Jartum afronta sus días más trágicos a pesar del alto el fuego
El Ejército sudanés sigue bombardeando «indiscriminadamente» mientras los paramilitares se atrincheran en iglesias, hospitales y colegios, relata el periodista Ibrahim Ali desde la capital del país africano
El barrio de Gabra, al sur de Jartum (Sudán), «era una zona bonita y llena de vida». Aunque no faltaban pobres, «la mayoría de la gente era de clase media. Había cafeterías con jóvenes y mercados y centros comerciales repletos. Por la tarde, los chicos jugaban al fútbol», recuerda Ibrahim Ali, vecino y periodista. Ahora es un «punto caliente», controlado por el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), que desde el 15 de abril lucha contra el Ejército.
«Casi todo el mundo se ha ido y los que quedan es porque no pueden permitirse el viaje». La gasolina está doce veces más cara que hace unas semanas. Además del miedo constante, faltan servicios básicos como la electricidad, el agua —con temperaturas máximas de 40º—, e internet. Conseguir comida es casi imposible, porque «la mayoría de las tiendas han sido saqueadas» ante la falta de presencia policial, «y lo que hay está carísimo». También han aumentado los crímenes. «Las condiciones de vida son trágicas». Ali comparte este relato con Alfa y Omega como parte de un trabajo que sigue intentando sacar adelante a pesar de la mala comunicación y los problemas de transporte. Pero, sobre todo, «tengo que esconderme tanto de las FAR como del Ejército. Si me identifican como periodista, me arrestarán como a muchos compañeros».
49,2 millones
1.800 según la ONU
5.500 según el Gobierno
Casi nada cambió durante el alto el fuego que comenzó el 22 de mayo y que el lunes pasado se prorrogó cinco días. Estados Unidos y Arabia Saudí, los mediadores, reconocen que solo se ha cumplido parcialmente, pero matizan que «permitió entregar ayuda humanitaria aproximadamente a dos millones de personas». En Jartum, asegura Ali, «falló desde el primer momento» por culpa de los dos bandos. «Todo el tiempo se oye la voz del plomo, los combates son continuos en bastantes zonas y los aviones nos sobrevuelan». No tiene noticias de que haya llegado ayuda humanitaria. «La gente está decepcionada, además de traumatizada. Y, algunos, furiosos con los generales Abdelfatá al Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo, Hemedti», líderes respectivos del Gobierno y las FAR.
«Hay gente que lleva días sin comer, embarazadas que deberían dar a luz con seguridad y niños que necesitan tratamiento urgente. No podemos llegar a ellos», lamenta Emmanuel Isch, director nacional en Sudán de la ONG World Vision. Las «decepcionantes» violaciones del alto el fuego «han llevado a que haya más muertos, más heridos y más desplazados». Por ello, pide que en esta prórroga «se ponga en primer lugar el bienestar de la gente y se permita que la población civil reciba ayuda».
El Ejército juega con la ventaja de los aviones, que bombardean «indiscriminadamente», explica Ali. Por su parte, los paramilitares están repartidos por toda la ciudad y se esconden en «hospitales, colegios e iglesias». De hecho, según la televisión católica italiana TV2000, han convertido en cuarteles las catedrales católica, copta y episcopal y saqueado otros templos. «Mucha gente se queja también de cómo ocuparon sus casas, los maltrataron y los expulsaron», añade el periodista sudanés.
Quedan religiosos
En Bahri, al norte de la ciudad, estaba la parroquia de los combonianos. Desde la ciudad costera de Port Sudán, el párroco, Lorenzo Baccin, explica que «algunos parroquianos se marcharon hacia otros estados o a Sudán del Sur». Le llegan a retazos noticias de cómo «la gente ha perdido su trabajo o han dejado de recibir su salario, que era por semanas o días, y necesitan de todo». De otros «ni siquiera sé cómo están». Es realmente doloroso estar lejos de la gente con la que estoy llamado a estar», añade.
Él y el español José Javier Parladé, dejaron Jartum después de una semana de guerra cuando una bomba cayó sobre su comunidad. Parladé, octogenario, fue evacuado. Baccin, como párroco, quería quedarse en la cercana Ombdurmán, que estaba un poco más tranquila. Pero un día los paramilitares robaron el coche a su compañero y al siguiente entraron en su capilla. Se marcharon porque «nunca sabes qué más pueden hacer», sobre todo «siendo extranjeros». De hecho, los milicianos terminaron yendo a su casa, pero ya no estaban. Baccin explica que no todos los religiosos se han ido. «Quedan algunos en la zona más tranquila» de Jartum. «Si son sudaneses lo tienen más fácil», explica.
Una de las historias más desgarradoras de lo que está ocurriendo en Jartum en las últimas semanas es la muerte de 60 bebés y niños en el orfanato Al Mayqoma. El más pequeño tenía 3 meses. Solo entre el 26 y el 27 de mayo, fallecieron 26 pequeños. La mayoría de las muertes se produjeron por falta de comida y por infecciones.
Según han narrado los trabajadores a la agencia AP, el peor momento fueron las primeras tres semanas, cuando los combates eran más feroces. Esto obligó a concentrar a todos los niños en la planta baja y lejos de las ventanas, por miedo a la metralla y las balas perdidas. Heba Abdalla, una de las enfermeras, relata que los trabajadores no podían salir a la calle a buscar ayuda y la comida, las medicinas y la leche en polvo se iban acabando. «Muchos días no encontrábamos nada con que alimentarlos. Lloraban todo el rato porque tenían hambre».
Cuando se conocieron las 26 muertes del fin de semana pasado, UNICEF y la Cruz Roja consiguieron llevar ayuda humanitaria. Al cierre de esta edición, quedaban en el centro 341 niños, 213 de ellos de menos de un año.
En Port Sudán casi reina la normalidad. En la casa de los combonianos está viviendo el obispo de la capital, Michael Didi. El conflicto lo sorprendió de visita allí y no ha podido volver. Al principio, los misioneros abrieron sus puertas a los desplazados que llegaban en masa con la esperanza de huir en barco. «Los metimos en la iglesia y en las clases del colegio» hasta que embarcaron. Ahora apenas zarpan buques y la gente acampa cerca del mar. «Las condiciones son muy malas, no tienen baños y hacen sus necesidades en la calle», subraya.
El periodista Ibrahim Ali no espera mucho de la comunidad internacional ni de la clase política de su país, «debilitada por la incapacidad de alcanzar consensos». En cambio, confía en que de alguna manera «la sociedad civil sea capaz de obligar a los generales, que no se toman en serio la transición, a retirarse y traer una verdadera democratización».
En mes y medio de conflicto, un millón de sudaneses se han sumado a los 3,7 de desplazados internos que ya había. Otros 345.000 han huido a Egipto, Chad, República Centroafricana o Etiopía y 70.000 refugiados sursudaneses han regresado, según ACNUR. En Etiopía, la llegada de 5.000 refugiados «es un desafío adicional» en la región de Amhara, donde «ya hay muchos desplazados» de la guerra de Tigray «y refugiados de Eritrea», explica Lisane-Christos Matheos, obispo local.
Los que llegan a la localidad fronteriza de Metema lo hacen a pie. No tienen dinero ni pasaporte y su destino son los campos de refugiados. «Los que tienen documentación y dinero viajan directamente a Adís Abeba». Tanto ACNUR como Cáritas de Estados Unidos ya trabajan en la zona. Preocupado por el efecto que puedan causar en una zona con bastante «inestabilidad social», también el Gobierno «está intentando que se relajen las tensiones para asegurar la zona».