La apertura del corazón - Alfa y Omega

La apertura del corazón

27º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 10, 2-16

Daniel A. Escobar Portillo
Jesús bendice a los niños, de Adam van Noort. Museo de Historia del Arte de Viena (Austria).

Jesús no cesa de instruir a sus discípulos hasta el final de su ministerio público. El Señor tiene en cuenta que debe proporcionar a quienes le siguen una formación y un modo de vida concreto para que su misión no se desvanezca, sino que continúe una vez que Él haya muerto y resucitado. Este domingo abordamos dos cuestiones con no poca relevancia en el día a día de cada uno de nosotros: la cuestión sobre el divorcio y el valor de los niños en la sociedad. Aparentemente se trata de dos aspectos que no guardan directa relación. Sin embargo, teniendo en cuenta que Jesús no realiza una enseñanza de modo superficial, sino en profundidad, descubrimos que el punto de unificación entre la actitud del hombre con respecto al matrimonio y la acogida de los niños es el deseo de luchar contra la dureza del corazón. Moisés permitió escribir el acta de divorcio por la dureza del corazón. Por el contrario, el niño es el ejemplo más transparente de todo lo contrario. Por eso, «de los que son como ellos es el Reino de Dios».

Una compañía adecuada

La parte inicial del Evangelio está en relación directa con el pasaje de la primera lectura, tomado del libro del Génesis. Tras crear al hombre y otorgar dominio sobre todo lo que ha hecho, Dios pone al lado de Adán a la mujer. Del contenido de este capítulo se desprenden tres enseñanzas principales: en primer lugar, la relación entre el hombre y la mujer es de igual a igual, y no de dominio, como revela el hecho de poner el hombre nombre al resto de criaturas; en segundo lugar, se trata de una relación de compañía que lleva en sí el fruto de la felicidad. Así se pone de manifiesto en la expresión «¡esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!»; en tercer lugar, la alusión a que «serán los dos una sola carne» muestra que, desde el momento en el que el hombre y la mujer unen sus vidas, no se comprende el ser de cada uno de modo independiente. Así pues, la doctrina matrimonial de la Iglesia no se fundamenta primariamente en un conjunto de preceptos humanos o principios morales, sino en el modo de ser y en la naturaleza de la persona, que muestra que el hombre necesita un complemento, una ayuda y alguien a quien pueda hablar de tú a tú por poseer la misma dignidad y grandeza. Estamos ante una verdadera unión que supera la ayuda corporal o afectiva y que se define como comunión personal y colaboración con Dios, dador de amor y de vida.

A pesar de todo, ya en tiempos de Jesús, al igual que en nuestros días, lo que el matrimonio está llamado a ser contrasta a menudo con la realidad que pueden vivir muchos esposos. En este sentido, el Evangelio del domingo no duda en defender el plan original de Dios y luchar contra la dureza del corazón de quienes quieren justificar algo que en sí no es bueno para el hombre: la separación, la división o la ruptura de un vínculo tan estrecho e íntimo. Ante la insistencia de los discípulos, tras la pregunta inicial de los fariseos, Jesús recalca que no se puede admitir el rechazo de la mujer o del marido y contraer matrimonio de nuevo. Con ello, no se limita en modo alguno la libertad del hombre, sino que se valora con hondura lo que implica el matrimonio desde su unidad e indisolubilidad.

La sencillez del niño

Durante estos domingos hemos observado la dificultad que experimentan frecuentemente los discípulos en comprender las enseñanzas y el modo de vida que les pide el Señor. De esta forma, discuten sobre quién es el más importante de ellos o, como aquí, tratan de impedir que algunos se acerquen al Señor. Por el contrario, Jesús no se cansa de enseñarles que para ser discípulo es preciso forjar un corazón como el suyo. Por eso coloca en el centro de la escena al niño, cuya grandeza no nace de la corta edad ni, quizá en este pasaje, de la debilidad física, sino más bien de la apertura total hacia el otro, de la sencillez de corazón y de la capacidad de fiarse por completo de los demás. A medida que nos hacemos mayores tenemos el peligro de ir blindando nuestro corazón. Este domingo, en cambio, Jesús nos pide quitar la coraza ante Dios y fiarnos por completo de Él, del mismo modo que un niño se fía de su madre o de su padre.

27º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 10, 2-16

Acercándose unos fariseos, preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.