación definitiva del Señor, cuando salve y reúna de manera definitiva a su pueblo. Es ahí cuando aparecen los ciegos y cojos como beneficiarios privilegiados de la acción del Señor. Pero no solo es en los profetas donde hallamos estas referencias. Si ponemos el foco ahora en el Evangelio, comprobaremos que los cuatro evangelistas dan noticia también de la sanación de ciegos. Para comprender algo lo que esto implicaba en la vida cotidiana de quien viviera hace 2.000 años, es preciso hacernos cargo de la triste situación en la que pasaban sus días los que habían nacido con esta discapacidad o la habían adquirido durante su vida. Más allá de depender de otras personas, algo que la mayoría no podía permitirse, debiendo convertirse en mendigos, suponía una lacra social que determinaba su marginación.
«¿Qué quieres que te haga?»
Al igual que otros relatos de curaciones, este episodio quiere superar la mera descripción de una curación física. Para ello nos ayuda ver cómo este pasaje se encuadra en el entorno de una serie de episodios en los que abunda la dificultad para entender de los discípulos, así como la incredulidad de los testigos de las curaciones. En cambio, parece como si para Bartimeo ese problema se disipara de manera súbita, clarificándose el reconocimiento del Señor como Mesías y Salvador, como lo revela el dirigirse a Jesús como Hijo de David. Asimismo, la referencia final a que (a Jesús) lo seguía por el camino, testimonia que se convirtió en discípulo de Cristo, realidad que explica que nos haya llegado el nombre de este personaje, debido a la memoria guardada entre los cristianos de la primera generación.
Desde los primeros siglos se configuró en el año litúrgico el tiempo de preparación a la Pascua como un periodo de purificación e iluminación, guardando un paralelismo con el camino de Jesús a Jerusalén, en el que tuvo lugar el encuentro con este ciego poco antes de consumarse la Pascua del Señor. Este tiempo, recordado en nuestros días, especialmente en el ritual de la iniciación cristiana de adultos, incide en el carácter del primer sacramento como verdadera iluminación. De este modo la recepción del Bautismo, que tiene lugar en la Vigilia Pascual, va a conseguir que la luz triunfe frente a las tinieblas y el nuevo cristiano se convierta en un nuevo Bartimeo; alguien que vivía hasta entonces en la oscuridad se encuentra con la luz de Cristo, que es luz de la fe, y se convierte en luz capaz de iluminar a cuantos se encuentran en la oscuridad.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.