Jean Sévilla: «Si los católicos no se implican en política, la gente acudirá a la derecha populista»
El intelectual francés inauguró el congreso internacional 50 años de mayo del 68, que la Universidad Francisco de Vitoria celebra hasta el sábado en Madrid
«Nos guste o no, todos somos hijos del 68. Y como todos los hijos, tenemos el derecho, incluso el deber, de cuestionar el legado recibido, de elegir lo que queremos hacer con él, de decidir con qué nos quedamos y qué rechazamos». Con esta cita del filósofo francés André Glucksmann explicaba este jueves María Lacalle el objetivo del congreso internacional 50 años de mayo del 68, que la Universidad Francisco de Vitoria celebra hasta el sábado en Madrid.
«Es cierto que las barricadas duraron unas semanas, lo imposible no se hizo realidad y la imaginación no llegó al poder, pero también es cierto que el mundo ya no fue igual después de aquello», añadió la máxima responsable de la organización de un evento que reúne a expertos que analizarán temas como la revolución sexual, la ideología de género o la crisis de la familia, con el colofón final del escritor francés Fabrice Hadjad, director del Institut Philantrophos de Friburgo, que clausurará el congreso con una conferencia sobre La restauración de la carne.
Más allá del mayo francés
El encargado de la inauguración del congreso fue otro intelectual francés, Jean Sévilla, que comenzó hablando de las movilizaciones protagonizados por la izquierda estudiantil y los sindicatos (de los 50 millones de habitantes que tenía en Francia, diez se pusieron en huelga). Alguno temieron incluso que el Partido Comunista Francés llegara el poder. No eran esos los planes de Moscú, si bien gracias a aquellas movilizaciones el movimiento obrero obtuvo del Gobierno importantes concesiones en materia salarial o de pensiones. Pero en definitiva, De Gaulle convocó elecciones y la derecha las ganó. «Los conservadores pensaron: “Qué alivio, ya está todo en orden”. Y sin embargo las cosas ya no volvieron al orden de antes. Todo cambió».
Sucedía que los cambios –destacó Sévilla– venían en realidad produciéndose desde hacía varios años, con unas y otras peculiaridades en los distintos países de Europa occidental y América del Norte. De una sociedad rural se pasó a otra urbana, pacífica y próspera, con supermercados llenos de productos hasta hace poco inimaginables. Irrumpieron en los hogares el teléfono y la televisión, y la incorporación al trabajo de las mujeres, unido a la llegada de los anticonceptivos, provoca grandes cambios en la vida de las parejas. Por aquellos años –destacó Sévilla–, salvo personas en situación marginal o intelectuales bohemios, era muy raro el nacimiento de niños fuera del matrimonio, mientras que ahora esa es la situación más generalizada en Francia.
Atajos para afrontar la crisis cultural
Jean Sévilla destacó como la clave de aquellos cambios el auge de la mentalidad individualista y el cuestionamiento de la autoridad en todos los ámbitos, ya sea la el sacerdote, la del jefe en una empresa o la del líder político. «El individuo se convierte en la norma suprema», subrayó. «El hombre se convierte en un ser autónomo capaz de definir por sí mismo cuáles son las normas que quiere o no aceptar».
De ahí se deriva una cultura relativista, puesto que «la verdad de cada individuo es tan respetable como la de las demás». Y sus derechos individuales se sitúan por encima del bien común. Algo –añadió– que se percibe incluso en el modo en que los jóvenes acceden hoy al mercado de trabajo. «En lugar de hablar de la esencia de lo que van a hacer, lo primero que preguntan es: “¿Cuáles son mis derechos?” Esto es algo desconcertante para los de mi generación. A nosotros nos han educado: «Este es tu jefe, y si no estás de acuerdo, te tienes que callar”. Ahora existe un espíritu de contestación permanente». En el trabajo, pero también en la política, en la familia, en el ámbito religioso…
Hay muchos aspectos positivos en todos estos cambios, reconoció, pero también serios problemas que se derivan de un «hiperindividualismo» en el que «el hombre se percibe como su propio creador».
A su juicio, hace falta nada menos que una «reconstrucción de la sociedad» para evitar que «estos cambios antropológicos provoquen la autodestrucción del hombre».
María Lacalle había aludido a la sutil censura que ralla en el «totalitarismo» e impide debatir abiertamente en nuestras sociedades sobre los efectos de la permisividad sexual o la ideología de género. Recogiendo ese guante, Sévilla advirtió de la necesidad de que los europeos afronten estos desafíos, «o si no otros podrían hacerlo en nuestro lugar», dijo en referencia a las comunidades musulmanas, hostiles a buena parte de la agenda ideológica sesentayochista.
Otro peligroso atajo para afrontar la «crisis cultural» es, a su juicio, la nueva derecha populista, autoritaria e hipernacionalista, pese a que pueda coincidir con algunos postulados de la antropología cristiana en materias como la defensa de la familia. Se trata de un fenómeno impensable hace unos pocos años en Europa, y que responde –aseguró– al descrédito de la política tradicional.
La solución –según Jean Sévilla– pasa por animar a los jóvenes católicos a implicarse en la política y en la vida pública. «La gente va a buscar respuestas [en esa nueva derecha] si no las ofrecen los católicos», dijo, remitiéndose al testimonio de anteriores generaciones de políticos cristianos que «se alimentaban de la oración» y concebían la política como «una noble actividad al servicio del bien común», al tiempo de que, conscientes del «pecado original», rechazaban una concepción mesiánica del poder.
Sévilla tiene esperanza de que se produzca una reacción de este tipo. «Lo hemos visto en la contestación en Francia al matrimonio homosexual: se despertaron fuerzas que estaban dormidas», dijo. «Tenemos importantes recursos para la reconstrucción en las familias, en las Iglesias… Las fuerzas están ahí, y con la voluntad de Dios será posible conseguirlo una vez más».