Ismael de Tomelloso - Alfa y Omega

En este mayo, se cumplen 75 años de la muerte del joven siervo de Dios Ismael Molinero. Nació en Tomelloso el 1 de mayo de 1917, y falleció el 5 de mayo de 1938, en Zaragoza. Allí le empezaron a llamar los jóvenes de Acción Católica Ismael de Tomelloso al visitarlo en el Hospital Clínico, donde murió como prisionero de guerra. Enfermó de tuberculosis, tras ser apresado, durante la Guerra Civil, por el bando nacional y no revelar que era católico para no tener ventajas sobre sus compañeros y así «sufrir en silencio por Dios y por España». Acaba de ser presentada en Madrid la asociación para su canonización, que preside don Blas Camacho, vicepostulador de la causa, autor del libro “In silentio…”, en cuya presentación, en 2011, el cardenal Rouco propuso a Ismael como «modelo a seguir para los jóvenes que acudan a la JMJ». Escribe el postulador, prepósito general de los teatinos:

«Cuántos serían santos —pensaba él— si en su camino encontraran otros santos». O sea, por el camino de la vida hay que ir —la vida del hombre es andar, andar y andar— preguntando por las señas de Dios. Algunas de ellas, por ejemplo, a la manera de Ismael, las siguientes: cantar por caridad, acompañando por la guitarra llena de sol, un par de seguidillas manchegas; echar al repelón, al cruzar por la plaza del pueblo frente a la parroquia de la Asunción, algunas jaculatorias enamoradas; acercarse a menudo al asilo de las monjas, al final de la calle de Don Víctor, con la intención de hacer bailar y reír a las ancianas solas… Y, sobre todo, el silencio.

En la gramática paisana y pobre de Ismael, la palabra Silencio habla de muchísimas más cosas de las que se podrían imaginar. Valga por caso: de horas y horas tiritando de frío en los campos desamparados y hoscos de la guerra; rezar por lo bajinis el rosario a Nuestra Señora, contando como avemarías los copos de nieve que, inmaculados y crueles, le caen a uno encima del capote; dejarse hacer prisionero de la gente propia a la chita callando, para, al final, morirse dando gracias a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, con los Misterios silenciosos.

Cuántos, es cierto, serían santos si tuvieran la fortuna de encontrarse con otros santos en el camino de la vida. Ésta no es otra aventura que la de peregrinar por aquí y por allá preguntando por Dios. La gente, según Ismael, debe saber que no existe otro deseo más innumerable y hermoso que el de ser santo.

No intentar serlo, es sólo trastear sin más ni menos; o guarecerse del aburrimiento en los portales de la Posada. Ojalá un día Ismael de Tomelloso nos soliviante el corazón y la conducta. ¿Os imagináis, paisanos de Alfambra, paisanos de Zaragoza, paisanos de Madrid, paisanos de toda la Mancha plural, anchura del silencio, que vinieran alguna vez a nuestras tierras arcángeles carreros a repartirnos trozos de bendición y cachejos de luz y amor de parte de Ismael? Bien puede ser él, alguna vez, nombrado el Patrono del Santo Silencio. Y el silencio, como se sabe, es la palabra que más cosas tiene que decirnos.

P. Valentín Arteaga. Roma